A ti, Madre

"¿Porqué se me concede esto a mí, que la madre de mi Señor venga a mí?" (Lc 1,43)

Querida Madre, desde el día en que tu amado Hijo, nuestro Señor, me concedió el regalo de tu maternidad en mi visita a tu santuario en Lourdes, pude comprender el porqué una mujer llena del Espíritu Santo, tu prima Isabel, consideraba un don el que tú, encinta, la visitaras. Hay algo en ti muy especial, algo que atrae al corazón que busca la pureza y la fidelidad a Dios. Ese algo es la gracia divina, que en ti ha sido derramada sobreabundantemente, como nunca antes y nunca después sobre otra criatura humana. Si la contemplación de la creación nos acerca a Dios, la meditación en tu belleza y en tu santidad, Madre, nos transporta al cielo, allá donde ya estás en cuerpo y alma sentada al lado de tu Hijo el Rey.

Cuánto daría por tener los ojos del Niño Jesús para cruzarme con tu mirada de amor mientras estoy en tu regazo. Ser acunado por los brazos que mecieron al Creador del Universo debe ser gloria bendita. Tras el amor del propio Jesús, ¿acaso habrá amor humano más puro, más santo, que el que tú derramaste desde el fondo de tu corazón hacia tu Primogénito y el que derramas ahora hacia todos los que peregrinamos hacia las moradas eternas del Padre?

Querida Madre, aun hoy me estremezco cuando pienso en la obra que hizo en ti el Espíritu Santo. Él te cubrió con su gloria para que de tu carne tomara carne el Hijo del Altísimo. Tanta santidad no te consumió porque Él mismo ya te había llenado de su gracia santificante, esa gracia que te libró del pecado desde tu misma Concepción. Pues bien, Madre, te pido que intercedas ante el trono de Dios para que una chispa de esa gracia more para siempre en mi corazón. Sólo así yo podré servir a tu Hijo y servirte a ti como os merecéis. Pocas cosas agradan tanto a Dios como honrarte, Madre, para mayor gloria de tu Hijo, de quien emanan todos los títulos que te adornan. Y tú siempre, Dulce Madre de Dios, muéstranos a Jesús, para que nuestra mirada no se aparte nunca del Salvador.

Danos Señor el amor que tuviste por tu Madre. Enséñanos a amarla como tú la amaste. Enséñanos a honrarla como tú la honraste. Y no permitas que nadie le robe el lugar que le corresponde en tu bendita obra de salvación.

Luis Fernando Pérez Bustamante