Dios, nuestro tesoro
Evangelio del decimoséptimo domingo del Tiempo Ordinario
El Reino de los Cielos es como un tesoro escondido en el campo que, al encontrarlo un hombre, lo oculta y, en su alegría, va y vende todo cuanto tiene y compra aquel campo.
Asimismo el Reino de los Cielos es como un comerciante que busca perlas finas y, cuando encuentra una perla de gran valor, va y vende todo cuanto tiene y la compra.
Asimismo el Reino de los Cielos es como una red que se echa en el mar y recoge todo clase de cosas.
Y cuando está llena la arrastran a la orilla, y se sientan para echar lo bueno en cestos, y lo malo tirarlo fuera. Así será al fin del mundo: saldrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos y los arrojarán al horno del fuego. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.
¿Habéis entendido todo esto?
-Sí -le respondieron.
Él les dijo: -Por eso, todo escriba instruido en el Reino de los Cielos es como un hombre, amo de su casa, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas.
Mat 13,44-52
Lo mejor del Reino de los cielos es, sin la menor duda, el Rey. Es decir, Dios mismo. Quien recibe el regalo de encontrar a Dios y amarle, debe reconocer que nada mejor puede pasar en su existencia. De hecho, como dice el apóstol san Pablo en la segunda lectura de hoy, cualquier circunstancia de la vida le ayuda:
Por otra parte, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien; a los cuales ha llamado conforme a su designio. Porque a los que había conocido de antemano los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó.
Rom 8,28-30
Amamos a Dios porque Él nos amó primero (1 Jn 4,9). Le seguimos porque Él salió a nuestro encuentro. Y del tesoro de su Palabra sacamos lo mejor del pasado, la Tradición, y la novedad para afrontar el presente y el futuro. Seamos pues como el Rey Salomón, de quien en la primera lectura de este domingo vemos que supo discernir qué era lo mejor del Reino de Dios: la sabiduría para andar en sus caminos.
Instrúyenos en tu Palabra, Señor, para que seamos dignos y leales súbditos de tu Reino.
Luis Fernando
2 comentarios
¿Quién se atrevería, si una persona recibiera una herencia inmensa y la rechazase para continuar viviendo sumergidos en sus problemas, angustias? Pues hay muchos de ellos, los apóstatas, rechazan el tesoro que el Señor nos ha ofrecido para nuestra salvación: Jesucristo.
«El tesoro ha estado escondido porque debía ser también comprado el campo. En efecto, por el tesoro escondido en el campo, se entiende Cristo encarnado, que se encuentra gratuitamente. (...) Pero no hay otro modo de utilizar y poseer ese tesoro con el campo, si no es pagando, ya que no se pueden poseer las riquezas celestiales sin sacrificar el mundo» (S. Hilario de Poitiers, Commentarius in Mattheum 13,7).
Este tesoro para obtenerlo con toda libertad y alegría, es ir limpiando nuestra vida interior, y procurar no perderla en lo futuro.
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