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4.06.17

Fuimos bautizados en un mismo Espíritu

Segunda lectura en la Solemnidad de Pentecostés.

Nadie puede decir: «¡Señor Jesús!», sino por el Espíritu Santo. Hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo; y diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; y diversidad de acciones, pero Dios es el mismo, que obra todo en todos. A cada uno se le concede la manifestación del Espíritu para provecho común. 
Porque así como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, aun siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo. Porque todos nosotros, tanto judíos como griegos, tanto siervos como libres, fuimos bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.
1ª Cor 12,3b-7.12-13

Es imposible ser cristiano sin la obra del Espíritu Santo en el alma. Él es el sello de nuestra salvación.

Pero cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres, nos salvó, no por las obras justas que hubiéramos hecho nosotros, sino por su misericordia, mediante el baño de la regeneración y de la renovación en el Espíritu Santo,
Tit 3,4-5

Y no entristezcáis al Espíritu Santo de Dios con el que habéis sido sellados para el día de la redención.
Efe 4,30

Él es Dios habitando en nosotros:

¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? 
1ª Cor 6,9

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24.05.17

Dios anuncia ahora a los hombres que todos en todas partes deben convertirse

Primera lectura del miércoles de la sexta semana de Pascua:

Los que conducían a Pablo le llevaron hasta Atenas, y se volvieron con la indicación, para Silas y Timoteo, de que se uniesen con él cuanto antes.

Entonces Pablo, de pie en medio del Areópago, habló: -Atenienses, en todo veo que sois más religiosos que nadie, porque al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados he encontrado también un altar en el que estaba escrito: «Al Dios desconocido». Pues bien, yo vengo a anunciaros lo que veneráis sin conocer.  El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, que es Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos fabricados por hombres, ni es servido por manos humanas como si necesitara de algo el que da a todos la vida, el aliento y todas las cosas. Él hizo, de un solo hombre, todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra. Y fijó las edades de su historia y los límites de los lugares en que los hombres habían de vivir, para que buscasen a Dios, a ver si al menos a tientas lo encontraban, aunque no está lejos de cada uno de nosotros, ya que en él vivimos, nos movemos y existimos, como han dicho algunos de vuestros poetas: «Porque somos también de su linaje». Si somos linaje de Dios no debemos pensar, por tanto, que la divinidad es semejante al oro, a la plata o a la piedra, escultura del arte y del ingenio humanos. Dios ha permitido los tiempos de la ignorancia y anuncia ahora a los hombres que todos en todas partes deben convertirse, puesto que ha fijado el día en que va a juzgar la tierra con justicia, por mediación del hombre que ha designado, presentando a todos un argumento digno de fe al resucitarlo de entre los muertos.
Cuando oyeron lo de «resurrección de los muertos», unos se echaron a reír y otros dijeron: -Te escucharemos sobre eso en otra ocasión.
Así que Pablo salió de en medio de ellos. Pero algunos hombres se unieron a él y creyeron, entre ellos Dionisio el Areopagita, y también una mujer que se llamaba Dámaris, y varios más. Después de esto se fue de Atenas y llegó a Corinto. 
Hech 17,15.22-34;18,1.

En el segundo capítulo del libro de Hechos vemos la primera predicación de san Pedro a los judíos de Jerusalén para que se convirtieran. En la lectura de hoy, vemos cómo hizo san Pablo en Atenas buscando el mismo fin. Evidentemente los argumentos usados son distintos. San Pedro podía apelar a las Escrituras, que daban testimonio de Cristo. Eso no era posible con los paganos. Pero ambas predicaciones tienen un punto en común: la necesidad de la conversión.

No en vano, el propio Cristo empezó su ministerio de predicación llamando a la conversión:

Desde entonces comenzó Jesús a predicar y a decir: -Convertíos, porque está al llegar el Reino de los Cielos. 
Mat 4,17

Hoy, como entonces, la Iglesia tiene el deber -otra cosa es que lo cumpla- de llamar a la conversión de todos los hombres. Y hoy, como entonces, muchos rechazarán ese llamado de mil y una maneras. Otros muchos, sin embargo, aceptarán por gracia la palabra de Dios y podrán salvarse. 

