El Señor peleará por vosotros
Primera lectura del lunes de la decimosexta semana del Tiempo Ordinario:
Cuando comunicaron al rey de Egipto que el pueblo había escapado, el faraón y sus servidores cambiaron de parecer sobre el pueblo y se dijeron: «¿Qué hemos hecho? Hemos dejado escapar a Israel de nuestro servicio».
Hizo, pues, preparar un carro y tomó consigo sus tropas: tomó seiscientos carros escogidos y los demás carros de Egipto con sus correspondientes oficiales.
El Señor hizo que el faraón, rey de Egipto, se obstinase en perseguir a los hijos de Israel, mientras estos salían triunfantes. Los egipcios los persiguieron con todos los caballos y los carros del faraón, con sus jinetes y su ejército, y les dieron alcance mientras acampaban en Piajirot, frente a Baalsefón.
Al acercarse el faraón, los hijos de Israel alzaron la vista y vieron a los egipcios que avanzaban detrás de ellos, quedaron sobrecogidos de miedo y gritaron al Señor. Dijeron a Moisés: «¿No había sepulcros en Egipto para que nos hayas traído a morir en el desierto?; ¿qué nos has hecho sacándonos de Egipto? ¿No te lo decíamos en Egipto: “Déjanos en paz y serviremos a los egipcios, pues más nos vale servir a los egipcios que morir en el desierto?”».
Moisés respondió al pueblo: «No temáis; estad firmes y veréis la victoria que el Señor os va a conceder hoy: esos egipcios que estáis viendo hoy, no los volveréis a ver jamás. El Señor peleará por vosotros; vosotros esperad tranquilos».
El Señor dijo a Moisés: «¿Por qué sigues clamando a mí? Di a los hijos de Israel que se pongan en marcha. Y tú, alza tu cayado, extiende tu mano sobre el mar y divídelo, para que los hijos de Israel pasen por medio del mar, por lo seco. Yo haré que los egipcios se obstinen y entren detrás de vosotros, y me cubriré de gloria a costa del faraón y de todo su ejército, de sus carros y de sus jinetes. Así sabrán los egipcios que yo soy el Señor, cuando me haya cubierto de gloria a costa del faraón, de sus carros y de sus jinetes».
Ex 14, 5-18
Cuando el Señor nos libera de la esclavitud del pecado, es harto probable que Satanás quiera recuperar la pieza que le ha sido arrebatada, nuestra alma, y se lanza a por nosotros tentándonos con nuestras concupiscencias pasadas y presentes. Y dado que somos débiles, necesitamos absolutamente del Señor para no caer de nuevo prisioneros del mal.
Para Dios no hay nada imposible. Tan pronto abre el mar para que pase su pueblo y luego quede atrapado un gran ejército, como salva a un alma que se ahoga en el pecado y hace que muera el viejo Adán que se resiste a desaparecer.
Por tanto, no desesperemos si vemos que algunos pecados parecen ser invencibles. Clamemos al Señor y un día podremos decir por gracia; “este pecado que veo hoy, no lo veré más".
Por supuesto, cuando el Señor nos abre el camino del arrepentimiento y el perdón, debemos recorrerlo. Si nos quedamos en Egipto, moriremos. Aunque parezca que delante tenemos solo un desierto, el destino es la Tierra prometida de la salvación eterna. Y en el camino no seremos alimentados por un maná que perece, sino por el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Señor, reconocemos nuestra incapacidad de vencer al pecado sin la ayuda de tu gracia, que te rogamos que derrames sobreabundantemente sobre nosotros.
Luis Fernando
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