Desde la bellota hasta el totalitarismo nazi.

"Pero tú eres el que me sacó del vientre; el que me hizo estar confiado desde que estaba a los pechos de mi madre. Sobre ti fui echado desde antes de nacer; Desde el vientre de mi madre, tú eres mi Dios."
Salmo 22,9-10

Quiero empezar con una declaración de principios: me importa un carajo lo que sea una bellota. Me basta con saber lo que es un embrión humano. Más que nada porque hubo un tiempo en el que fui embrión, aunque no me acuerde de ello. Es decir, nunca fui ni el espermatozoide de mi padre ni el óvulo de mi madre. Pero cuando uno y otro se encontraron, aparecí en este mundo. Y desde entonces crecí y crecí, tanto física como intelectualmente (esto menos, claro). ¿Porqué digo esto?

El filósofo ateo -que es como decir el filólogo analfabeto pero dejémoslo estar- Jesús Mosterín, afirma lo siguiente en uno de sus libros:
"El niño es un anciano en potencia, pero un niño no es un anciano ni tiene derecho a la jubilación. Un hombre vivo es un cadáver en potencia, mas un hombre vivo no es un cadáver. Enterrar a un hombre vivo es algo muy distinto y de muy diversa gravedad que enterrar a un cadáver. Una oruga es una mariposa en potencia, pero no es una mariposa actual. Una bellota es un roble en potencia, pero no es un roble de verdad. A los vegetarianos, a los que les está prohibido comer carne, les está permitido comer huevos, porquer los huevos no son gallinas, aunque tengan la potencialidad de llegar a serlo. Un embrión no es un hombre, y por lo tanto eliminar un embrión no es matar a un hombre. El aborto no es un asesinato. Y el uso de células madre en la investigación, tampoco".

Ciertamente no sé si una bellota es o deja de ser un roble de verdad o sólo lo es en potencia. Biólogos tiene la Universidad que sabrán aclarárnoslo. Lo que sí sé es que aunque un niño no es un anciano, un niño es tan ser humano como lo es un anciano. Y aunque un embrión no es un niño recién nacido, es tan ser humano como lo es un niño. No hay un cambio sustancial entre el óvulo recién fecundado y el anciano que está a punto de pasar a mejor vida.

Los símiles entre bellotas y orugas con embriones humanos son totalmente engañosos. El ser humano no tiene la dignidad de un árbol ni la de una oruga. Hacer comparaciones de ese tipo es sólo una muestra de miseria moral ya que parece que para ese señor da lo mismo una bellota y una oruga que un feto humano. Si se pueden pisotear aquellos se puede eliminar al segundo.

Por otra parte, la ciencia no puede alcanzarlo todo. Cuando vemos en un microscopio un óvulo fecundado, el alma y el espíritu no aparecen a nuestra vista. Y ahí están. El ser humano es mucho más que un conjunto de células y órganos bien ordenados. La dignidad del ser humano viene de su condición de ser "imagen de Dios". Por eso, el reduccionismo materialista que hace de los hombres meros animales evolucionados convierte a los hombres en seres igual de prescindibles que las lechugas, las langostas, las vacas de establo o los rodaballos del mar. Y eso es el paso previo al totalitarismo más salvaje. O el hombre es lo que la Revelación dice que es, o es un simple mono inteligente. Y la dignidad de un ser no se mide por su inteligencia, a menos que consideremos a los disminuidos psíquicos como infraseres con los mismos derechos que el resto de animales. Cosa, que, por cierto, es lo que subyace en ese apartado de la ley del aborto por el que una de las causas para "justificarlo" es que el feto venga con taras de esa naturaleza. El nazismo era eso, señores.

Este totalitarismo es lo que subyace en la respuesta de Mosterín a una pregunta en la entrevista que le hizo El País en marzo de este año. Dijo el filósofo ateo:

"Al igual que las naciones, los derechos no existen, son convenciones, y esto incluye los derechos humanos."

Es la consecuencia lógica de su razonamiento previo. Cuando todo es simple y llanamente materia, pura biología, puras reacciones químicas, nada es sustancialmente diferente. El valor de una piedra, de una patata, de un escarabajo o de un ser humano dependerá de convenciones cambiantes. Y si mañana la convención dominante es que los judíos son infrahumanos, pues se les volverá a gasear. Si la convención dominante es que los fetos no son seres humanos, pues se les destroza en el seno materno y se les tira a la basura. Y si las cabezas pensantes del progresismo "made in ZP" consiguen convencer a la mayoría de la sociedad de que los gorilas son tan respetables como la señora esposa del presidente, pues llegará el día en que los "matrimonios" entre gorilas y seres humanos tengan los mismos derechos que los matrimonios normales. Siempre aparecerá alguien que nos diga que tal cosa no es atacar los derechos de nadie sino simplemente dárselos a quienes no los tenían.

De la misma manera que Hitler llegó al poder tras ganar unas elecciones, el IV Reich será una realidad el día en que las teorías de los filósofos ateos se vean refrendadas por las urnas. No es poco lo que nos jugamos en este debate. Por eso es imprescindible que, al menos en la Iglesia, la dignidad de la vida humana desde su misma concepción sea defendida a muerte. Y quien no lo haga, no merece tener un lugar bajo el sol en el Reino de Dios.

Luis Fernando Pérez Bustamante