15.08.14

A tener en cuenta lo dicho por el Papa a los obispos coreanos

El viaje del papa Francisco a Corea está siendo de lo más interesante. Es evidente que estamos ante un Pontífice que sabe hacerse querer allá donde va. Tiene lo que se llama “don de gentes". De entre los muchos temas que ha abordado en sus discursos, hoy quiero fijarme en algo que dijo a los obispos del país asiático. No porque sea lo más importante -o sí-, sino porque señala algo que creo que es necesario corregir no solo en Corea sino en otras iglesias locales:

Queridos hermanos, el testimonio profético y evangélico presenta algunos retos particulares a la Iglesia en Corea, que vive y se mueve en medio de una sociedad próspera pero cada vez más secularizada y materialista.

A veces pienso que a las naciones se les aplica también lo que dijo Cristo del joven rico. Cuanto más prósperas, más fácil es que se alejen de Dios.

En estas circunstancias, los agentes pastorales sienten la tentación de adoptar no sólo modelos eficaces de gestión, programación y organización tomados del mundo de los negocios, sino también un estilo de vida y una mentalidad guiada más por los criterios mundanos del éxito e incluso del poder, que por los criterios que nos presenta Jesús en el Evangelio.

Cierto, cierto y cierto. Tenemos una querencia a adoptar estrategias muy sofisticadas que se convierten en ocasiones en un fin en sí mismo. El P. Iraburu abordó brillantemente esta cuestión (ver sobre todo a partir de “La operatividad caracteriza al voluntarismo semipelagiano") así que no hace falta que insista mucho en ello.

¡Ay de nosotros si despojamos a la Cruz de su capacidad para juzgar la sabiduría de este mundo! (cf. 1 Co 1,17). Los animo a ustedes y a sus hermanos sacerdotes a rechazar esta tentación en todas sus modalidades. Dios quiera que nos podamos salvar de esa mundanidad espiritual y pastoral que sofoca el Espíritu, sustituye la conversión por la complacencia y termina por disipar todo fervor misionero (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 93-97).

Magnífica sentencia del Vicario de Cristo. La Cruz, y no el éxito mundano, es nuestra guía, nuestra regla, nuestra medida para discenirlo todo. Y es vital que el Papa advierta del peligro de perder el fervor misionero. La principal misión de la Iglesia es ganar almas. Todo lo demás, aun siendo importante, está supeditado a ese “objetivo".

El Espíritu Santo no está sujeto a los modos y maneras del mundo. Lo vence, lo conquista y lo transforma. La nueva evangelización no puede consentir en otra cosa que en recuperar algo tan sencillo como la predicación del evangelio de forma sencilla. Hemos de pasar del cristianismo sofisticado que quiere reinventar la rueda al “mero cristianismo” del que hablaba C.S. Lewis. El evangelio es vino nuevo para los odres nuevos y también vino viejo para odres viejos. Que cada odre sepa el vino que le corresponde. Pero tenga siempre muy claro que lo que tiene dentro es vino. No refresco de cola.

Luis Fernando Pérez Bustamante

13.08.14

Pagola, el arriano

“¿Otra vez Pagola?", me preguntará alguno. “¿No te cansas de arremeter contra ese insigne sacerdote, que tantos y tantos libros vende para ser leídos con avidez por miles e incluso millones de católicos?", me dirá otro.

Pues sí, ya ven ustedes, otra vez Pagola. Charlando con un amigo por internet me vino a la menta un párrafo que había leído en una de sus catequesis cristológicas, que para más inri está publicada en un portal católico de la solera de Mercaba. La he buscado y ahí sigue. La cito tal cual (negritas mías):

Jesús es un hombre que no puede ser confundido con Yavé, el Dios de Israel. En los escritos de las primeras comunidades cristianas, Jesús aparece siempre como alguien claramente distinto de ese Dios a quien Jesús llama Padre, a quien ora con fe y confianza en sus largas horas de silencio y soledad (Mc 1, 35; Lc 5, 16), a quien obedeció hasta la muerte (Mc 14, 36) y en cuyas manos abandonó su vida al dar el último aliento (Lc 23, 46).

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10.08.14

¿Libres o esclavos?

