13.01.10

Apenas un uno por ciento de los franceses son católicos practicantes y fieles al Magisterio

Santa Juana de ArcoEl Instituto Francés de Opinión Pública (IFOP) ha realizado una encuesta sobre la realidad del catolicismo en Francia, que ha sido publicada por el diario La Croix. El resultado revela que en el país galo apenas quedan católicos que practiquen y profesen íntegramente su fe. Mientras que el porcentaje de franceses que aún se declaran católicos llega al 64% -17 puntos menos que en 1965-, tan sólo un 4.5% acude a misa regularmente -un 27% lo hacía en 1965-. Pero incluso entre los que son practicantes, el 63% opina que todas las religiones son iguales, el 75% está en desacuerdo con la doctrina católica sobre la anticoncepción e incluso un 68% cree que la Iglesia debería cambiar su postura sobre el aborto. Además, sólo un 27% de los católicos franceses que van a misa están de acuerdo con que Benedicto XVI defiende bien los valores del catolicismo, mientras que un 34% sostiene que lo hace mal. Todo ello supone que en Francia, apenas un 1% de la población es católica fiel al Papa y al magisterio de la Iglesia.

Hasta ahí los datos. El análisis de los mismos puede plantearse desde muchos puntos de vista, pero sin lugar a dudas estamos ante unas circunstancias que nos han de llevar a afirmar que el catolicismo en Francia es prácticamente inexistente. La Hija Primogénita de la Iglesia se ha amancebado con multitud de amantes. Desde el relativismo hasta el indiferentismo religioso, pasando por el de la heterodoxia abierta y recalando en la apostasía más burda.

¿Quién o quiénes son los máximos responsables de lo ocurrido? Parto de que todos los fieles tienen parte de culpa. La transmisión de la fe es algo que se hace sobre todo en la familia. Y obviamente, ha habido una quiebra casi absoluta en esa tarea de la generación anterior a la actual. Dice la Escritura que si los padres educan a sus hijos en los mandamientos del Señor, estos no se apartarán de ellos cuando sean mayores. Está claro que siempre habrá hijos rebeldes que no hagan caso a sus padres, pero no es menos cierto que por lo general, una buena educación religiosa y cívica da como resultado una descendencia sensata, de hombres y mujeres que pueden lleva verdaderamente el nombre de cristianos. Por tanto, la primera -que no necesariamente mayor- responsable del fracaso del catolicismo en Francia es la familia católica.

Ahora bien, sabemos que la Iglesia es madre y maestra. Y que dentro de la Iglesia, la tarea de cuidar y alimentar al rebaño es de los pastores. Por tanto, los cardenales, arzobispos y obispos franceses -y a otro nivel los sacerdotes y religiosos- son absolutamente responsables de la catastrófica situación de la Iglesia en Francia. Han fracasado porque la mayor parte de los franceses pasan absolutamente de la práctica religiosa. Y, sobre todo, han fracasado radicalmente porque entre los poquísimos que sí practican la fe católica, la mayoría es contraria al magisterio y al Papa. Y eso sí que es grave. La Iglesia puede hacer relativamente poco cuando una sociedad decide paganizarse y tirarse de cabeza por el abismo del infierno. El libre albedrío tiene “estas cosas". Ahora bien, la Iglesia no sólo puede sino que debe asegurarse de que al menos sus fieles lo sean de verdad. ¿Qué hace en una misa católica un señor o una señora que estén a favor de que la Iglesia cambien su postura sobre el aborto? ¿qué hacen en la comunión católica aquellos que piensan que el Papa, precisamente ESTE PAPA, defiende mal los valores del catolicismo? ¿en manos de qué sacerdotes han dejado esos obispos el cuidado y la formación espiritual de los fieles? ¿a quién y a cambio de qué han entregado el alma católica de Francia esos pastores? ¿a quiénes piensan que va a pedir Dios cuentas de lo ocurrido?

