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29.10.14

Eres bella, Madre



Eres bella, Madre. 
Eres Inmaculada, Madre.
En tus brazos quiero acunarme como Cristo lo hizo.
En tus brazos quiero ser recogido cuando baje de mi Cruz.

Quiero abrazarte como lo hizo mi Señor, tu Hijo.
Quiero besarte como lo hizo mi Dios y Salvador, tu Hijo.
Quiero ir de tu mano, como fue mi Redentor, tu Hijo.
Quiero honrarte como Madre y Señora, como hizo tu Hijo.

María, dulce nombre para quienes hemos sido redimidos por gracia.
María, dulce nombre para los que te recibimos como Madre en el Calvario.
María, dulce nombre para los por tu intercesión guardan los mandamientos del Señor.
María, dulce nombre de cuyo seno recibimos la salvación.

María, te amo, te venero, te honro y ruego a Cristo que me conceda siquiera una porción del amor que tuvo por ti.

María, nos manda San Pablo “tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús” (Flp 2,5).

Que el Señor me conceda amarte como Él te ama.



Luis Fernando Pérez Bustamante

19.10.14

Santidad o muerte

Santísima Trinidad

Hemos recibido el don de la fe. Hemos recibido la gracia del bautismo. Hemos recibido la gracia de andar en santidad.  Leemos en la Escritura:

Por lo cual, ceñidos los lomos de vuestra mente y apercibidos, tened vuestra esperanza completamente puesta en la gracia que os ha traído la revelación de Jesucristo.
Como hijos de obediencia, no os conforméis a las concupiscencias que primero teníais en vuestra ignorancia, antes, conforme a la santidad del que os llamó, sed santos en todo, porque escrito está: “Sed santos, porque santo soy yo“.

(1ª Ped 1,13-16)

Sabemos que el Beato Marcelo Cardenal Spínola repetía constantemente: “Si no he de ser santo, ¿para qué quiero la vida?”

Y de él leemos:

La santidad no se pide ordinariamente. Pedimos libertad de males temporales, bienes del mismo orden; pero la santidad, no; y sin embargo, nuestra divisa debiera ser: Santidad o muerte. Por eso la santidad escasea tanto.

Ganarla. ¿Por ventura, por suerte? No. ¿ A fuerza de brazos, de táctica y de habilidad, como se gana una plaza? No, tampoco. El Reino de los cielos no es tampoco de los más sabios. La santidad es una especie de comercio. La parábola evangélica lo indica claramente. En este comercio, el capital es la gracia, la negociación es emplearla o convertirla en gloria de Dios; el interés, la gracia misma aumento de ella.


Y este mísero pecador, que se atreve a escribir a sus hermanos, ruega que Dios le conceda esa santidad que lleva tantos tiempo anhelando. Como escribí hace 17 años:

¿Por qué? ¿Por qué no puedo ser más constante? ¿Por qué me parece eterna la lucha entre mi carne y tu espíritu dentro de mí? Como si yo fuera sólo un observador desde afuera, mientras mi alma se parte, se quiebra. Sólo tú sabes que soy sincero cuando te digo que te amo. Me acuerdo cuando era sólo un niño pequeño, cuando tú y yo nos declaramos amor eterno. ¿Te acuerdas? Yo te prometí servirte con mi vida, aunque casi ni de ti yo sabía. Sólo sé que tú me llenaste de amor y de paz. Sólo sé que desde entonces hablar contigo es mi medicina. Yo tenía muy pocos años, era un niño, pero te quería. Y, ¿sabes?, todavía te sigo queriendo con la inocencia de aquellos días. Tú y yo, a solas, sin más testigos que mi cama y mi almohada. Hablamos como dos enamorados se hablan. Mi voz, temblorosa, se calla, tu voz, poderosa me envuelve. Me enseñas mi lugar a tu lado. Me hablas de tus ilusiones y anhelos. Y yo, que no entiendo aún porqué me escogiste, me quedo alelado; no sé que decir. Palabras que el hombre no entiende, que sólo tu Espíritu me ilumina su significado, son las que tú me hablas. ¿Cuando se daran cuenta de que tú quieres ser nuestro amado? ¿Cuando quitarán el velo de sus corazones? ¿Cuando entregarán sus vidas sin condiciones? ¿Cuando mi Dios? ¿Por qué se empeñan en no dejar que tu amor sea el motor se sus vidas? ¿Por qué no perdonan como tú nos perdonas? ¿Por qué no se aman como tú nos amaste? Oh, mi Cristo, ¿dónde están los que te aman? ¿dónde están mis hermanos? quiero amarlos como tú los amas, quiero dar mi vida por ellos como tú la diste por mi, quiero hablarles de ti, de tu paz, de tu amor, de tu llanto al ver que no se aman entre ellos. ¿Quien se acuerda de tus palabras, mi rey? Amaos como yo os he amado, nos dijiste. ¿Qué hemos hecho? Gritamos, danzamos, levantamos nuestras manos a ti, pero, ¿donde dejamos nuestro amor por el hermano? No tenemos tiempo para oír las necesidades de los demás. Todo es correr de aquí para allá, sube, baja, haz esto, haz lo otro… ¿y tú…?

