El Pobre
Escrito el 15 de noviembre del 2006. Publicado en Infocatólica el 25 de marzo del 2016
Tengo hambre, frío y dolor en mis huesos. Veo pasar a la gente a toda prisa. Vienen de lugares ignotos y se dirigen a un destino incierto, pero sus miradas reflejan la ansiedad de quienes nunca se conforman con lo que tienen. Siempre quieren más. ¿Y yo? aquí tirado en la acera, sin más calor humano que la sonrisa que de vez en cuando me dirige un niño. Benditos los ojos de esas criaturas que reflejan la mirada de mis ángeles. Muy de vez en cuando, alguno de mis hermanos se convierte en niño y me dirige algunas palabras de consuelo. No sólo eso. Incluso me echa algunas monedas en el cesto para que ese día pueda comer algo caliente. No sabe que esas monedas las guardaré en un arca de oro que tengo en mi casa celestial. El día en que les reciba en los atrios de mi Templo en el cielo, reconocerán en mí a ese pobre al que entregaron parte de sus ganancias, y yo les devolveré esas monedas convertidas en bendiciones eternas.
Pero, no os quiero engañar. Son pocos los que me ayudan. Y, hasta ahora, sólo una dulce mujer tuvo a bien invitarme a su casa a comer. Ella era de mediana edad. Su nombre os será revelado el día en que vengáis todos a mi ciudad de oro. Me atendió como a un hijo, como a un hermano pequeño. No sólo supo darme alimento y limpiar mis rodillas llagadas. También me habló de su Señor. Aquella bendita mujer no sabía que tenía delante a su Amado. Por eso, sus palabras sinceras y llenas de amor conmovieron mi alma profundamente. No cantaba alabanzas pero sus palabras eran adoración pura y sencilla. Su corazón era como el de aquella niña que un día me prometió amor eterno. Santa inocencia en cada uno de sus pensamientos.
Hermanos, ¿cuántas veces os he llamado a voces desde los ojos de un pobre? ¿cuántas? Y no me habéis respondido. Alguno de vosotros ibais cantando preciosos coritos cristianos en los que mi nombre es exaltado, mientras vuestros ojos se cruzaron con los míos. Pero en ese momento, yo recibí vuestro silencio. Silencio de amor. Fría soledad que duele más en el alma que el hambre en el estómago.
Aún estáis a tiempo, queridos. Yo volveré a estar arrodillado en las aceras de vuestras ciudades, en los cruce de los caminos que llevan a vuestros pueblos. Esperaré una mirada, unas monedas. Sé que muchos no sois tan diferentes de aquella bendita mujer. Ni tan siquiera os pido que hagáis como ella, pero al menos, necesitaré vuestra sonrisa. Ese será mi alimento.
Juglar del Señor
©Luis Fernando Pérez Bustamante
5 comentarios
Yo también creo que hay por ahí muchos que #con un pequeño empujoncito# iniciado desde el Cielo, no serían tan distintos de esa bella mujer. Seamos como ella. Queramos ser como ella. Dios proveerá.
No dudo de esas terribles cifras dadas por otro comentarista. Pero no es menos cierto, porque lo vivo cada día en nuestra querida España, en mi querida Galicia, que nos hemos atado a un estilo de vida muy gastizo. Nacen pocas personas, y a esas pocas nos llevan, o al menos nos quieren llevar, a un consumo elevado de cosas nada necesarias e incluso nada recomendables. Eso hemos de valorarlo también. Un círculo vicioso. La pescadilla que se muerde la cola.
Seamos generosos con el que tiene menos. Pronto el domund.
Lo que usted ha puesto es TAL CUAL.
No hacen falta más palabras.
Sólo añadiría que a veces tenemos la costumbre de ir a buscar al pobre sin techo, sin hogar, lejos de nosotros, incluso hacemos varios kilómetros para llegar hasta él, y no nos damos cuenta que el pobre está más cerca de nosotros que lo que pensamos. Quizá el pobre que está cerca de nosotros esté bien peinado y bien vestido, quizá hasta se levanta temprano para acudir a su trabajo. Quizá vive unas calles más arriba de nosotros. Pero en el momento que pasó a nuestro lado, en ese momento necesitó una sonrisa de nosotros, una palabra de aliento, .... Pero a él nadie le vio. La gente corriendo de un lado para otro buscando pobres. Le tenían tan cerca...
Pobre puede ser cualquiera que pasa a nuestro lado.
Dejar un comentario