Se me preguntará si pienso decir algo aparte de acusar a unos y otros. Pues sí, pero ocurre que yo no soy precisamente la persona más adecuada para plantear soluciones. No he recibido mandato divino ni eclesial para hacerlo. A pesar de lo cual, me atrevo a sugerir esta hoja de ruta:

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12.01.10

Creo que es un grave error proponer un referéndum sobre el aborto

Hace unas cuantas semanas que desde diversas asociaciones civiles favorables a la cultura de la vida se está lanzando la idea de que hay que pedir la realización de un referéndum sobre la futura ley del aborto. Para ello se dan varias razones, algunas de las cuales fueron expuestas ayer desde Profesionales por la Ética. Todos los argumentos a favor del referéndum son muy respetables pero yo tengo dos, que creo bien fundamentados, en contra de dicha propuesta:

1- La dignidad de la vida humana no puede depender, de ninguna de las maneras, del resultado de unas urnas. Forma parte de ese tipo de valores pre-democráticos, que están muy por encima de cualquier constitución, ley o disposición creada por los hombres.

2- La posibilidad muy real de la victoria de la postura pro-abortista, daría una legitimidad “democrática” muy superior a la que tendrá una ley aprobada por el parlamento. En un país donde casi uno de cada siete embarazos acaba en aborto provocado, la aceptación social mayoritaria del aborto es ya un hecho, por mucho que haya un sector importante de la población que entienda que eso es una salvajada. No confundamos el éxito de algunas manifestaciones, por otra parte muy destacable, con la voluntad mayoritaria de los españoles.

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11.01.10

Histeria colectiva en el rojerío contra el arzobispo de Granada

El pasado 20 de diciembre, Monseñor Javier Martínez, a la sazón arzobispo de Granada, predicó una contundente homilía en la Catedral de su archidiócesis. Este arzobispo, que no se caracteriza precisamente por el uso de un lenguaje ambiguo, comparó el holocausto del aborto en nuestra era, con lo ocurrido durante los regímenes nazi y estalinista, cosa que ha enfadado bastante al “progrerío” patrio. Desde un primer momento, el arzobispo recibió todo tipo de críticas, ataques, insultos, difamaciones y demás lindezas propias de quienes usan su escasa inteligencia para practicar con fruición el agitprop.

Entonces, a alguna mente privilegiada de la izquierda encamada con la cultura de la muerte, se le ocurrió que una frase de la homilía podía ser usada ni más ni menos que para meter a don Javier en problemas con la justicia. Concretamente esta:

Pero matar a un niño indefenso, ¡y que lo haga su propia madre! Eso le da a los varones la licencia absoluta, sin límites, de abusar del cuerpo de la mujer, porque la tragedia se la traga ella, y se la traga como si fuera un derecho: el derecho a vivir toda la vida apesadumbrada por un crimen que siempre deja huellas en la conciencia y para el que ni los médicos ni los psiquiatras ni todas las técnicas conocen el remedio.

Ahora bien, estos muchachotes son tan “honestos” que la frase la han cortado de forma que parece que dice otra cosa. La han dejado así: “Pero matar a un niño indefenso, ¡y que lo haga su propia madre! Eso le da a los varones la licencia absoluta, sin límites, de abusar del cuerpo de la mujer“. ¡Qué tíos más listos! Al dejar así la frase, no se ve que el obispo se está refiriendo al hecho de que el abuso al que se refiere el arzobispo está provocado por el mismo hecho de que la mujer aborte y de que ella sufra las consecuencias de dicho acto.

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10.01.10

Monseñor Munilla, permítame que le diga que usted no es el burro

Cuando ayer asistí a la retransmisión que Popular TV (*) hizo de la toma de posesión de Monseñor Munilla como obispo de San Sebastián, fui de esa gran mayoría a los que le pareció perfecta la “comparación” que hizo don José María entre el recibimiento que recibió de sus fieles -con ese histórico e impresionante aplauso- y lo acontecido cuando Cristo fue recibido triunfalmente en Jerusalén. Dijo monseñor: “… me he acordado del borriquillo que Jesús montaba aquel Domingo de Ramos en su entrada en Jerusalén. ¿Os imagináis qué ridículo hubiese hecho aquel asno si hubiese creído que aquellas aclamaciones y aquellos saludos estaban dirigidos a él, en vez de a quien llevaba sobre sus lomos? Le pido al Señor no ser tan `burro´ como para engañarme así“.

