La única solución posible a la crisis de la Iglesia
Es la primera vez que cuento esto de forma pública, pero lo creo necesario.
Ávila, España, principios de siglo XXI. II Congreso Camino a Roma -testimonios de protestantes convertidos al catolicismo- celebrado por Miles Iesu en este país. Con la presencia de dos cardenales curiales: los colombianos Castrillón Hoyos y López Trujillo, ambos ya fallecidos. En el programa figuraba una intervención del cardenal Castrillón. Dio una charla de “aliño", en la que como cabía esperar habló de la situación con la FSSPX, y al finalizar, mientras iba camino de la salida, levantó la voz para que todos los presentes le pudieran oír. Seguramente no soy capaz de repetir sus palabras exactas, pero me acuerdo perfectamente del sentido de las mismas:
“Queridos fieles, en cuanto a los escándalos que salen en los medios de comunicación de sacerdotes que han cometido inmoralidades, recordad: una vez sacerdote, sacerdote para siempre. Debemos proteger a nuestros sacerdotes, nunca denunciarles".
Algunos de los presentes, ciertamente no todos y no la mayoría, aplaudieron. Yo, que debía dar mi testimonio poco después y que había regresado a la Iglesia apenas año y medio antes, me quedé pensando si lo mejor no era salir corriendo de allí. Era todo un cardenal defendiendo públicamente a sacerdotes abusadores sin hacer la menor mención a sus víctimas.
Las palabras del purpurado colombiano reflejaban bien a las claras lo que buena parte de la jerarquía católica de finales del siglo XX pensaba acerca de los abusos sexuales cometidos contra niños y adolescentes. Es más, seguramente también reflejaba lo que muchos cardenales y obispos pensaban que había que hacer con sacerdotes cuya inmoralidad sexual era patente, aunque no estuvieran menores de edad involucrados. Lo importante era proteger a esos curas indignos.
Casi 20 años después hemos asistido a un evento en el Vaticano titulado "La Protección de los menores en la Iglesia", con la participación de los presidentes de las conferencia episcopales de todo el mundo. Pues bien, comparen estas palabras de Juan Pablo II a cardenales de EE.UU en el año 2002:
Como a vosotros, también a mí me ha dolido profundamente que algunos sacerdotes y religiosos, cuya vocación es ayudar a las personas a vivir una vida santa a los ojos de Dios, hayan causado tanto sufrimiento y escándalo a los jóvenes. Debido a ese gran daño provocado por algunos sacerdotes y religiosos, a la Iglesia misma se la ve con sospecha, y muchos se sienten ofendidos por el modo como perciben que han actuado los responsables de la Iglesia a este respecto. Desde todos los puntos de vista, el abuso que ha causado esta crisis es inmoral y, con razón, la sociedad lo considera un crimen; es también un pecado horrible a los ojos de Dios. A las víctimas y a sus familias, dondequiera que se encuentren, les expreso mi profundo sentimiento de solidaridad y mi preocupación.
Y estas de Benedicto XVI en su carta pastoral a los católicos de Irlanda, de marzo del 2010
…estoy profundamente consternado por las noticias que han salido a la luz sobre el abuso de niños y jóvenes vulnerables por parte de miembros de la Iglesia en Irlanda, especialmente sacerdotes y religiosos. Comparto la desazón y el sentimiento de traición que muchos de vosotros habéis experimentado al enteraros de esos actos pecaminosos y criminales y del modo en que los afrontaron las autoridades de la Iglesia en Irlanda.
Con las del papa Francisco en su discurso final de ayer:
… si en la Iglesia se descubre incluso un solo caso de abuso —que representa ya en sí mismo una monstruosidad—, ese caso será afrontado con la mayor seriedad. De hecho, en la justificada rabia de la gente, la Iglesia ve el reflejo de Dios, traicionado y abofeteado por estos consagrados deshonestos.
