A Él sea la gloria por los siglos de los siglos

Segunda lectura del vigésimo primer domingo del Tiemo Ordinario

¡Qué abismo de riqueza, de sabiduría y de conocimiento el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos!
En efecto, ¿quién conoció la mente del Señor? O ¿quién fue su consejero? O ¿quién le ha dado primero para tener derecho a la recompensa?
Porque de Él, por Él y para Él existe todo. A Él la gloria por los siglos. Amén.
Rom 11,33-36

Todo existe por Dios y para Dios. Nosotros también. Por tanto, ¿cómo no entregarmos por completo a Él? Mas esa entrega no es don nuestro a Él, sino al contrario, un don que nos concede. Primero, porque Él se entregó por nosotros en la Cruz. Segundo, porque solo por el Espíritu Santo podemos reconocerle como Padre:

Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino que habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: «¡Abba, Padre!».
Ese mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios.
Rom 8,14-16

Todos nuestros méritos, que ciertamente son méritos, son dones de su gracia. Si algo merecemos es porque Él ha querido y ha obrado en nosotros para que lo merezcamos. De tal manera que toda la gloria sea solo para Él.

Por último, da igual la edad que tengas. Da igual los años que lleves caminando por la senda del Señor. Da igual el grado de santidad que Dios te haya concedido alcanzar. Todavía te  queda mucho por aprender de él, mucho por gozar de su presencia, mucho por adorarle.

Espíritu Santo, muéstranos a Jesús. Cristo, llévanos al Padre. Padre, acógenos en Cristo.

Luis Fernando