La gracia es la que da vida a la ley
Del Oficio de Lecturas del viernes de la vigésimo segunda semana del Tiempo Ordinario:
Cristo es el término y el fin de la ley mosaica; él nos hace pasar de la esclavitud de esta ley a la libertad del espíritu. La ley tendía hacia él como a su complemento; y él, como supremo legislador, da cumplimiento a su misión, transformando en espíritu la letra de la ley. De este modo, hacía que todas las cosas lo tuviesen a él por cabeza. La gracia es la que da vida a la ley y, por esto, es superior a la misma, y de la unión de ambas resulta un conjunto armonioso, conjunto que no hemos de considerar como una mezcla, en la cual alguno de los dos elementos citados pierda sus características propias, sino como una transmutación divina, según la cual todo lo que había de esclavitud en la ley se cambia en suavidad y libertad, de modo que, como dice el Apóstol, no vivamos ya esclavizados por los «elementos del mundo» ni sujetos al yugo y a la esclavitud de la ley.
Éste es el compendio de todos los beneficios que Cristo nos ha hecho; ésta es la revelación del designio amoroso de Dios: su anonadamiento, su encarnación y la consiguiente divinización del hombre. Convenía, pues, que esta fulgurante y sorprendente venida de Dios a los hombres fuera precedida de algún hecho que nos preparara a recibir con gozo el gran don de la salvación. Y éste es el significado de la fiesta que hoy celebramos, ya que el nacimiento de la Madre de Dios es el exordio de todo este cúmulo de bienes, exordio que hallará su término y complemento en la unión del Verbo con la carne que le estaba destinada. El día de hoy nació la Virgen; es luego amamantada y se va desarrollando; y es preparada para ser la madre de Dios, rey de todos los siglos.
Un doble beneficio nos aporta este hecho: nos conduce a la verdad y nos libera de una manera de vivir sujeta a la esclavitud de la letra de la ley. ¿De qué modo tiene lugar esto? Por el hecho de que la sombra se retira ante la llegada de la luz, y la gracia sustituye a la letra de la ley por la libertad del espíritu. Precisamente la solemnidad de hoy representa el tránsito de un régimen al otro, en cuanto que convierte en realidad lo que no era más que símbolo y figura, sustituyendo lo antiguo por lo nuevo.
Que toda la creación, pues, rebose de contento y contribuya a su modo a la alegría propia de este día. Cielo y tierra se aúnen en esta celebración, y que la festeje con gozo todo lo que hay en el mundo y por encima del mundo. Hoy, en efecto, ha sido construido el santuario creado del Creador de todas las cosas, y la creación, de un modo nuevo y más digno, queda dispuesta para hospedar en sí al supremo Hacedor.
De las Disertaciones de san Andrés de Creta, obispo
(Disertación 1: PG 97, 806-810)
Una de las grandes diferencias entre el Antiguo y el Nuevo Pacto es el papel de la gracia respecto a la ley de Dios. Como bien recordó San Pedro en el concilio de Jerusalén, cuando se discutía si los gentieles debían guardar todos los preceptos de la ley mosaica:
¿Por qué, pues, ahora intentáis tentar a Dios, queriendo poner sobre el cuello de esos discípulos un yugo que ni nosotros ni nuestros padres hemos podido soportar? No; creemos que lo mismo ellos que nosotros nos salvamos por la gracia del Señor Jesús»
Hech 15,10
La ley, en sí misma, no provocaba que el alma quedara capacitada para cumplir la voluntad de Dios. Solo mostraba cuál era su voluntar, lo cual en sí mismo es muy necesario y una gran ayuda. Pero solo por la gracia de Dios, que se nos da por Cristo y opera por la acción del Espíritu Santo, el fiel puede en verdad andar conforme a la voluntad del Padre.
Por ello, como dice San Andrés de Creta, “todo lo que había de esclavitud en la ley, se cambia en suavidad y libertad". Es el Espíritu Santo quien “escribe” en nuestros corazones la voluntad de Dios y nos transforma para ponerla por obra. Y como dice el apóstol, “donde está el Espíritu del Señor hay libertad” (2 Cor 3,17).
Ni que decir tiene que la libertad que obtenemos por el Espíritu Santo no es para seguir andando esclavizados por el pecado. Al contrario, el apóstol añade:
Mas todos nosotros, con la cara descubierta, reflejamos la gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente, por la acción del Espíritu del Señor.
(2ª Cor 3,18)
Es por tanto propio de necios, sostener que la libertad del espíritu anula la obligación de cumplir los mandamientos de Dios. Muy al contrario, nos hace verdaderamente libres para cumplirlos.
Padre, llénanos del Espíritu Santo para que nos transforme a imagen de tu Hijo y así podamos ser fieles siervos tuyos.
Luis Fernando
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¡Magnífico!
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