Hay más “coincidencias". Tanto Juan Pablo II, como Benedicto XVI y ahora Francisco, señalaron que la cuestión de los abusos a menores es un problema de toda la sociedad, no solo de la Iglesia:
Juan Pablo II a los cardenales de EE.UU:
Los abusos de menores son un síntoma grave de una crisis que no sólo afecta a la Iglesia, sino también a la sociedad entera. Se trata de una crisis profundamente arraigada de moralidad sexual, incluso de relaciones humanas, y sus principales víctimas son la familia y los jóvenes. La Iglesia, tratando el problema de esos abusos con claridad y determinación, ayudará a la sociedad a comprender y afrontar la crisis en su seno.
Benedicto XVI a los católicos irlandeses:
En realidad, como han indicado muchas personas en vuestro país, el problema de abuso de menores no es específico de Irlanda ni de la Iglesia.
Francisco, ayer:
Estamos, por tanto, ante un problema universal y transversal que desgraciadamente se verifica en casi todas partes.
Tres Papas, misma situación, mismos argumentos. Es lógico que mucha gente, tanto dentro como fuera de la Iglesia, se canse de escuchar lo mismo. Es lógico que muchos piensen que basta ya de lamentos y de condenas grandilocuentes de los abusos. Sí, ya sabemos que el hecho de que un sacerdote abuse de un niño o se acueste con un adolescente es gravísimo. No hace falta que nos lo recuerden. Y también sabemos que actúa muy gravemente el obispo o superor de orden religiosa que conoce algo así y en vez de solucionar el asunto se dedica a taparlo. Ello añade escándalo y dolor. No hace falta que nos lo recuerden.
Estos días hemos visto desfilar por Roma a víctimas contando sus desgarradores testimonios, a obispos y cardenales diciendo “¡hay que ver qué mal lo hemos hecho!” y a expertos repitiendo las mismas tesis de siempre sobre lo que hay que hacer para que no se vuelvan a repetir los errores del pasado. Pues vale, muy bien, ¿y?…. nihil novum sub sole.
En realidad, no creo que haya que recurrir a grandes eventos, a pomposos congresos, a reuniones de altísimo nivel para afrontar esta cuestión. Basta con que aquellos que pastorean la Iglesia tengan temor de Dios y se tomen en serio las palabras de Cristo y los apóstoles. Por ejemplo, estas de nuestro Señor a sus discípulos:
«Es imposible que no haya escándalos; pero ¡ay de quien los provoca! Al que escandaliza a uno de estos pequeños, más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar.
Luc 17,1-2
Y estas de San Pablo a los corintios:
En la carta que os escribí os decía que no os juntarais con los inmorales. No me refería a los inmorales de este mundo, ni tampoco a los codiciosos, a los estafadores o idólatras; para eso tendríais que salir de este mundo. Lo que de hecho os dije es que no os juntarais con uno que se llama hermano y es inmoral, codicioso, idólatra, difamador, borracho o estafador: con quien sea así, ni compartir la mesa.
¿Acaso me toca a mí juzgar a los de fuera? ¿No es a los de dentro a quienes juzgáis vosotros? A los de fuera los juzgará Dios. Expulsad al malvado de entre vosotros.
1 Cor 5,9-13
El apóstol se refería a un caso de adulterio público de un fiel de Corinto. ¿Qué no habría dicho de un abusador de menores o de un presbítero que se acostara con jóvenes?
Sobran golpes de pecho, lamentos plañideros y peticiones mediáticas de perdón y falta tomarse en serio la ley divina, la moral católica y el llamado a una auténtica conversión mediante el arrepentimiento y la penitencia reales. Sabemos que el pecado siempre estará presente, pero como dice el apóstol San Pablo, donde abunda el pecado sobreabunda la gracia (Rom 5,20). Pero claro, habla de una gracia salvífica, que transforma al pecador en santo. No de esa falsa gracia, de esa falsa misericordia que deja al perverso en su perversión, al pecador en sus pecados, cual esclavo incapaz de hacer uso de la libertad que le ha sido regalada.
No serán los psicólogos ni las medidas recomendadas por la ONU quienes salven a la Iglesia de escándalos futuros. Es necesaria una reforma radical de la Iglesia para afrontar la apostasía reinante, de la que la cuestión de los abusos a menores es una de sus peores consecuencias. Una reforma que plante la semilla de la santidad, de la sana doctrina, del regreso a la Tradición.
Luis Fernando Pérez Bustamante