La certeza de la fe en medio de la tormenta

Son multitud los fieles que asisten con estupor, termor, desánimo e incredulidad al peligro de derrumbe del edificio de la moral católica. La Escritura y la Tradición están siendo cuestionadas de forma abierta por algunos de aquellos que tienen el deber de custodiar el depósito de la fe. Otros callan, por prudencia o por cobardía -solo Dios sabe-, mientras que no faltan quienes cumplen fielmente el ministerio que les ha sido encomendado y combaten por la fe transmitida de una vez para siempre a los santos (Jud 3).

Cristo edificó su Iglesia sobre el apóstol Pedro y su confesión de fe (Mt 16,18), y somos edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo Cristo mismo la piedra angular (Ef 2,20). Mas ya en tiempos de la era apostólica surgieron falsos maestros que manipulaban el evangelio y ponían en peligro la fe del pueblo de Dios. 

San Pablo es rotundo al advertir que los fieles no solo no tenemos obligación de seguir a aquellos que pervierten la fe, sino, muy al contrario, debemos rechazarlos de forma clara:

Me maravilla que hayáis abandonado tan pronto al que os llamó por la gracia de Cristo, y os hayáis pasado a otro evangelio. No es que haya otro evangelio; lo que pasa es que algunos os están turbando y quieren deformar el Evangelio de Cristo.
Pues bien, aunque nosotros mismos o un ángel del cielo os predicara un evangelio distinto del que os hemos predicado, ¡sea anatema! Lo he dicho y lo repito: Si alguien os anuncia un evangelio diferente del que recibisteis, ¡sea anatema!
Gal 1,6-9

En la Escritura vemos también que está profetizada una apostasía previa al regreso de Cristo (2 Tes 2,3). Y solo apostata quien previamente ha creído.

Igualmente, el capítulo tercero de la segunda carta a Timoteo parece describir la situación actual. Por tanto, hemos de saber que:

todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús serán perseguidos.

Y:

los malvados y embaucadores irán de mal en peor, engañando a los demás y engañándose ellos mismos.

Es por ello fundamental seguir el mandato del apóstol:

Tú, en cambio, permanece en lo que aprendiste y creíste, consciente de quiénes lo aprendiste, y que desde niño conoces las Sagradas Escrituras: ellas pueden darte la sabiduría que conduce a la salvación por medio de la fe en Cristo Jesús.

Y, sobre todo, tenemos la promesa de Cristo: las puertas del Hades no prevalecerán (Mt 16,18). 

Puede que muchos se sientan como los apóstoles cuando Cristo fue apresado para comparecer ante el Sanedrín. Ahora no es Cristo únicamente, sino también su Iglesia, quien parece estar juzgada por hombres. Pero el mismo Cristo que dio su vida para salvarnos no permitirá que su Iglesia sea engañada definitivamente.

La Iglesia no se derrumbó cuando la crisis arriana amenazó con sumirla en el abismo de la herejía. La Iglesia no se derrumbará ahora que la crisis modernista amenaza con destrozar el edificio entero de la fe.

Por tanto, aunque parezcan venirse abajo los muros de nuestra fe, no debemos desesperar. Aunque parezca que Cristo está dormido mientras la tormenta arrecia, demos por hecho que se levantará y pondrá fin a tanta maldad. Sea con su regreso, sea con una verdadera reforma que  la reafirme en los pensamientos y caminos de Dios, tal como nos han sido revelados por la Escritura, la Tradición y el gran Magisterio apostólico (CV II, Constitución dogmática Dei Verbum, 10c).

Mientras tanto, obedezcamos por gracia el mandato de la Escritura:

Por tanto, queridísimos míos, así como siempre habéis obedecido, no sólo en mi presencia, sino también mucho más ahora en mi ausencia, trabajad por vuestra salvación con temor y temblor; porque Dios es quien obra en vosotros el querer y el actuar conforme a su beneplácito.
Fil 2,12-13

Santidad o muerte,

Luis Fernando