Pues bien, aunque se entiende muy bien lo que ha querido decir el obispo, creo que él no puede compararse con el burro y sí con Aquel a quien el burro llevaba. De hecho, monseñor Munilla es Vicario de Cristo en San Sebastián. Si Sta. Catalina de Siena llamó al Papa “nuestro dulce Cristo en la tierra", los fieles guipuzcoanos tienen en don José Ignacio a su “dulce Cristo en la tierra". De hecho, él es sucesor de los apóstoles y uno de ellos, San Pablo, no tuvo reparo en reconocer que los gálatas le habían recibido “como a un ángel de Dios, como a Cristo Jesús” (Gal 4,14).

Sí, es obvio que Monseñor Munilla no es nadie sin Cristo. Como todos nosotros. Pero un obispo no es como todos nosotros. No es igual ser apóstol que no serlo. No es igual ser obispo que no serlo. Ni es igual ser presbítero o diácono, que no serlo. Tan cierto es, como recordó el propio don José Ignacio, que no hay mayor título que el de “hijos e hijas de Dios", como que en la Iglesia debemos honra a quien honra merece, y que los obispos, en cuanto que vicarios de Cristo, han de ser especialmente honrados y, por supuesto, obedecidos. Lo recordó el Nuncio de Su Santidad -vuelvo a decir que creo que nos ha tocado en suerte un gran nuncio- en la alocución previa a la entrega del báculo, cuando citó a San Ignacio de Antioquía en su carta a los tralianos: “Porque cuando sois obedientes al obispo como a Jesucristo, es evidente para mí que estáis viviendo no según los hombres sino según Jesucristo, el cual murió por nosotros, para que creyendo en su muerte podamos escapar de la muerte“. También dijo San Ignacio a los efesios: “Simplemente, pues, deberíamos considerar al obispo como al Señor mismo“. Por cierto, bien haríamos en tener todo esto en cuenta a la hora de juzgar a aquellos obispos que, según nuestro entender, no desarrollan adecuadamente su labor. Incluso aunque tengamos razón, hay líneas que no deberíamos cruzar a la hora de hablar y escribir de ellos. Y esto me lo digo a mí mismo el primero.

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9.01.10

El aplauso de un pueblo agradecido

Sin lugar a dudas, el momento más impresionante de la toma de posesión de Monseñor Munilla como nuevo obispo de San Sebastián ha tenido lugar justo cuando el Nuncio de Su Santidad le ha entregado el báculo y él se ha sentado en su cátedra. Entonces, ha dado comienzo un aplauso sencillamente espectacular, tanto por su intensidad como por su duración. Tan tremendo ha sido que don José Ignacio no ha podido evitar derramar alguna lágrima. Es más, al final ha tenido que ser él quien ha pedido que terminara porque la cosa amenazaba con prolongarse de forma indefinida.

Se pueden dar muchas interpretaciones a dicho aplauso. Desde la de quienes verán en el mismo algo “normal” -pero yo no recuerdo cosa igual en otras ordenaciones o tomas de posesión episcopales- a los que lo compararán con el suspiro de quien se ve libre tras vivir durante años en una situación “complicada". Lo que yo aprecio es el agradecimiento del pueblo de Dios en Guipúzcoa, en especial de aquel que tiene una gran esperanza en que las cosas vayan a mejor con la llegada del nuevo pastor.

Monseñor Munilla ha sido fiel a su estilo en la homilía. No estamos ante un pastor de graves discursos teológicos. Sí estamos ante un pastor que predica el evangelio para que sea entendido por los más sencillos. No hace falta ser doctorado en teología para comprenderle. Pero, por encima de todo, don José Ignacio es un obispo que sabe muy bien qué es ser obispo. Y también qué no es. Por ejemplo, ha estado magistral cuando ha dicho que el aplauso recibido lo entiende como dirigido a Cristo, de quien él es su vicario en esa iglesia local. Se ha comparado a sí mismo con el borriquillo que llevaba en sus lomos al Señor en su entrada triunfal en Jerusalén. La gente vitoreaba a Cristo, no al burro. Pero, ojo, también ha señalado lo absurdo que habría sido que alguna persona se hubiera quedado en casa porque no le gustara el burro.

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