El virus garzonita se extiende por la Audiencia Nacional
Es de justicia reconocer el papel que la Audiencia Nacional ha jugado en la lucha contra el terrorismo en nuestro país. Y al hablar de terrorismo, me refiero no sólo a la ETA que mata sino también a la ETA “política y social". Los jueces y fiscales de la Audiencia han desempeñado una tarea ejemplar, tan sólo empañada por alguna intervención gubernamental en los últimos años a la que se plegó un fiscal.
Sin embargo, es igualmente necesario afirmar que en la Audiencia hay un problema con nombres y apellidos. Se trata del juez Baltasar Garzón, personaje ciertamente peculiar al que le gusta salir en los titulares de la prensa más que a un niño un pastel de chocolate. Lo que pasa es que este niño tiene diabetes y el chocolate le sienta muy mal. Cuando un juez es más conocido por su amor por lo mediático que por su labor judicial, estamos ante un mal juez. Este señor se hizo muy famoso cuando fue de número dos de Felipe González en unas elecciones generales y luego estuvo en un tris de llevar al ex-presidente a la cárcel, cosa que sí logró con quien había sido su Ministro de Interior. Ese viaje de ida y vuelta de la judicatura a la política demostró que para Garzón no vale eso de que la mujer del César no sólo debe ser casta sino parecerlo. Independientemente de que era necesario juzgar los GAL y el latrocinio de los fondos reservados, si algo es claro es que la persona menos indicada para encargarse del asunto, aunque sea sólo en la fase de instrucción, era el juez que compartió bancada en el Congreso con algunos de los encausados.