Pin, piripín, pin, pin

Llevamos días en España con un acalorado debate sobre el denominado “pin parental” aprobado por el gobierno de la comunidad autónoma de Murcia y denunciado por el gobierno social-comunista de Sánchez e Iglesias.

El pin parental es una solicitud escrita que va a dirigida a los directores de los centros educativos en la que los padres piden que les informen previamente sobre cualquier materia, charla, taller o actividad que afecte a cuestiones sobre moral sexual, identidad de género, feminismo o  “diversidad” LGTBI, de tal forma que los padres den o nieguen su consentimiento para que sus hijos asistan. 

El mero hecho de que se ponga en duda el derecho de los padres a tener control sobre lo que se enseña a sus hijos en la escuela en esas materias indica ya el nivel de descomposición de la sociedad española.

Seamos claros. Lo que hay que combatir en primer lugar no es el pin parental sino que se use la escuela para pervertir niños. Y cuando hablo de pervertir, no exagero. Elentir nos cuenta en su blog Contando Estrellas que en La Coruña se dan talleres sobre “vivencia del placer escolar” para niños de 4 y 5 años. Y que no se diga que esto es cosa solo de la izquierda. El Partido Popular del señor Casado y el señor Feijoó, votó a favor de esa salvajada. 

La idea de que “a mí me importa un pimiento cómo eduquen en la escuela al hijo del vecino, mientras al mío no le eduquen igual” es tentadora. Pero resulta que “mi hijo” va a convivir, a entablar amistar, a construir su personalidad al lado de todos los “hijos de los vecinos". Por tanto, el problema mayor no es cómo eduquen a nuestros hijos, sino cómo quieren educar a TODOS los niños y adolescentes. 

Dijo la ministra Celaá, que se califica así misma como católica, que “No podemos pensar de ninguna de las manera que los hijos pertenecen a los padres”. Ciertamente los hijos no son mascotas, no son bienes de consumo, no se les compra en el supermercado o en el concesionario de coches. Pero mucho menos son propiedad del estado y de una clase política perversa, mentirosa, totalitaria, soberbia, que se considera dueña del pueblo al que debería servir.

El derecho de los padres sobre la educación de los hijos no es absoluto. Si yo quiero educar a mi hijo en el odio y la violencia, es lógico que se me impida. Pero a menos que se considere que la moral católica es fuente de odio y violencia, ¿cómo se me puede impedir que vele para que mi hijo sea educado en la misma?

¿Pueden un padre y una madre auténticamente católicos consentir que a sus hijos se les eduque en la idea de que el aborto es un derecho, las relaciones homosexuales tan legítimas moralmente como las heterosexuales y que el sexo no viene dado por la naturaleza sino por la elección de cada cual? No, no pueden. Y es absolutamente legítimo oponerse y luchar contra el Estado que quiere imponer tal cosa. Porque, señores, si uno no lucha por sus hijos, ¿por qué va a luchar?

Muchos dirán que es imposible luchar contra el Leviatán estatal, que tiene todo el poder coercitivo en sus manos. Y que por tanto, solo cabe agachar la cabeza y asumir la realidad. Y que siempre se puede contrarrestar en casa aquello que nuestros hijos reciben en la escuela. Ciertamente hay que hacer esto último pero, ¿de verdad piensan que ese monstruo, ese dragón llamado democracia, va a conformarse con tener el control sobre nuestros hijos en la escuela? ¿de verdad creen que no van a meterse en nuestros hogares para que no eduquemos a nuestros hijos conforme a aquello en lo que creemos? ¡Ilusos! Esta es una guerra por el alma de nuestros pequeños, de nuestros jóvenes. Y si no luchamos, si no peleamos por aquello que más queremos, no seremos dignos de ser llamados padres y católicos.

¿Y la Iglesia qué? Pues en su mayor parte, feliz de haber promovido la aconfesionalidad del estado que niega la Realeza Social de Cristo. Bravo, señores. Recogemos lo sembrado. Esta es la consecuencia por traicionar a nuestro Señor a cambio de las treinta monedas de plata de amoldarse al mundo. Se pasó en una generación de una Iglesia de mártires a una de juramentados. A Dios gracias que siempre queda un remanente fiel.

Ahora los obispos pretenderán que la democracia no es esto, que cabe el diálogo con quienes quieren pervertir a nuestros hijos, que etc. Tras dos millones de niños asesinados antes de nacer, tras la aniquilación de la ley natural, ¿todavía no han aprendido lo que es este sistema? ¿todavía tienen el cuajo de alabarlo? ¿cómo era eso de que “por sus frutos los conoceréis"?

Repito. Esto no va de un “pin". Esto va de resistir a Satanás, león rugiente que busca a quien devorar. Y nuestros pequeños son sus piezas más codiciadas. Que el Señor reprenda a los cobardes y a los tibios. Y que, por la intercesión de su Madre y Madre nuestra, dé fuerzas a los padres verdaderamente cristianos para resistir.

Ahora y siempre: ¡Viva Cristo Rey!

Luis Fernando Pérez Bustamante