En el caso de Atenas vemos una situación peculiar. Cuando san Pablo habló de la resurrección de Cristo, a uno les dio la risa y otros le rechazaron guardando las formas, señal de que al menos eran educados. Hoy ocurre algo mucho peor. Vemos a unos cuantos sacerdotes y teólogos soberbios que se mofan públicamente de los fieles que osan creer que Cristo resucitó verdaderamente. Ellos hablan de una fe adulta, que no necesita de milagros como el de la resurrección. En realidad, son mucho peores que los paganos atenieses. Sin embargo, se consiente que permanezcan en la Iglesia difundiendo su inmundicia entre los fieles. 

Señor, limpia tu Iglesia de quienes te niegan y pisotean la fe de los más débiles. Concédenos la perseverancia final para salvarnos del día de la ira.

Luis Fernando

17.05.17

Sin mí no podéis hacer nada

Evangelio del miércoles de la quinta semana de Pascua:

Jesús dijo a sus discípulos: Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.
Jn 15,1-8

Toda la vida cristiana parte de dos verdades fundamentales: “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5) y “Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Fil 4,13). Sin Cristo, nada. En Cristo, todo. Y no hay más.

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15.05.17

El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama

Evangelio del lunes de la quinta semana de Pascua

El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama. Y el que me ama será amado por mi Padre, y yo le amaré y yo mismo me manifestaré a él.
Judas, no el Iscariote, le dijo: -Señor, ¿y qué ha pasado para que tú te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?
Jesús le respondió: -Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que escucháis no es mía sino del Padre que me ha enviado. Os he hablado de todo esto estando con vosotros; pero el Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, Él os enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho.
Jn 14,21-26

No es cosa buena ser engañado ni engañarse a uno mismo. Quien separa el amor al Señor del cumplimiento de sus mandamientos engaña a otros y se autoengaña. 

Cristo deja las cosas muy claras. El que le ama, guarda su palabra. Quien no la guarda, no le ama. Y para que nadie pudiera alegar ignorancia, el Espíritu Santo se encarga de recordar lo que Cristo ha dicho. 

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27.04.17

Estaban maltratadas y abatidas "como ovejas que no tienen pastor"

Evangelio del jueves de la segunda semana de Pascua:

Jesús recorría todas las ciudades y aldeas enseñando en sus sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias. Al ver a las multitudes se llenó de compasión por ellas, porque estaban maltratadas y abatidas “como ovejas que no tienen pastor”
Entonces les dijo a sus discípulos: -La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, por tanto, al señor de la mies que envíe obreros a su mies.
Mt 9,35-38

Cristo se compadece del pueblo que está siendo maltratado por la ausencia de buenos pastores.. y probablemente también por la presencia de pastores necios e indignos. El pueblo de Israel, en teoría, lo tenía todo. Tenía la ley y los profetas. Tenía las promesas. Tenía el antiguo pacto. Y sin embargo, estaban como ovejas sin pastor. Nada diferente de lo que puede ocurrir, si es que no ocurre ya en mayor o menor medida, con la Iglesia.

En la primera lectura de hoy vemos cuál han de ser algunas de las características del buen pastor cristiano:

Ten por norma las palabras sanas que me escuchaste con la fe y la caridad que tenemos en Cristo Jesús. Guarda el buen depósito por medio del Espíritu Santo que habita en nosotros.
Tú, pues, hijo mío, hazte fuerte con la gracia de Cristo Jesús, y lo que me has escuchado, garantizado por muchos testigos, confíalo a hombres fieles que, a su vez, sean capaces de enseñar a otros. Comparte conmigo el sufrimiento como un noble soldado de Cristo Jesús.
2 Tim 1,13-14; 2, 1-3

Es esencial que el pastor cristiano dé al pueblo de Dios sana doctrina, que guarde el depósito de la fe. No necesitamos destructores de la tradición que hemos heredado. No necesitamos inventores de nuevas doctrinas. No necesitamos alimento adulterado por el veneno de la herejía.

Debemos pedir al Señor que envíe obreros a la mies. Obreros fieles. Obreros santos. Obreros que por gracia trabajen para el Reino de Dios y no como quinta columna de Satanás en la Iglesia.

No permitas, Señor, que nos arrebaten la fe que por pura gracia nos has regalado. Arranca de cuajo de tu Iglesia a quienes quieren llevarnos por caminos de perdición.

Luis Fernando