Amar a Dios, amar al prójimo

Evangelio de hoy:

En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?»
Respondió Jesús: «El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.” El segundo es éste: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” No hay mandamiento mayor que éstos.»
El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.» Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios.» Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Luc 12,28b-34

Del evangelio de este domingo se pueden sacar muchas conclusiones ciertamente interesantes. La primera de todas es que, a pesar de su mala fama generalizada, entre el grupo de los escribas había algunos que no estaban “lejos del Reino de Dios". Es de suponer que lo mismo ocurría entre los fariseos. 

La segunda, mucho más importante, es que la clave para discernir si uno está en Dios es precisamente el amor hacia Él y hacia el prójimo. Como bien dice el apóstol San Juan “Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1 Jn 4,20). De poco valen todas las ayunos y penitencias del mundo si se desprecia al vecino. 

Es por eso que el apóstol San Pablo advierte que “si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, no sería más que un metal que resuena o un címbalo que aturde. Si tuviera el don de profecía y conociera todos los secretos y todo el saber; si tuviera fe como para mover montañas, pero no tengo amor, no sería nada” (1 Cor 13,1-2) y añade “en una palabra, quedan estas tres: la fe, la esperanza y el amor. La más grande es el amor” (1 Cor 13,13) (*).

Ahora bien, ¿qué nos dice la propia Escritura sobre lo que verdaderamente implica amar a Dios? 

En esto sabemos que lo conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo lo conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él.
1 Jn 2,3-5

Que nadie se engañe. Amar a Dios no es un mero “sentimiento". Amar a Dios es guardar sus mandamientos. De igual manera, amar al prójimo consiste en servirle, en ayudarle: 

Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos del alimento diario y uno de vosotros les dice: «Id en paz, abrigaos y saciaos», pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?
Stg 2,15-16

Y en esa ayuda no solo va incluida la provisión de las necesidades materiales, sino también las espirituales. Por eso dice también la epístola de Santiago lo siguiente:

Hermanos míos, si alguno de vosotros se desvía de la verdad y otro lo convierte, sepa que quien convierte a un pecador de su extravío se salvará de la muerte y sepultará un sinfín de pecados.
Stg 5,19-20

Por último, para que nadie se crea autor de su propia salvación, recordemos que “nosotros amamos, porque Él nos amó primero” (1 Jn 4,19) y que sin Cristo, nada podemos hacer:

“…porque sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5b) .

Pidamos al Señor que nos llene de su amor para poder servirle y ser instrumentos de salvación de nuestros hermanos.

Laus Deo Virginique Matri

Luis Fernando Pérez Bustamante

(*) ¿Dónde queda el solafideísmo protestante con ese versículo?