El hombre honrado y cabal es el hazmerreír
Del Oficio de Lecturas del viernes de la decimoquinta semana del Tiempo Ordinario:
El que es el hazmerreír de su vecino, como lo soy yo, llamará a Dios y éste lo escuchará. Muchas veces nuestra débil alma, cuando recibe por sus buenas acciones el halago de los aplausos humanos, se desvía hacia los goces exteriores, posponiendo las apetencias espirituales, y se complace, con un abandono total, en las alabanzas que le llegan de fuera, encontrando así mayor placer en ser llamada dichosa que en serlo realmente. Y así, embelesada por las alabanzas que escucha, abandona lo que había comenzado. Y aquello que había de serle un motivo de alabanza en Dios se le convierte en causa de separación de él. Otras veces, por el contrario, la voluntad se mantiene firme en el bien obrar, y, sin embargo, sufre el ataque de las burlas de los hombres; hace cosas admirables, y recibe a cambio desprecios; de este modo, pudiendo salir fuera de sí misma por las alabanzas, al ser rechazada por la afrenta, vuelve a su interior, y allí se afinca más sólidamente en Dios, al no encontrar descanso fuera. Entonces pone toda su esperanza en el Creador y, frente al ataque de las burlas, implora solamente la ayuda del testigo interior; así, el alma afligida, rechazada por el favor de los hombres, se acerca más a Dios; se refugia totalmente en la oración, y las dificultades que halla en lo exterior hacen que se dedique con más pureza a penetrar las cosas del espíritu.
Con razón, pues, se afirma aquí: El que es el hazmerreír de su vecino, como lo soy yo, llamará a Dios y éste lo escuchará, porque los malvados, al reprobar a los buenos, demuestran con ello cuál es el testigo que buscan de sus actos. En cambio, el alma del hombre recto, al buscar en la oración el remedio a sus heridas, se hace tanto más acreedora a ser escuchada por Dios cuanto más rechazada se ve de la aprobación de los hombres.
Hay que notar, empero, cuán acertadamente se añaden aquellas palabras: Como lo soy yo; porque hay algunos que son oprimidos por las burlas de los hombres y, sin embargo, no por eso Dios los escucha. Pues, cuando la burla tiene por objeto alguna acción culpable, entonces no es ciertamente ninguna fuente de mérito.
El hombre honrado y cabal es el hazmerreír. Lo propio de la sabiduría de este mundo es ocultar con artificios lo que siente el corazón, velar con las palabras lo que uno piensa, presentar lo falso como verdadero y lo verdadero como falso.
La sabiduría de los hombres honrados, por el contrario, consiste en evitar la ostentación y el fingimiento, en manifestar con las palabras su interior, en amar lo verdadero tal cual es, en evitar lo falso, en hacer el bien gratuitamente, en tolerar el mal de buena gana, antes que hacerlo; en no quererse vengar de las injurias, en tener como ganancia los ultrajes sufridos por causa de la justicia. Pero esta honradez es el hazmerreír, porque los sabios de este mundo consideran una tontería la virtud de la integridad. Ellos tienen por una necedad el obrar con rectitud, y la sabiduría según la carne juzga una insensatez toda obra conforme a la verdad.
De los libros de las Morales de san Gregorio Magno, papa, sobre el libro de Job.
(Libro 10, 47-48: PL 75, 946-947)
Cuán sabias palabras nos dejó escritas San Gregorio, uno de los escasos papas magnos con los que el Señor ha obsequiado a su Iglesia.
Bien sabemos que el halago debilita. Incluso cuando es merecido. Quien es consciente de andar por los caminos de la gracia sabe que Dios es origen de toda obra verdaderamente meritoria. Por eso rechazará todo aplauso excesivo y señalará al Señor como él único digno de recbir toda la gloria y alabanza.
Por lo demás, raro es que el mundo elogie a un cristiano por llevar a cabo la obra de Dios. Más bien puede esperar lo contrario: burla, desprecio, persecución. Tan es así, que se puede decir que resulta casi imposible ser un buen cristiano, no digamos un buen pastor, y llevarse bien con el mundo.
Como dice San Pablo:
todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús serán perseguidos.
2 Tim 3,12
Señor, concédenos el don de agradarte con las obras que has preparado para que andemos en ella y recibe tú toda la gloria por cualquier mérito del que nos hagas dignos.
Luis Fernando
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