¿De dónde van a salir las vocaciones si apenas hay jóvenes católicos?
El cardenal Blázquez acaba de reconocer en su discurso ante la Asamblea Plenaria de la CEE que los obispos españoles están muy preocupados. La Iglesia en este país lleva sufriendo una crisis de vocaciones al sacerdocio desde hace décadas. Y según se van haciendo mayores y muriendo los curas de antes, no hay reemplazo.
Me llama mucho la atención una parte de su discurso:
Por otra parte, debemos afirmar al mismo tiempo que el trabajo pastoral por las vocaciones sacerdotales es en general más intenso que en otros tiempos en que había un ambiente propicio constituido por las familias, las parroquias y las escuelas en que las vocaciones surgían fácilmente.
Muy bien. ¿Y entonces? A ver si va a resultar que el problema está precisamente en que las parroquias, las escuelas y las familias han dejado de ser instrumentos vocacionales. Pero ya me dirán entonces de dónde van a salir las vocaciones, por muchos esfuerzos que se hagan.
Seamos serios. Si además del desplome de la natalidad, que afecta a toda la sociedad, apenas el 10% de la juventud española es católica practicante, y en algunas regiones no llegan ni al 5%, ¿cómo vamos a tener los seminarios llenos? De hecho, creo que el número de seminaristas es muy elevado dado el nivel de práctica religosa de ese sector de la población católica.
Es decir, en vez de llorar por los pocos seminaristas que tenemos, deberíamos estar dando gracias a Dios de que, a pesar de que somos corresponsables de la apostasía generalizada que se ha instalado en este país, el Señor todavía llama a un número importante de jóvenes al sacerdocio.
Comprendo que a los obispos les angustie quedarse sin curas, porque eso supone que muchas parroquias, especialmente en el ámbito rural, van a ser desatendidas. Muchos han llegado al ministerio episcopal para darse cuenta de que les toca poco más que administrar una edificio en estado ruinoso. Porque no es solo que no haya vocaciones. Es que no pocos de los curas que quedan no están precisamente henchidos de ánimo.
De hecho, me inclino a la idea de que lo que toca hacer es un restructuración total de la Iglesia en España para acomodarse a la realidad menguante del catolicismo en este país.
Tenemos una estructura megalítica que era útil para una nación católica. Como ya apenas lo es -no hay más que ver cómo bajan los porcentajes de bautizos y bodas por la Iglesia-, la estructura ha de reducirse y adecuarse. Es decir, menos parroquias. Pero también menos curas por parroquia urbana para no dejar el campo desatendido. No puede ser que algunas parroquias capitalinas cuenten con 4-5 curas mientras 5 pueblos cuentan con un cura para todos ellos. Al mismo tiempo, hay que decir a los fieles de los pueblos pequeños que de igual manera que se trasladan a la ciudad o al pueblo mayor para ir al supermercado a comprar, tendrán que hacer lo mismo para ir a Misa.
¿Solución? Humana, ninguna. No cabe esperar nada de quien plantea que no hay que hacer proselitismo:
La evangelización no es proselitismo, sino anuncio «de la alegría del Evangelio que llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús» (Evangelii gaudium, n. 1). Los cristianos no debemos ser proselitistas que «recorren mar y tierra» en busca de adeptos (cf. Mt 23, 15).
Tanto al cardenal Blázquez como a aquel al que cita se les ha olvidado que Cristo no envió solo a anunciar el evangelio sino a hacer discípulos. No en vano, San Josemaría Escrivá de Balaguer definió así la palabra proselitismo:
Proselitismo. Es la señal cierta del celo verdadero.
Camino 793
Si se renuncia a hacer proselitismo, a hacer discípulos, ¿cómo se va a aspirar a tener vocaciones al sacerdocio?
Hasta que no pase esta generación de pastores, que es junto con la anterior la responsable principal de la crisis, no cabe esperar una reacción. Siguen preguntándose qué ha pasado a la vez que presumen del Concilio Vaticano II, del post-concilio y del papel de la Iglesia en la Transición. Pues muy bien, señores. Recojan lo que han sembrado.
Luis Fernando Pérez