El gran bien que hay en el reino del cielo

Del Oficio de lecturas del miércoles de la decimotercera semana del Tiempo Ordinario:

¿Quién hay, por disparatado que sea, que cuando pide a una persona grave no lleva pensado cómo pedirla, para contentarle y no serle desabrido, y qué le ha de pedir, y para qué ha menester lo que le ha de dar, en especial si pide cosa señalada, como nos enseña que pidamos nuestro buen Jesús? Cosa me parece para notar. ¿No pudierais, Señor mío, concluir con una palabra y decir: «Dadnos, Padre, lo que nos conviene»? Pues a quien tan bien lo entiende todo, no parece era menester más.

¡Oh Sabiduría eterna! Para entre vos y vuestro Padre esto bastaba, que así lo pedisteis en el huerto: mostrasteis vuestra voluntad y temor, mas os dejasteis en la suya. Mas a nosotros nos conocéis, Señor mío, que no estamos tan rendidos como lo estabais vos a la voluntad de vuestro Padre, y que era menester pedir cosas señaladas para que nos detuviésemos en mirar si nos está bien lo que pedimos, y si no, que no lo pidamos. Porque, según somos, si no nos dan lo que queremos (con este libre albedrío que tenemos), no admitiremos lo que el Señor nos diere; porque, aunque sea lo mejor, como no vemos luego el dinero en la mano, nunca nos pensamos ver ricos.

Pues dice el buen Jesús que digamos estas palabras en que pedimos que venga en nosotros un tal reino:

Santificado sea tu nombre, venga en nosotros tu reino.

Ahora mirad, qué sabiduría tan grande de nuestro Maestro. Considero yo aquí y es bien que entendamos, qué pedimos en este reino. Mas como vio su majestad que no podíamos santificar, ni alabar, ni engrandecer, ni glorificar este nombre santo del Padre eterno, conforme a lo poquito que podemos nosotros (de manera que se hiciese como es razón), si no nos proveía su majestad con darnos acá su reino, por ello lo puso el buen Jesús lo uno cabe lo otro. Porque entendamos esto que pedimos, y lo que nos importa importunar por ello, y hacer cuanto pudiéremos para contentar a quien nos lo ha de dar, os quiero decir aquí lo que yo entiendo. El gran bien que me parece a mí hay en el reino del cielo, con otros muchos, es ya no tener cuenta con cosa de la tierra, sino un sosiego y gloria en sí mismos, un alegrarse que se alegren todos, una paz perpetua, una satisfacción grande en sí mismos, que les viene de ver que todos santifican y alaban al Señor, y bendicen su nombre y no le ofende nadie. Todos le aman, y la misma alma no entiende en otra cosa sino en amarle, ni puede dejarle de amar, porque le conoce. Y así le amaríamos acá, aunque no en esta perfección, ni en un ser; mas muy de otra manera le amaríamos de lo que le amamos, si le conociésemos.
Del libro de santa Teresa de Ávila sobre el Camino de perfección. (Cap. 30, 1-5)

¿Cuántas veces no hemos quedado desilusionados e incluso trastornados porque hemos pedido algo a Dios y no nos lo ha concedido? Y no hablo de meros caprichos, o de ruegos para satisfacer pasiones mundanas -como advierte Santiago 4,3- sino de peticiones más o menos bien fundamentadas.

No debemos caer en el error de creer que el Señor no nos ama o no nos cuida. Al contrario, Él siempre nos dará o dejará de dar conforme a lo que más convenga. Como dice San Pablo: “Sabemos que todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios, de los que son llamados según su designio” (Rom 8,28).

Decía Santa Teresa que aunque pudiera parecer que nos bastaría con pedir a Dios que nos dé lo que más nos conviene, sin entrar en detalles, el Señor quiso que pidiéramos cosas concretas. Y pienso que bien haremos en examinar nuestras peticiones para ver si encontrarmos en ellas algún indicio de que nuetro corazón se ha desviado de la buena senda. En todo caso, siempre debemos concluir nuestras oraciones con un sincero “hágase tu voluntad".

En medio de las tribulaciones por las que pasamos en esta vida, la santa abulense nos abre una especie de ventanita del cielo: allá el gran bien es Dios mismo, la adoración y alabanza al Señor. El pecado no tiene lugar. Todo es bendición. Dios es conocido sin estorbo. Y en cuanto que conocido, amado por sus hijos. 

Esa ventanuca al cielo de nuestra querida santa es mero preludio de lo que viviremos si, Dios lo quiera y nos lo conceda, morimos en gracia. Como bien dijo el apóstol:

… como está escrito: ” Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman.
1ª Cor 2,9

Señor, enséñanos a conformarnos con la respuesta que das a nuestras oraciones y concédenos de vez en cuando soñar con el día en que estemos en tu presencia tras recibir el don de la perseverancia final, que también te imploramos.

Luis Fernando

2 comentarios

  
elba de müller
"Señor, enséñanos a conformarnos con la respuesta que das a nuestras oraciones y concédenos de vez en cuando soñar con el día en que estemos en tu presencia tras recibir el don de la perseverancia final, que también te imploramos" hermosa oración... y, gracias por este artículo..Dios le pague!!
06/07/17 1:06 AM
  
Licia
Desde que las personas nacen esquivan el dolor....y hay una sociedad que fomenta evitarlo como sea.
Hay dolores que sirven para la Cruz., hay otros que son un estorbo para llegar a ella.
La mayoría tienen terror natural a la Cruz de Cristo...y sin embargo es esta cruz la que lleva al cielo.
Pero si uno habla de esto te miran raro y te dicen hacete ver...estas mal...
Esta vida como dijo esta Santa es una mala noche en una mala posada....y vaya si ella sufrió y como sufrió...
Si uno no alcanza la santidad no puede ir al cielo..porque no lo soportaría...
Amar el dolor redentor....por la Cruz...
06/07/17 2:03 AM

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