Don Celso, llega usted unos 40 años tarde
El arzobispo de Mérida-Badajoz está muy apenado por los planes del gobierno social-comunista de España. Está convencido de que lo que pretende es “sacar a Dios totalmente de la vida social".
El prelado español apela a la encíclica Caritas in Veritate de Benedicto XVI, concretamente a su punto 29 en el que se lee:
Dios es el garante del verdadero desarrollo del hombre en cuanto, habiéndolo creado a su imagen, funda también su dignidad trascendente y alimenta su anhelo constitutivo de «ser más». El ser humano no es un átomo perdido en un universo casual, sino una criatura de Dios, a quien Él ha querido dar un alma inmortal y al que ha amado desde siempre.
Y:
Cuando el Estado promueve, enseña, o incluso impone formas de ateísmo práctico, priva a sus ciudadanos de la fuerza moral y espiritual indispensable para comprometerse en el desarrollo humano integral
La solución, según don Celso, es esta:
Por todo ello, me parece tan fundamental que el Estado, sobre todo, defienda y promueva siempre el derecho a la libertad religiosa. Cierto que hay que estar muy atentos para que el ejercicio de este derecho no sea una cobertura para la obtención moralmente ilícita de poder y riqueza, mediante la violencia, sea física o moral; pero este fanatismo religioso, que impide el verdadero desarrollo humano, no puede ser tampoco cobertura para que el Estado y sus instituciones no respeten y fomenten el derecho fundamental a la libertad religiosa en su plenitud de contenido.
Vamos por partes.
Don Celso tiene razón en que es lamentable que se quiera sacar a Dios totalmente de la vida social. Pero eso no ocurre ahora en el año 2020. Es lo que viene ocurriendo en España desde que se aprobó la Constitución de 1978. Es decir, se está cumpliendo al pie de la letra aquello de lo que advirtió “Don Marcelo", cardenal primado de España, en su Instrucción pastoral previa al referéndum sobre dicha Constitución. Cito:
Estimamos muy grave proponer una Constitución agnóstica –que se sitúa en una posición de neutralidad ante los valores cristianos- a una nación de bautizados, de cuya inmensa mayoría no consta que haya renunciado a su fe. No vemos cómo se concilia esto con el “deber moral de las sociedades para con la verdadera religión”, reafirmado por el Concilio Vaticano II en su declaración sobre libertad religiosa (DH, 1). No se trata de un puro nominalismo. El nombre de Dios, es cierto, puede ser invocado en vano. Pero su exclusión puede ser también un olvido demasiado significativo.
Consecuencia lógica de lo anterior es algo que toca a los cimientos de la misma sociedad civil: la falta de referencia a los principios supremos de ley natural o divina. La orientación moral de las leyes y actos de gobierno queda a merced de los poderes públicos turnantes. Esto, combinado con las ambigüedades introducidas en el texto constitucional, puede convertirlo fácilmente, en manos de los sucesivos poderes públicos, en salvoconducto para agresiones legalizadas contra derechos inalienables del hombre, como lo demuestran los propósitos de algunas fuerzas parlamentarias en relación con la vida de las personas en edad prenatal y en relación con la enseñanza.
Como ve usted, don Celso, don Marcelo dijo que iba a pasar lo que ha venido pasando en estos últimos 41 años, de forma que lo de ahora es solo un paso más en esa dirección.
La cuestión es muy fácil. Si se asume, se defiende, se alienta y se hace apologética favorable a un sistema, el democrático liberal, por el cual se aparta a Dios y su ley al ámbito de la intimidad de cada cual, y todo depende del sentido del voto a la hora de decidir cuáles han de ser la leyes y cuál la orientación de la sociedad, luego no nos podemos rasgar las vestiduras.
No se puede defender la democracia que “retira” la soberanía de Dios para entregarla en manos del pueblo -o sea, de la masa adoctrinada por élites partitocráticas- y luego lamentarse del divorcio, el aborto, todo positivismo jurídico contrario a la ley natural, etc. Como dijo un buen sacerdote extremeño en una conferencia reciente, recogiendo el pensamiento de Mons. Guerra Campos, “la incoherencia consiste en que se aprueba el árbol y después se rechazan los frutos” y “con los votos de los fieles católicos se han implantado los mismos males que luego se critican".
Dice don Celso que la solución pasa porque el Estado defienda el derecho a la liberad religiosa. Ni que decir tiene que se refiere a la libertad religiosa según el Concilio Vaticano II. Leemos en Dignitatis Humanae:
Este derecho de la persona humana a la libertad religiosa ha de ser reconocido en el ordenamiento jurídico de la sociedad, de tal manera que llegue a convertirse en un derecho civil.
