Cristo también se viste de carrilero
No sé cuántos habrá en España, pero sin duda deben ser miles. Me refiero a los carrileros. Son hombres (90-95%) y mujeres que pasan su vida de albergue en albergue, de ciudad en ciudad, durmiendo muchas veces en la calle y comiendo en otras tantas de bocadillos. Durante el mes de julio he podido conocer a unas cuantas decenas de ellos en el centro Fogaril de Cáritas diocesana de Huesca. Y créame el lector que una cosa es leer algún artículo periodístico sobre esa realidad y otra encontrársela cara a cara.
Las razones que pueden llevar a una persona a acabar en el carril son de lo más variadas. Desde la adicción al alcohol hasta la ruptura familiar que provoca la depresión y la desesperación. Desde la enfermedad mental hasta la vida según el modelo del hijo pródigo de los evangelios, derrochador de una herencia copiosa. El caso es que detrás de cada carrilero hay una historia personal plagada de errores o desgracias, o ambas cosas a la vez. Y sin embargo, si dejamos un resquicio abierto en nuestro corazón a la realidad del Reino de Dios, podemos ver a Cristo en medio de ellos. No se trata de idealizar a personas que en muchos casos están recogiendo el fruto de lo que en su día plantaron, pero qué cierto es aquello de que en donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia.