La virtud de callar cuando se tiene que callar
Una de las cosas más interesantes que me han ocurrido desde que he empezado esta odisea de Religión en Libertad, ha sido comprobar lo complicado que resulta el saber mucho sobre determinados temas y, a su vez, el poder decir poco. No porque no pueda, que poder siempre se puede, sino porque no debo. La inmediatez de un medio digital no es muy compatible con esa dinámica, pero creo que es preferible aguardar a que se levante la barrera de la vía del tren a arriesgarse cruzándola indebidamente y que te aplaste la locomotora. Eso sólo te hace quedar mal a ti e incluso puede hacer descarrilar al tren informativo, que de esa manera no llegará a su destino final.
Además, existe un peligro latente en quienes nos dedicamos a estos menesteres. Me refiero a confundir los deseos con la información. Por ejemplo, yo puedo desear que se produzca tal o cual nombramiento o que se publique “cual o tal” nota o documento. Pero no puedo convertir mi voluntad en noticia. Y menos aún puedo deformar la realidad para que coincida con mis deseos. Eso no es decente, no es cristiano, no es periodismo.
Además, la prudencia y la fidelidad a la verdad acaban dando el fruto de la credibilidad y la fiabilidad. Y desde luego si algo hace falta en este mundillo son ambas cosas. Si no las tienes, antes o después te acaban poniendo en tu sitio. Al fin y al cabo la verdad siempre nos hace libres y la mentira o las medias verdades, aunque puedan darnos momentos de satisfacción o gloria pasajera, acaban por convertirnos en esclavos de nuestros propios defectos y de los defectos de los demás.
Mientras siga siendo responsable de Religión en Libertad procuraré tener siempre presente esas dos virtudes. Sin duda cometeré errores. Sin duda podré precipitarme en alguna ocasión. Y sin duda se me colará alguna inexactitud. Pero espero que dentro de un tiempo este portal sea reconocido como fiable, prudente y, sin necesidad de ser “oficialista", eclesial.
Luis Fernando Pérez Bustamante