Coronavirus: ¿quién ha hablado con Dios para decir algo con certeza?
Desde hace algunas semanas parece que se ha puesto en marcha una competición para ver qué eclesiástico, especialmente si es obispo, dice de forma más contundente que la actual pandemia provocada por el coronavirus no es un castigo de Dios. Y a su vez, aunque en mucha menor medida, han aparecido aquellos que dan por hecho, con certeza dogmática, que sí estamos asistiendo a un castigo divino.
Me van a permitir que les pregunte a unos y otros: ¿acaso han recibido alguna revelación especial? ¿quizás han marcado en sus móviles (celulares), el número de teléfono del cielo y Dios Padre les ha respondido a sus preguntas?
Los que niegan que lo que está ocurriendo es un castigo divino dan argumentos realmente peculiares:
- Dios no castiga nunca.
- Dios es bueno y no castigaría a inocentes. Si esto fuera un castigo de Dios, entonces Dios sería malo.
- Es la naturaleza quien nos castiga.
Quien dice que Dios no castiga nunca no se ha leído la Biblia o, lo que es peor, se la ha leído pero ha decidido que lo que él cree saber de Dios es más verdadero que lo que aparece en la Revelación escrita. Son casi todos hijos de Marción, aquel hereje que decía que el Dios del Antiguo Testamento era malo a diferencia del Dios del Nuevo Testamento.
Son también aquellos que han desechado la enseñanza bíblica y tradicional que nos muestra que todos han caído en Adán y:
… según está escrito: “No hay un justo, ni siquiera uno." "No hay un sabio, no hay quien busque a Dios." ”Todos se desviaron, se corrompieron a la vez; no hay quien haga el bien, ni siquiera uno”
Rom 3,10
Incluso los que hemos recibido el don de la fe, éramos por naturaleza hijos de la ira:
Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás.
Efe 2,1-3
De hecho, ¿no nos advierte el apóstol sobre la necesidad de no vivir como viven los sin Dios?
Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas.
Col 3,5-7
Y si, como ocurre a menudo, vivimos como viven los que no tienen fe, ¿creemos acaso que el Señor nos va a dejar sin castigo?
Pues si la palabra comunicada a través de ángeles tuvo validez, y toda transgresión y desobediencia fue justamente castigada, ¿cómo escaparemos nosotros si desdeñamos semejante salvación, que fue anunciada primero por el Señor, confirmada por los que la habían escuchado, a la que Dios añadió su testimonio con signos y portentos, con milagros varios, y dones del Espíritu Santo distribuidos según su beneplácito?
Heb 2,2-4
¿Qué parte no se entiende de esta advertencia del Señor?
Yo, a cuantos amo, los reprendo y castigo; ten, pues, celo y conviértete.
Ap 3,19
Por último, aquellos que niegan que Dios castiga, ¿cómo pueden creer en el valor salvífico de la Cruz?:
Pero él fue traspasado por nuestras iniquidades, molido por nuestros pecados. El castigo, precio de nuestra paz, cayó sobre él, y por sus llagas hemos sido curados.
Isa 53,5
Tampoco deberíamos ignorar un hecho. Para el cristiano, morir en gracia está lejos de ser un castigo. Al contrario, es el mayor regalo que puede recibir de Dios. Es San Pablo quien dice que, siquiera en parte, “desea morir para estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor” (Fl 2,13). No anhelamos la muerte, pero lejos de nosotros creer que la misma tiene la última palabra, pues:
… ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni las cosas presentes, ni las futuras, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni cualquier otra criatura podrá separarnos del amor de Dios, que está en Cristo Jesús, Señor nuestro.
Rom 8,38-39
Patético es aquel que diciéndose cristiano es capaz de creer que lo creado tiene una capacidad volitiva y punitiva de la que carece Dios. La idolatría a la “madre naturaleza", a la que se atribuyen intenciones que sólo pueden ser divinas, es incompatible con la fe de nuestros padres. Huyamos pues de los nuevos profetas de Baal, ídolo pagano que adopta ahora el disfraz de ecologismo radical.
Tampoco es conveniente que sigamos los pasos de los profetas sobrevenidos, que sin anunciarnos previamente un inmediato castigo divino, ahora parecen convertirse en los trompeteros de la ira de Dios, los altavoces cualificados del tiempo apocalíptico,
Más seguro es ver qué nos dicen aquellos que advirtieron que estábamos entrando en plena apostasía, que el Señor no podía pasar por alto tanta traición de la fe entregada de una vez para siempre a los santos, tanta mundanización de la Iglesia, tanto dejarse iluminar por el mundo, tanto desprecio y abandono de la realeza social de Cristo. Ahora bien, ¿cuántos de ellos tienen fama de santidad y pueden ser considerados como verdaderos profetas en nuestro tiempo? Confieso que no lo sé. Aunque también es cierto que no hace falta ser profeta para advertir que la apostasía acaba siendo castigada por el Señor.
En lo que seguro no erraremos es si, movidos por la gracia, vivimos estos días como si fueran de verdad un tiempo de castigo del Señor, y nos convertimos “a Dios con obras dignas de penitencia” (Hch 26,20). Imitemos a los ninivitas aunque no hayamos oído antes la predicación de Jonás. No se ha emitido decreto alguno que nos obligue a confinar nuestras almas en la cueva de la cobardía y la tibieza. Es tiempo de penitencia, de ayuno, de oración continua, de reparación por nuestros pecados y los del mundo. Si enfermamos o enferman y mueren nuestros seres queridos, ofrezcamos nuestro sufrimiento al Señor. Si permanecemos sanos, clamemos a Dios para que nos haga más santos en este tiempo.
Hoy, como siempre, santidad o muerte.
Luis Fernando Pérez Bustamante