Me acuerdo el día que me dijiste: Despiértate tú que duermes, y te alumbrará Cristo. Yo estaba dormido, revolcandome en mi propio ego…ese ego que es mi mayor enemigo… quisiera no ser nada sino sólo tu luz en mi vida… morir poco a poco a mí mismo… y dejar que tú lo llenes todo con tu presencia. Quiero seguir siendo tu pequeño, no quiero olvidar cómo te amé siendo niño.. .esa especie de fuego que consumía mi pecho mientras sólo te decía: Te quiero. Qué dos palabras tan bellas: Te quiero. Sólos tú y yo, tú mi Dios, yo tu siervo. Gracias por mirarme a los ojos y declararme tu amor. En él está mi fuerza.

Luis Fernando Pérez (1997)

San José y el Niño JesúsSi llevas un tiempo en que te despiertas en la noche rezando, y si tu alma se turba ante tanta batalla por la fe, recuerda el Salmo que dice:

No se ensoberbece, ¡oh Yahvé! mi corazón, ni son altaneros mis ojos; no corro detrás de grandezas ni tras de cosas demasiado altas para mí. 

Antes he reprimido y acallado mi alma como niño destetado de su madre, como niño destetado está mi alma.
Espera, Israel, en Yahvé desde ahora y por siempre.

(Salm 131)

Confiad en Dios. Rezad. Buscad la santidad. Anhelad la santidad. Encomendaos a nuestra Madre. Recogeos en los brazos de San José como el Niño Jesús lo hizo. 

Luis Fernando Pérez Bustamante

11.10.14

El ejemplo de Santa Mónica debería aparecer en el Sínodo

Hemos sabido que en el Sínodo han participado varios matrimonios. El testimonio de algunos ha sido impresionante. No hablaré de todos. Pero sí quiero señalar el caso de una pareja australiana. Leemos lo siguiente:

«Unos amigos nuestros estaban planeando su reunión familiar para Navidad, cuando su hijo gay les dijo que quería invitar a su compañero. Ellos creían profundamente en las enseñanzas de la Iglesia y sabían que a sus nietos les habría gustado ver que acogían a su hijo y a su compañero en la familia. Su respuesta podría ser resumida en tres palabras: “Es nuestro hijo”»

¡Qué bonito!, ¿verdad?

Bien, hace diecisiete siglos nació en Tagaste (en la actual Argelia) una niña a la que sus padres pusieron por nombre Mónica. Aunque siendo joven tenía intención de retirarse a una vida de oración, la esposaron con un señor que se llamaba Patricio, que no fue precisamente un dechado de sensibilidad y espiritualidad cristiano. Del matrimonio nacieron tres retoños. El mayor se llamaba Agustín. 

Cito de AciPrensa:

Cuando murió su padre, Agustín tenía 17 años y empezaron a llegarle a Mónica noticias cada vez peores, de que el joven llevaba una vida poco santa. En una enfermedad, ante el temor a la muerte, se hizo instruir acerca de la religión y propuso hacerse católico, pero al ser sanado de la enfermedad abandonó el propósito de hacerlo. Finalmente, se hizo socio de una secta llamada de los Maniqueos, que afirmaban que el mundo no lo había hecho Dios, sino el Diablo. Mónica que era bondadosa pero no cobarde, ni floja, al volver su hijo de vacaciones y empezar a oírle mil barbaridades contra la verdadera religión, lo echó sin más de la casa y le cerró las puertas, porque bajo su techo no quería albergar a enemigos de Dios.

La cosa no quedó así:

Pero sucedió que en esos días Mónica tuvo un sueño en el que vio que ella estaba en un bosque llorando por la pérdida espiritual de su hijo y que en ese momento se le acercaba un personaje muy resplandeciente y le decía :"tu hijo volverá contigo ” y enseguida vio a Agustín junto a ella. Le narró al muchacho el sueño tenido y él dijo, lleno de orgullo, que eso significaba que ella se iba a volver maniqueísta como él. Pero ella le respondió: “En el sueño no me dijeron, mamá ira a donde su hijo, sino tu hijo volverá contigo". Esta hábil respuesta impresionó mucho a su hijo, quien más tarde la consideraba como una inspiración del cielo. Esto sucedió en el año 437.

