Señor, si quieres, puedes limpiarme
Evangelio del viernes de la duodécima semana del Tiempo Ordinario:
Al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente. En esto, se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme».
Extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero, queda limpio». Y enseguida quedó limpio de la lepra.
Jesús le dijo: «No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio».
Mt 8,1-4
¿Cómo no pedir a Dios que nos dé la fe de ese leproso que se acercó a Cristo en la absoluta confianza de que podía sanar su enfermedad?
Una enfermedad que no solo mataba el cuerpo sino el ánimo. El leproso era rechazado por todos. Debía anunciar su presencia para que nadie se le acercara.
Y si embargo, hay una lepra mayor que la física. El pecado. Pero si el Señor fue capaz de limpiar de lepra a ese hombre, ¿qué no hará si le pedimos que nos limpie de todo pecado?
¿Acaso hay alguna tendencia pecaminosa que no pueda sucumbir al poder de Dios, a su gracia? Acerquémonos pues, al trono de gracia. Arrodillémonos ante Cristo y pidámosle que nos limpie de la lepra espiritual que nos acecha.
Señor, si quieres, puedes limpiarnos de todo pecado. Que oigamos de tus labios las palabras que pronunciaste a aquel leproso lleno de fe: “Quiero, queda limpio".
Luis Fernando
6 comentarios
Tres veces he pedido al Señor me libre de este aguijón, y me ha respondido: Te basta mi gracia.
El no ser atendidos en nuestras suplicas hace a veces flaquear la fe, la confianza... Pero Dios sabe más, sabe por que a unos los sana y a otros no, no siempre es cuestión del grado de fe con el que se lo pidamos.
Debemos ser muy cuidadoso, porque cuando salimos limpios del confesionario, debemos vigilar mucho más, nuestros pensamientos, nuestros ojos, nuestros sentidos, porque el tentador con mucho disimulo, si tiene ocasión, nos vuelve a arrojar a la suciedad del pecado; con un mal pensamientos porque nos hayamos descuidados. Las miradas descaradas es como tener la puerta de casa abierta y que todo el mundo lo vea, y el mal puede colarse. Vigilar nuestra mirada, nuestro corazón, y nunca dar ocasión el enemigo infernal.
El Señor se complace en la pureza de nuestra vida, de nuestro corazón, de nuestros pensamientos.
La humildad del corazón llega a expulsar al soberbio, que es el demonio nuestro enemigo. Por eso, siempre la humildad con la ayuda de Jesús y María Santísima.
No se que le lleva a esta identificación.
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