Pagola se nos ha hecho pentecostal
En su última “reflexión” semanal, el sacerdote y teólogo vasco José Antonio Pagola, da su visión sobre lo que debe ser el verdadero cristianismo, alejado de doctrinas, normas y ritos externos que, a lo sumo, vienen a ser la decoración de la “verdadera” vida espiritual.
Pagola empieza su artículo con una tesis ciertamente peculiar:
Algunos ambientes cristianos del siglo I tuvieron mucho interés en no ser confundidos con los seguidores del Bautista. La diferencia, según ellos, era abismal. Los «bautistas» vivían de un rito externo que no transformaba a las personas: un bautismo de agua. Los «cristianos», por el contrario, se dejaban transformar internamente por el Espíritu de Jesús.
Resulta que ese “rito externo” fue asumido por el mismísimo Jesucristo, que se hizo bautizar por San Juan. Resulta que el bautismo del agua fue siempre cosustancial con el cristianismo, siquiera sea porque fue lo que Cristo mandó hacer a sus apóstoles, y siquiera sea porque lo primero que hicieron aquelos que creyeron las palabras de San Pedro en la primera predicación pública de la Iglesia fue bautizarse (Hech 2,41).
Y eso de que el bautismo de agua no “transforma” a las personas, ¿de dónde se lo saca este sacerdote “católico"? A menos que también hayan cambiado esa doctrina -hoy puede pasar cualquier cosa- el bautismo lava todos los pecados de aquel que lo recibe -en el caso de los bebés, el pecado original-. De hecho, no se me ocurre nada más transformador que pasar de no ser hijo de Dios a serlo.
Sigue Pagola:
Olvidar esto es mortal para la Iglesia. El movimiento de Jesús no se sostiene con doctrinas, normas o ritos vividos desde el exterior. Es el mismo Jesús quien ha de «bautizar» o empapar a sus seguidores con su Espíritu. Y es este Espíritu el que los ha de animar, impulsar y transformar. Sin este «bautismo del Espíritu» no hay cristianismo.
Ocurre que Cristo instituyó los sacramentos para algo. Empezando por el Bautismo, la Eucaristía y la Confirmación. Por el bautismo pasamos a ser parte del cuerpo de Cristo, por la Eucaristía nos alimentamos del Cuerpo de Cristo y por la Confirmación nos unimos “más íntimamente a la Iglesia” y nos enriquecemos “con una fortaleza especial del Espíritu Santo” (CIC 1285). Es decir, lo que para ese señor son meros ritos, resulta que son el alma de la vida cristiana.
Habla Pagola del “bautismo del Espíritu", como algo sustancialmente separado del bautismo del agua. Esa es una terminología propia del pentecostalismo. En el bautismo católico de agua YA OPERA el Espíritu Santo -de hecho nos bautizamos también en su nombre-. En el libro de Hechos vemos que San Pedro pide inmediatamente el bautismo de agua cuando el Espíritu Santo desciende sobre aquellos gentiles a los que había predicado el evangelio (Hech 10,44-48). Es propio de protestantes pentecostales enseñar lo que enseña Pagola.
Sigue:
No lo hemos de olvidar. La fe que hay en la Iglesia no está en los documentos del magisterio ni en los libros de los teólogos. La única fe real es la que el Espíritu de Jesús despierta en los corazones y las mentes de sus seguidores. Esos cristianos sencillos y honestos, de intuición evangélica y corazón compasivo, son los que de verdad «reproducen» a Jesús e introducen su Espíritu en el mundo. Ellos son lo mejor que tenemos en la Iglesia.
Ya lo saben ustedes. La fe que enseña el Magisterio no es la fe real. Y el que no esté de acuerdo, es que necesita ser despertado por el Espíritu de Jesús. Según Pagola, debemos pasar de las tinieblas de la teología y el magisterio a la luz de la verdadera espiritualidad. La cual consiste, al parecer, en tener una intución evangélica -traducido: el evangelio consiste en aquello que intuyo- y el corazón compasivo -traducido: asuman ustedes la heterodoxia del capítulo VIII de Amoris Laetitia-.
Continúa este profeta del neomodernismo:
Desgraciadamente, hay otros muchos que no conocen por experiencia esa fuerza del Espíritu de Jesús. Viven una «religión de segunda mano». No conocen ni aman a Jesús. Sencillamente creen lo que dicen otros. Su fe consiste en creer lo que dice la Iglesia, lo que enseña la jerarquía o lo que escriben los entendidos, aunque ellos no experimenten en su corazón nada de lo que vivió Jesús. Como es natural, con el paso de los años, su adhesión al cristianismo se va disolviendo.
Confieso, mísero de mí, que yo creo lo que dicen otros. Concretamente lo que dijeron los apóstoles, los santos, los papas y los concilios doctrinales. Es más, creo lo que me enseñaba mi madre Amelia de pequeño antes y después de mi primera comunión. Y sigo recordando con emoción aquella vez que mi padre José Luis entró en mi habitación para pedirme que rezáramos un padrenuestro porque acababan de atentar contra San Juan Pablo II. Y es imposible que me olvide de cuando mi tía y madrina Angelines (*) me llevaba por varias iglesias del barrio de Estrecho y Tetuán en Madrid para los oficios de Semana Santa. Y porque ellos se encargaron de bautizarme, de educarme en la fe y de que comulgara, Cristo vivía en mi corazón. Y cuando por razones que no viene al caso me alejé de esa fe de mis padres y de la Iglesia, el Señor tuvo a bien devolverme a la misma gracias a lo que San Juan Enrique Newman “me dijo” en sus libros y lo que los Padres de la Iglesia “me dijeron” a través de esos libros. Y por eso sé en quién he creído.
En otras palabras, mi religión es de “segunda mano", porque hay una causa primera de mi que es Dios mismo que opera por la causa segunda de la Tradición, a través de la cual recibí y recibo “la fe transmitida de una vez para siempre a los santos” (Jud 3). Porque si tuviera que fiarme de mis intuiciones, mis “pensaciones", mis experiencias más o menos místicas, acabaría siendo un “illuminati” y no un católico apostólico y romano.
Arrancar la Tradición, el dogma, la sana doctrina del alma católica es lo mismo que asesinarla. Proponer a cambio una espiritualidad basada en el puro subjetivismo de lo que experimentamos o creemos experimentar, es dejar al alma en manos del populismo demagógico de los falsos profetas de la falsa primavera eclesial.
En esa tarea de “descatoliquizar” las almas coinciden modernistas y neomodernistas. Los primeros detestan el dogma y lo combaten abiertamente. Los segundos dicen que lo verdaderamente importante es el “encuentro personal con Jesús”, como si la fe objetiva, la del Credo, la que nos dice precisamente quién es Jesús, fuera algo más o menos secundario. El que quiera un encuentro personal con Jesús, que se confiese y comulgue con frecuencia, que se arrodille habitualmente ante un Sagrario. Allí está Cristo. No son meros ritos. Son verdad y vida.
Que la Santísima Virgen nos lleve en su regazo a los pies de Cristo y nos obtenga por su intercesión el ser libres de caer en las trampas de los enemigos de la fe católica. Especialmente de los que la quebrantan desde dentro de la Iglesia.
Laus Deo Virginique Matri
Luis Fernando Pérez Bustamante
(*) Mi tía falleció ayer. Ruego oraciones por su alma