Eso ocurrió 9 años antes de la conversión del joven:

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10.10.14

El derecho de los fieles a saber lo que dicen sus pastores

Con la tranquilidad de saber que el Cardenal Prefecto de la Congegación para la Doctrina de la Fe, S.E.R.  Gerhard Müller, ha dicho lo que muchos pensamos, a saber, que los fieles tienen derecho a saber lo que cada obispo dice en el sínodo que se está celebrando en Roma, se pueden analizar los argumentos dados por quienes quieren nos están robando ese derecho:

1- El Papa pidió a todos los participantes que hablaran libremente, para así poder debatir sobre cualquier tema. 

2- La confidencialidad de las intervenciones sirve para que los obispos hablen más libremente.

Bien, con eso lo que se consigue es trasladar a los fieles -no digamos nada al resto del mundo- la idea de que hay obispos que tienen miedo a decir algo ante toda la Iglesia. Y que quitándoles ese miedo, pueden decir lo que les venga en gana.

Cabe preguntarse si el miedo no está tanto en los obispos que quieren hablar libremente, como en aquellos que no quieren que todo el mundo sepa lo que todos los prelados, y no solo unos cuantos elegidos ad hoc para algún propósito, dicen. Y ya de paso, cabe preguntarse dónde queda el concepto cristiano de la libertad, que emana necesariamente de la verdad.

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9.10.14

Lo que tiene este "tiempo" que no tuvieron otros tiempos

Llevamos décadas, no solo ahora con motivo del Sínodo, oyendo la cantinela de que la Iglesia tiene que adaptar su mensaje a las circunstancias de nuestro tiempo. La idea es la siguiente: “la doctrina no la cambiamos pero sí hemos de cambiar la pastoral". Eso, con suerte, pues no son pocos los que creen que la doctrina no deja de ser una cuestión menor que puede ser modificada o supeditada a cualquier cosa con tal de que tenga la apariencia -solo apariencia- de caridad, acogida, misericordia, etc.

Para ser sinceros, la necesida de adaptarse al auditorio que se tiene enfrente no es nueva. San Pablo ya dijo que él se hacía judío para los judíos y gentil para los gentiles. Su predicación ante los atenienses era en el fondo esencialmente la misma que en una sinagoga, pero obviamente las formas eran muy diferentes. Y no fue la misma la predicación de San Pedro ante los judíos que estaban en Jesusalén que la de Pablo en Éfeso, donde se convirtió en objetivo de los que fabricaban ídolos.

De lo que no hay duda alguna es que tanto en el siglo I como en el XXI, el ser humano caído sigue siendo esencialmente igual. Peca en las mismas cosas, está tan de lejos de Dios como antes, precisa de la gracia de Dios para ser redimido. La idea de que el hombre de nuestra era está más capacitado para reconocer el mal y obrar el bien es simple y llanamente pelagiana, la diga quien la diga.

Si hay algo que ha cambiado, y mucho, respecto al siglo I, al menos en lo que se conoce como civilización Occidental, es que ahora vivimos en una sociedad apóstata. No se trata de que nunca haya oído el evangelio, sino que se ha apartado del mismo. No son paganos a los que llega por primera vez el mensaje de Cristo. Es una sociedad que hace medio siglo era cristiana, con todas las imperfecciones que se quieran, y hoy es mayormente pagana, tanto en la forma de pensar como en la de actuar. Sí, sigue habiendo un porcentaje de cristianos importante, pero incluso muchos de ellos se dejan llevar en no pocas veces por la avalancha de pecado que les rodea. Ahí tienen ustedes la encuestra sobre los hombres “cristianos” de EE.UU.

De Occidente se puede decir perfectamente aquello que San Pedro decía de los cristianos que se entregaban de nuevo en manos del pecado:

Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero. Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado.  Pero les ha acontecido lo del verdadero proverbio: El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno. (2 Ped 2,20-22)

Como ven ustedes, es bastante peor haber sido cristiano y luego caer en la letrina de la condenación, que no haber sido cristiano nunca. Es más, esta sociedad tiene la patética y necia pretensión de ser más “humana” que las de épocas precedentes. Lo cual es peligrosísimo porque se parece mucho a aquello que Cristo dijo a ciertos fariseos:

Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero ahora decís: Vemos, y vuestro pecado permanece. (Jn 9,41)

Hay más pecado en el Occidente que aborta a sus hijos que en los indígenas de cualquier tiempo que hacían sacrificios humanos. 

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