La hermosa tarea de promover y tutelar la doctrina y la moral
Leemos en la web del Vaticano que la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF), originalmente llamada Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición, fue fundada por Pablo III en 1542 con la Constitución “Licet ab initio", para defender a la Iglesia de las herejías. Es la más antigua de las nueve Congregaciones de la Curia.
Vemos también que en 1908, el Papa San Pío X cambió su nombre por el de Sagrada Congregación del Santo Oficio. Finalmente, en 1965, recibió el nombre actual bajo el Pontificado de Pablo VI. Hoy, según el Artículo 48 de la Constitución Apostólica sobre la Curia Romana “Pastor bonus”, promulgada por el Santo Padre Juan Pablo II el 28 de junio de 1988, “la tarea propia de la Congregación para la Doctrina de la Fe es promover y tutelar la doctrina de la fe y la moral en todo el mundo católico. Por esta razón, todo aquello que, de alguna manera toca este tema, cae bajo su competencia“.
Por lo general, la CDF tiene mala prensa incluso dentro de la propia Iglesia. De ella nacen las notas de corrección y/o condena de los errores teológicos de autores heterodoxos. Y el ser heredera de la Inquisición y el Santo Oficio no ayuda a que se la vea como lo que realmente es: un órgano de servicio a la Iglesia de primer orden.
Como dice la Pastor Bonus, su tarea es promover y tutelar la doctrina y la moral. Pero creo que, por unos y otros, se ha puesto demasiado énfasis en la cuestión de la tutela, que suele ir acompañada de una actividad “disciplinaria", olvidando que el acto de promover la fe tiene siempre un sentido positivo y propositivo. Es decir, la fe no se defiende primariamente señalando las herejías, sino proponiendo la sana doctrina que nos salva (1 Tim 4,16). De hecho, cuando la verdad va delante es habitual que el error caiga por su propio peso, sin necesidad de que se ponga de manifiesto su naturaleza.
Por ejemplo, la declaración Dominus Iesus es, en mi opinión, muchísimo más bella por lo que dice de Cristo y la Iglesia que por lo que señala acerca de las religiones no cristianas y de los cristianos no católicos, que no deja de ser una consecuencia natural de lo primero. Estamos ante un documento que es más un “sí” a Cristo y la Iglesia que un “no” a otras religiones y a los hermanos separados.
Habría que pensar de qué manera podemos conseguir que la CDF, en su tarea de asistencia al Papa y a la Iglesia, acentúe su carácter propositivo de manera que se logre un equilibrio con su función tuteladora y de vigilancia de la sana doctrina y moral católicas. Se me ocurre que una de las cosas que se podría hacer es conseguir que los obispos asuman sus propias competencias y no envíen a la CDF aquello que ellos mismos podrían solucionar desde su condición de pastores y maestros.