No tomarás el nombre de Dios en vano
No sé bien el porqué, pero uno de los mandamientos que más he procurado tomarme en serio desde que era pequeño, es el de no tomar el nombre de Dios en vano. Es muy significativo que en la oración que nos enseñó Jesús, lo primero que decimos tras reconocer la paternidad divina es "santificado sea tu nombre". Los judíos se tomaron tan en serio ese mandato que evitaban -y evitan- llamar a Dios por su nombre -Yavé-, para que así no hubiera posibilidad alguna de usarlo en vano.
Para mí eso de tomar el nombre de Dios en vano tiene muchas "variantes". No creo que se trate solo de evitar la blasfemia, ni de hablar de Dios en términos despectivos. No, hay una forma mucho más sutil y peligrosa de caer en ese pecado. Por ejemplo, cuando usamos el nombre de Dios, especialmente en la persona del Espíritu Santo, para hacerle decir lo que en realidad queremos decir nosotros. En determinados ámbitos cristianos, tanto católicos como protestantes, es típico oír a muchos decir "el Señor me ha dicho esto" o "el Señor me ha dicho lo otro". Por no hablar de aquellos que están con la palabra "espíritu" en la boca a todas horas para justificar cualquier heterodoxia pasada, presente o futura. En ellos el Espíritu se convierte, pues, en el comodín perfecto al que adjudicar una visión eclesial concreta y la mayor de las veces revolucionaria.