Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé
Del Oficio de lecturas del lunes de la vigésimo primera semana del Tiempo Ordinario:
Habiéndome convencido de que debía volver a mí mismo, penetré en mi interior, siendo tu mi guía, y ello me fue posible porque tú, Señor, me socorriste. Entré y ví con los ojos de mi alma, de un modo u otro, por encima de la capacidad de estos mismos ojos, por encima de mi mente, una luz inconmutable; no esta luz ordinaria y visible a cualquier hombre, por intensa y clara que fuese y que lo llenara todo con su magnitud. Se trataba de una luz completamente distinta. Ni estaba por encima de mi mente, como el aceite sobre el agua o como el cielo sobre la tierra, sino que estaba en lo más alto, ya que ella fue quien me hizo, y yo estaba en lo más bajo, porque fui hecho por ella. La conoce el que conoce la verdad. ¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y cara eternidad! Tú eres mi Dios, por ti suspiro día y noche. Y, cuando te conocí por vez primera, fuiste tú quien me elevó hacia ti, para hacerme ver que había algo que ver y que yo no era aún capaz de verlo. Y fortaleciste la debilidad de mi mirada irradiando con fuerza sobre mí, y me estremecí de amor y de temor; y me di cuenta de la gran distancia que me separaba de ti, por la gran desemejanza que hay entre tú y yo, como si oyera tu voz que me decía desde arriba: «Soy alimento de adultos: crece, y podrás comerme. Y no me transformarás en substancia tuya, como sucede con la comida corporal, sino que tú te transformarás en mí».
Y yo buscaba el camino para adquirir un vigor que me hiciera capaz de gozar de ti, y no lo encontraba, hasta que me abracé al mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también él, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos, que me llamaba y me decía: Yo soy el camino de la verdad y la vida, y el que mezcla aquel alimento, que yo no podía asimilar, con la carne, ya que la Palabra se hizo carne, para que, en atención a nuestro estado de infancia, se convirtiera en leche tu sabiduría, por la que creaste todas las cosas.
¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti.
De las Confesiones de san Agustín, obispo
(Libro 7, 10, 18; 10, 27: CSEL 33, 157-163. 255)
Qué preciosidad las palabras de un santo contando cómo el Señor le llevó de las tinieblas a la santidad. Qué gozo para el cristiano comprobar esa “obra de arte” de nuestro Dios.
Vemos en San Agustín el verdadero discernimiento. Que no puede ser otro que el que tiene a Dios como guía. Ciertamente es el Señor quien nos socorre y nos salva de nuestra ignorancia de su voluntad, de nuestra incapacidad de cumplir sus mandamientos.
Cuando el Señor nos mira, aunque ve nuestros pecados, ve también aquello en lo que nos convertirá por su gracia. Aunque Él se hizo hombre, en realidad obraba nuestra deificación. San Agustín explica lo que Dios le dice: “tú te transformarás en mí". O como dice San Pablo: "vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20).
Y quien vive en y por Cristo, tiene hambre y sed de Cristo. Nos limpia, nos sana, nos libera del pecado, nos convierte en santos. Para ello nos creó, para ello nos eligió.
Señor, sálvanos. Señor, santifícanos. Señor, sé el dueño de todo nuestro ser. Sé el Soberano de nuestras vidas y llévanos al Padre.
Luis Fernando
2 comentarios
Es una fuente de riqueza espiritual sus escritos. San Antonio de Padua y San Buenaventura, ambos doctores de la Iglesia Católica, también aprendieron de San Agustín, como sabemos: Doctor de la Iglesia. Las homilías de San Antonio de Padua me ha parecido que tiene cierta semejanza con la doctrina de San Agustín.
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