Como se le oponían y blasfemaban, sacudió sus vestidos

Primera lectura del jueves de la sexta semana de Pascua:

Pablo se fue de Atenas y llegó a Corinto. Encontró a un judío que se llamaba Aquila, oriundo del Ponto, que recientemente había llegado de Italia, con su mujer Priscila, por haber decretado Claudio que todos los judíos salieran de Roma. Se les acercó y, como tenía el mismo oficio, vivía y trabajaba con ellos, porque eran de profesión fabricantes de tiendas.
Todos los sábados discutía en la sinagoga e intentaba convencer a judíos y griegos.
Cuando Silas y Timoteo llegaron de Macedonia, Pablo se entregó de lleno a la predicación de la palabra, dando testimonio a los judíos de que Jesús es el Cristo. Como se le oponían y blasfemaban, sacudió sus vestidos y les dijo: -¡Que caiga vuestra sangre sobre vuestra cabeza! Yo soy inocente. Desde ahora me dirigiré a los gentiles.
Salió de allí y entró donde vivía un prosélito que se llamaba Tito Justo, cuya casa estaba contigua a la sinagoga. Crispo, jefe de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su casa. Y muchos corintios al oír a Pablo creían y recibían el bautismo.
Hech 18,1-8

Lo primero que hacía San Pablo al llegar a una población era dirigirse a la sinagoga local. Aun siendo el apóstol de los gentiles, sentía vivo celo por su pueblo. Así lo expresa en la epístola a los Romanos:

Os digo la verdad en Cristo, no miento, y mi conciencia me lo atestigua en el Espíritu Santo: siento una pena muy grande y un continuo dolor en mi corazón. Pues le pediría a Dios ser yo mismo anatema de Cristo en favor de mis hermanos, los que son de mi mismo linaje según la carne.
Rom, 9,1-3

En Corinto hizo lo mismo. Y lo hizo, al parecer, durante un tiempo prolongado. Pero llegó un momento en que la mayoría de los judíos y los griegos prosélitos rechazaron su predicación e incurrieron en blasfemia. Sus palabras entonces, son impresionantes: “¡Que caiga vuesta sangre sobre vuestra cabeza!". Seguramente San Pablo estaba pensando en la palabra del Señor al profeta Ezequiel:

Hijo de hombre, te he puesto como centinela de la casa de Israel. Cuando recibas una palabra de mi boca, se la anunciarás de mi parte. Si digo a un malvado. «Vas a morir» y tú no le adviertes ni le insistes para que se convierta de su mal camino y viva, el impío morirá por su culpa, pero demandaré su sangre de tu mano. Si, por el contrario, adviertes al malvado y no se convierte de su iniquidad y de su mal camino, él morirá por su culpa, pero tú habrás salvado tu alma.
Y si el justo se aparta de su justicia y comete una iniquidad, pondré ante él un obstáculo y morirá. Como no le advertiste, morirá por su pecado y no se tendrán en cuenta las obras justas que había hecho. Pero demandaré su sangre de tu mano. Sin embargo, si adviertes al justo para que no peque y no peca, ciertamente vivirá porque atendió la advertencia y tú habrás salvado tu alma.
Ez 3,17-21

Y bien, si eso hizo san Pablo respecto a los judíos de su tiempo, ¿qué no habremos de hacer hoy respecto a los bautizados que no viven conforme a la dignidad recibida por el bautismo, que se han alejado de Cristo y se comportan como si fueran paganos?

Suscita Señor en nosotros celo por la salvación de las almas, y haznos instrumentos de tu gracia para la conversión de muchos.

Luis Fernando