Las autoproclamadas Comunidades de Base (CeBs) y Comunidades Cristianas Populares (CCPs) son un fenómeno peculiar que está presente en buena parte de Iberoamérica. No pienso entrar en analizar lo que son allá, pero en España son la punta de lanza, aunque ya ciertamente desgastada, del extremo-progresismo eclesial. Lo de eclesial es un decir, claro. El grado su comunión con la Iglesia Católica es más bien escaso. Hay bastantes comunidades eclesiales protestantes mucho más cercanas a la fe católica que lo que puedan estar dichas CeBs y CCPs.
Redes Cristianas publicó ayer una profesión de fe de la Comunidad Cristiana Popular de Torrero III, Zaragoza. Vaya por delante que creo que los miembros de dicha comunidad, como todos los españoles, tienen derecho a creer o dejar de creer en lo que les parezca adecuado. Otra cosa es que creyendo lo que creen, pretendan pertenecer a la Iglesia Católica. Y, de paso, que la Iglesia Católica les permita ser miembros.
Esta es mi opinión sobre su credo. Y si digo mi opinión, es evidente que no pretendo que sea la de la Iglesia. Es decir, no hablo en nombre de nadie que no sea yo mismo.
Somos cristianos católicos por casualidad, porque hemos nacido en esta parte del mundo. Sentimos que todos, cada uno desde su creencia, estamos llamados a la superación personal y como grupo, como Humanidad. Nos sentimos parte de este planeta, asediado por la crisis climática, la energética, la alimentaria y otras más, que llena de desolación nuestra Casa Común.
Es cierto que fuimos bautizados católicos por haber nacido en un país católico. Pero eso no es tanto fruto del azar como del hecho de que Dios, que nos tenía en su mente desde antes de la Creación, dispuso que naciéramos donde hemos nacido. Como dijo San Pablo: “Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor. El nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad” (Efe 1,3-5).
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