Dos artículos para aclarar mi proceder ante las desviaciones doctrinales
Como veo que tengo nuevos lectores desde que he mudado mi blog a Religión en Libertad, y con el fin de que quede meridianamente claro mi posicionamiento acerca de la importancia de defender la ortodoxia doctrinal en la Iglesia Católica, creo oportuno reproducir, con ligeras modificaciones, dos artículos que escribí hace unos meses. Irán en dos páginas diferentes.
El verdadero “tono evangélico” ante los que propagan el error.
A veces los heterodoxos son gente agradable, de fácil trato, que se hace querer por el gran público gracias a sus cualidades humanas. Por ejemplo, Nestorio era hereje pero sin la menor duda mucho mejor persona que el ortodoxo Cirilo. Pelagio era un peligro para la fe cristiana, pero parece ser que su moral era intachable. Y Menno Simmons era un tipo que irradiaba paz y serenidad, aunque luego dijera que Cristo no tomó carne de María, a la que poco menos que convertía en un vientre de alquiler. Es decir, se puede ser un heterodoxo de tomo y lomo a la vez que un buen tipo. Y se puede estar en la más estricta de las ortodoxias y en el más escandaloso de los comportamientos éticos. Pero cuando la Iglesia examina la doctrina de sus teólogos, no entra en juicios sobre sus cualidades humanas. Ciertamente la santidad se lleva mal con la idea de que uno no debe de adaptar sus creencias a la fe de la Iglesia y, por tanto, hay que estar dispuesto a rectificar si el magisterio así lo pide.
Muchos de los que salen en defensa de los heterodoxos en el seno de la Iglesia Católica arremeten con dureza contra los que nos dedicamos a tratar estos asuntos. A algunos les parecen poco caritativos los términos en que emitimos algunos juicios. Pero somos el colmo de la moderación si nos comparamos con las palabras que Cristo y los apóstoles usaban contra los que se oponían al verdadero evangelio y la sana doctrina. De estos el Señor decía que eran “raza de víboras”, “sepulcros blanqueados, limpios por fuera y llenos de podredumbre por dentro", que “ni entran en el Reino, ni dejan entrar en él”, etc. A los que escandalizaban con el escándalo de sus errores a la gente sencilla, Cristo aseguraba que “más les valdría que les pusieran al cuello una rueda de molino y que los arrojaran al mar”. Por eso los advertía a los fieles de que tuvieran mucho cuidado en guardarse de los “falsos profetas, que vienen a vosotros con vestiduras de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces”.
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