Estos días estamos asistiendo en algunos blogs de InfoCatólica a un debate interesante sobre la predestinación, la gracia y el libre albedrío. En relación a este último, muchos sostienen la idea de que el hombre tiene una cierta libertad para oponerse a la voluntad de Dios y pecar. Pues bien, ese tipo de libertad no es precisamente la que Dios dispone para sus elegidos. Cito de la encíclica Libertas Praestantissimum, del papa León XIII:

La libertad, don excelente de la Naturaleza, propio y exclusivo de los seres racionales, confiere al hombre la dignidad de estar en manos de su albedrío (Eclo 15,14) y de ser dueño de sus acciones. Pero lo más importante en esta dignidad es el modo de su ejercicio, porque del uso de la libertad nacen los mayores bienes y los mayores males. Sin duda alguna, el hombre puede obedecer a la razón, practicar el bien moral, tender por el camino recto a su último fin. Pero el hombre puede también seguir una dirección totalmente contraria y, yendo tras el espejismo de unas ilusorias apariencias, perturbar el orden debido y correr a su perdición voluntaria.

Y:

… la voluntad, por el solo hecho de su dependencia de la razón, cuando apetece un objeto que se aparta de la recta razón, incurre en el defecto radical de corromper y abusar de la libertad. Y ésta es la causa de que Dios, infinitamente perfecto, y que por ser sumamente inteligente y bondad por esencia es sumamente libre, no pueda en modo alguno querer el mal moral; como tampoco pueden quererlo los bienaventurados del cielo, a causa de la contemplación del bien supremo. Esta era la objeción que sabiamente ponían San Agustín y otros autores contra los pelagianos. Si la posibilidad de apartarse del bien perteneciera a la esencia y a la perfección de la libertad, entonces Dios, Jesucristo, los ángeles y los bienaventurados, todos los cuales carecen de ese poder, o no serían libres o, al menos, no lo serían con la misma perfección que el hombre en estado de prueba e imperfección.

El Doctor Angélico se ha ocupado con frecuencia de esta cuestión, y de sus exposiciones se puede concluir que la posibilidad de pecar no es una libertad, sino una esclavitud.
Libertas Praestantissimum, 5

¿Queda claro por qué es pelagiano afirmar que la elección del mal pertenece a la verdadera esencia de la libertad?

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9.08.14

Baladas desde el infierno

Quédense bien con su cara, por si se lo cruzan por ahí y tienen a mano agua bendita. Se llama Aníbal Malvar y, según wikipedia, es periodista y escritor. Pero basta leer su último artículo publicado en Público, titulado “Salvad al curita Pajares”, para darse cuenta que por encima de todo es eso que mi abuelo paterno llamaba “mala gente".

Sí, hay que ser mala gente para llamar “misionerito meapilas expuesto voluntariamente al virus” del ébola al P. Miguel Pajares. A lo que se ve, este sujeto preferiría que los misioneros africanos regresaran en masa dejando tirados cual si fueran perros a todos los enfermos de ébola… de malaria, de Sida, de etc.

De hecho, si algo cabe lamentar en lo ocurrido en estos días es que no se hubiera aprovechado el avión que fue a recoger al misionero para traerse a las religiosas que estaban con él. Una de ellas ya ha muerto. Es claro que España no puede traer a todos los enfermos, pero en serio, ¿qué costaba hacer un esfuerzo suplementario para no dejar tiradas a esas buenas mujeres?

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8.08.14

Sobre el libro-entrevista al cardenal Müller

Como informamos hace casi un mes -algunos parecen haberlo descubierto ahora-, la BAC sacó un librito-entrevista al cardenal Müller, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. A los dos días que publicáramos la noticia, me lo leí. Se tarda apenas una hora, hora y media en hacerlo, así que como se pueden imaginar, no ocupa un lugar físico importante en la estantería.

Seamos claros. El cardenal no dice nada nuevo, pero ha prestado un magnífico servicio a la Iglesia con este librito. Explica la doctrina de la Iglesia sobre el sacramento del matrimonio, su indisolubilidad, el carácter pecaminoso del adulterio -divorciados vueltos a casar-, la necesidad de no estar en pecado mortal para acercarse a comulgar, etc. Y añade, cosa que tampoco es nuevo, que ni un Papa ni un concilio ecuménico puede cambiar la doctrina de la Iglesia.

Ahora bien, las cosas se pueden explicar mal, regular, bien o muy bien. Y el prefecto las explica muy bien. Una vez que está clara cuál es la doctrina católica sobre esas cuestiones, aborda el peligro de una idea que corre libremente por el seno de la Iglesia. Y es eso de que una cosa es la sana doctrina y otra lo que la gente debe vivir, y una cosa es la misericordia de Dios por un lado y por otro lado su justicia. Dice el prelado alemán, del que les recuerdo que su opinión tiene más peso magisterial que la de cualquier otro cardenal -obviamente no más que la del Papa- debido a su cargo:

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