Dicha libertad religiosa, según el CVII, no es solo para la relgión católica o la religión mayoritaria en un pueblo o nación, sino para todas:
Si, consideradas las circunstancias peculiares de los pueblos, se da a una comunidad religiosa un especial reconocimiento civil en la ordenación jurídica de la sociedad, es necesario que a la vez se reconozca y respete el derecho a la libertad en materia religiosa a todos los ciudadanos y comunidades religiosas.
De hecho, en la Constitución española hay una mención especial a la Iglesia Católica junto al resto de confesiones religiosas. Artículo 16.3
Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones.
Dice también el CVII en DH:
Es patente, pues, que los hombres de nuestro tiempo desean poder profesar libremente la religión en privado y en público; y aún más, que la libertad religiosa se declara como derecho civil en muchas Constituciones y se reconoce solemnemente en documentos internacionales.
El propio arzobispo indica en su carta que la libertad religiosa no es absoluta pues no puede cubrir el “fanatismo religioso". Ocurre que hoy, en España, gracias a las leyes aprobadas por el poder legislativo, defender la indisolubilidad del matrimonio, el derecho a nacer -la ley dice que lo hay para abortar-, oponerse al “matrimonio” homosexual, combatir la ideología de género, etc, tiene ya la consideración de “fanatismo religioso” para gran parte de la sociedad y desde luego para gran parte del poder legislativo y para el actual poder ejecutivo. En un régimen aconfesional no le corresponde a una confesión religiosa, sea la que sea, dictaminar los límites de la libertad religiosa. Puede dar su opinión, puede ser una voz más, pero finalmente, decide la mayoría.
España, gracias al cambio de régimen que apoyó gran parte de la jerarquía católica, gracias a los fundamentos establecidos por la Constitución de 1978, pasó de ser una nación con un poder político que la dotaba de “leyes católicas” (S. Juan XXIII sobre Franco) a ser un puntal mundial de la ingeniería social, del Nuevo Orden Mundial, del liberalismo ilustrado, primero en su versión “suave” y ahora más radical. Primero se puso a Dios en un lugar secundario de la vida social, en la práctica reducido al ámbito de lo privado. Ahora se le expulsa del todo. Pero esta expulsión no es esencialmente diferente de lo que ya ocurrió hace 40 años. Simplemente, se nota más.
Lejos parecen aquellos tiempos en que desde la Iglesia se defendía al Reinado Social efectivo, no meramente nominal, de Cristo. Lejos los tiempos en que se consideraba un error decir que “en esta nuestra edad no conviene ya que la Religión católica sea tenida como la única religión del Estado” (Syllabus LXXVII). Lejos los tiempos en que se consideraba que el error, también en materia religiosa, no puede tener derechos. De hecho, quien defiende la verdad, la Tradición, en estas materias es considerado un fanático religioso -además de cismático- no ya por la sociedad, sino por gran parte del pueblo de Dios.
Don Celso, es de agradecer que usted advierta de lo que se nos viene encima, pero no es otra cosa que la cosecha de lo que se ha ido sembrando en las últimas décadas. Si no se apunta a la raíz del drama, de poco valen los lamentos. Si no hay conversión auténtica de toda la Iglesia, de los fieles y de la jerarquía, si no hay vuelta a la Tradición, a ser testigos de la sana doctrina sobre el Reinado Social de Cristo, si no regresamos a “las sendas antiguas” donde hallamos “descanso para el alma” (Jer 6,16), solo nos puede pasar lo que dijo el Señor por boca del profeta:
Pues mi pueblo se ha olvidado de Mí, queman incienso a la vanidad. Flaquearon en su andar por las sendas antiguas, y caminaron por senderos, por caminos no allanados, convirtiendo su tierra en desolación, en escarnio perpetuo. cualquiera que pase por ella se quedará atónito, y moverá la cabeza.
Jer 18,15-16
Si seguimos ofrendando incienso al Baal de la democracia liberal, del consenso con los enemigos de Cristo, solo obtendremos mas oprobio y fruto de apostasía.
Más si movidos por la gracia pedimos perdón por nuestros pecados y confesamos a Cristo como rey de nuestras vidas, de nuestras familias y, por supuesto, de nuestras naciones, quizás enfrentemos el martirio, pero podremos presentarnos ante el Señor diciendo “siervos inútiles somos, lo que debíamos hacer hicimos” (Luc 17,10).
¡¡Viva Cristo Rey!!
Luis Fernando Pérez Bustamante