Ecumenismo con protestantes: quizás es hora de decir que el rey está desnudo
Al escribir sobre el ecumenismo, y más concretamente sobre el ecumenismo con el protestantismo, quiero empezar declarando que me atengo y me atendré a todo lo que el magisterio vivo de la Iglesia Católica diga hoy y en el futuro. Por tanto, si algo de lo que pienso decir es contrario al parecer de la Iglesia, téngase como no dicho o retirado nada más decirse.
En el decreto Unitatis Redintegratio sobre el ecumenismo del Concilio Vaticano II leemos el fin último del verdadero ecumenismo:
"… para que poco a poco por esta vía, superados todos los obstáculos que impiden la perfecta comunión eclesiástica, todos los cristianos se congreguen en una única celebración de la Eucaristía, en orden a la unidad de la una y única Iglesia, a la unidad que Cristo dio a su Iglesia desde un principio, y que creemos subsiste indefectible en la Iglesia católica de los siglos."
Pues bien, no me andaré con rodeos: olvidémonos de que tal cosa ocurrirá con el cristianismo protestante.
Seamos sinceros, señores. ¿Qué posibilidad hay de albergar en una perfecta comunión eclesiástica modelos de cristianismo que ni siquiera están de acuerdo sobre qué es la Revelación? ¿Pueden convivir en una misma Iglesia el Sola Scriptura y el libre examen por un lado y la Biblia, Tradición y Magisterio por otro? ¿Piensa alguien que el protestantismo renunciará a lo primero? ¿Piensa alguien que la Iglesia Católica negará lo segundo? No, ¿verdad? Entonces, ¿para qué engañarnos?
Ni el protestantismo va a dejar de ser lo que es, ni la Iglesia Católica va a dejar de creer en lo que cree y enseña. Podremos respetarnos, conocernos mejor, llegar a acuerdos puntuales sobre determinados aspectos doctrinales. Podremos orar conjuntamente y colaborar en la defensa de los valores éticos y morales que compartimos casi todos los católicos y protestantes. Podrá incluso darse el caso de que alguna denominación protestante se acerque bastante a la comunión plena con la Iglesia Católica, aunque visto el camino emprendido por los que más cerca estaban de ese paso, los anglicanos, creo también irrealizable esa posibilidad. Pero, señores, el ecumenismo PLENO entre católicos y protestantes, del que habla el Concilio Vaticano II, está tan vestido como el rey desnudo del cuento. Ni siquiera Taizé tapa su desnudez.
He tratado sólo el tema de las diferencias entre el solaescriturismo y el libre examen y la doctrina católica sobre la Revelación. Pero hay muchas otras áreas donde el acuerdo total es imposible. Es más, allá donde se ha llegado al extremo de firmar documentos conjuntos, como el que se firmó entre católicos y luteranos sobre la justificación, la propia naturaleza del protestantismo convierte dichos documentos en papel mojado. Porque, tanto si lo entiende la curia y la jerarquía católica como si no, en el protestantismo no hay nadie con autoridad, ni moral ni canónica, para imponer al resto de protestantes un acuerdo doctrinal con la Iglesia Católica. Ni siquiera dentro de las propias denominaciones protestantes. No digamos nada en un contexto inter-denominacional. Así vemos que el acuerdo con los luteranos fue rechazado por la iglesia luterana danesa y por cerca de 200 teólogos luteranos del resto del mundo. Y entre el resto de protestantes, salvo quizás anglicanos y metodistas, dicho acuerdo sobre la justificación no sólo no vale nada sino que ha sido puesto en solfa.
Decía San Pío X en su Catecismo, en los artículos 129 y 133:
129. El Protestantismo o religión reformada, como orgullosamente la llaman sus fundadores, es el compendio de todas las herejías que hubo antes de él, que ha habido después y que pueden aún hacer pira ruina de las almas.
133. Herido con esta condenación, el protestantismo vio desenvolverse los gérmenes de disolución que llevaba en su viciado organismo: las discusiones lo desgarraron, multiplicáronse las sectas, que, dividiéndose y subdividiéndose, lo redujeron a menudos fragmentos. Al presente, el nombre de protestantismo no significa ya una creencia uniforme y extendida, sino que encierra un amontonamiento, el más monstruoso, de errores privados e individuales, recoge todas las herejías y representa todas las, formas de rebelión contra la santa Iglesia católica.
Se podrá no compartir el tono de los adjetivos de ese durísimo juicio magisterial del Papa Pío X. Pero lo sustantivo sigue siendo hoy tan cierto como cuando se publicó dicho catecismo. Y si no, échenle un vistazo al protestantismo evangélico en Latinoamérica. Véase cómo la división denominacional protestante sigue aumentando exponencialmente. Véase como, al igual que en el siglo XVI, el protestantismo evangélico ha situado al catolicismo, antes que a los no cristianos, como su principal campo de misión. Y allá donde el pueblo católico no está bien formado, la batalla está casi perdida. Eso no lo para el ecumenismo "made in Europa". De hecho, no hace falta ser muy sagaz para darse cuenta que los únicos sectores propensos al ecumenismo dentro del protestantismo son aquellos que están todavía sufriendo las consecuencias de esa enfermedad mortal que se llama liberalismo teológico. En otras palabras, los protestantes ecuménicos, en su mayoría (no todos) son aquellos cuyas iglesias se han vaciado para, probablemente, no volver a llenarse nunca.
¿Significa eso que debemos dejar de llamar hermanos a los protestantes evangélicos? No, claro que no. Aunque ellos nos nieguen incluso la condición de cristianos, y eso pasa más de lo que muchos católicos creen, nosotros debemos verlos como hermanos en el Señor. Separados, sí, pero hermanos. Pero al mismo tiempo, seamos sensatos y recordemos que el propio Concilio Vaticano II enseña lo siguiente en la Lumen Gentium:
El sagrado Concilio pone ante todo su atención en los fieles católicos y enseña, fundado en la Escritura y en la Tradición, que esta Iglesia peregrina es necesaria para la Salvación. Pues solamente Cristo es el Mediador y el camino de la salvación, presente a nosotros en su Cuerpo, que es la Iglesia, y El, inculcando con palabras concretas la necesidad de la fe y del bautismo (cf. Mc., 16,16; Jn., 3,5), confirmó a un tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que los hombres entran por el bautismo como puerta obligada. Por lo cual no podrían salvarse quienes, sabiendo que la Iglesia católica fue instituida por Jesucristo como necesaria, rehusaran entrar o no quisieran permanecer en ella.
Luis Fernando Pérez Bustamante