A este Jesús le resucitó Dios, y de eso todos nosotros somos testigos

Primera lectura del lunes de la Octava de Pascua:

Entonces Pedro, de pie con los once, alzó la voz para hablarles así: -Judíos y habitantes todos de Jerusalén, entended bien esto y escuchad atentamente mis palabras.
Israelitas, escuchad estas palabras: a Jesús Nazareno, hombre acreditado por Dios ante vosotros con milagros, prodigios y señales, que Dios realizó entre vosotros por medio de él, como bien sabéis, a éste, que fue entregado según el designio establecido y la presciencia de Dios, le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos. Pero Dios le resucitó rompiendo las ataduras de la muerte, porque no era posible que ésta lo retuviera bajo su dominio. 
En efecto, David dice de él: “Tenía siempre presente al Señor ante mis ojos, porque está a mi derecha, para que yo no vacile. Por eso se alegró mi corazón y exultó mi lengua, y hasta mi carne descansará en la esperanza; porque no abandonarás mi alma en los infiernos, ni dejarás que tu Santo vea la corrupción. Me diste a conocer los caminos de la vida y me llenarás de alegría con tu presencia." 
Hermanos, permitidme que os diga con claridad que el patriarca David murió y fue sepultado, y su sepulcro se conserva entre nosotros hasta el día de hoy.  Pero como era profeta y sabía que Dios “le había jurado “solemnemente que “sobre su trono se sentaría un fruto de sus entrañas", lo vio con anticipación y habló de la resurrección de Cristo, que “ni fue abandonado en los infiernos ni” su carne” vio la corrupción". 
A este Jesús le resucitó Dios, y de eso todos nosotros somos testigos. Exaltado, pues, a la diestra de Dios, y recibida del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís.
Hech 2,14-22-33

La primera predicación de la Iglesia, protagonizada por Pedro, príncipe de los apóstoles, tuvo como objeto dar testimonio de Cristo, y más concretamente de Cristo resucitado. Como bien enseñó tiempo después San Pablo “si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe... seguís estando en vuestros pecados” (1ª Cor 15,14.17).

La resurrección de Cristo difiere esencialmente de las resurrecciones previas acontecidas tanto en el Antiguo Testamento como en el Evangelio. Todos los que resucitaron antes volvieron a morir. Pero Cristo vive ya para siempre. Y cuando todos resucitemos antes del juicio final, lo haremos para vida eterna o condenación igualmente eterna.

En el evangelio de hoy leemos que los líderes religiosos judíos sobornaron a soldados romanos para que difundieran la mentira de que los apóstoles habían robado el cuerpo de Cristo. Bien sabían que la creencia en la resurrección sería una fuerza imparable y les situaría a ellos, instigadores de la muerte de Cristo en la cruz, en una situación muy difícil.

Desgraciadamente hoy campan a sus anchas por la Iglesia falsos maestros que aseguran que la resurrección de Cristo no fue un hecho histórico o que no pasó de ser una especie de resurrección del Señor en los corazones de los apóstoles. Esos apóstatas y maestros de apostasía niegan la tumba vacía, niegan la fe. La lástima es que actúan con gran impunidad y encuentran un público feliz de ser encaminado hacia la condenación eterna, mientras buena parte de quienes deben velar por la sana doctrina miran hacia otro lado, desobedeciendo al apóstol San Pablo:

Timoteo, hijo mío, te confío este encargo, de acuerdo con las profecías pronunciadas anteriormente acerca de ti, para que, apoyado en ellas, combatas el noble combate, conservando la fe y la buena conciencia. Algunos se desentendieron de esta y naufragaron en la fe; entre ellos están Himeneo y Alejandro, a quienes he entregado a Satanás para que aprendan a no blasfemar.
1 Tim 1,18-20

Y:

Te conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y a muertos, por su manifestación y por su reino: proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, arguye, reprocha, exhorta con toda magnanimidad y doctrina. Porque vendrá un tiempo en que no soportarán la sana doctrina, sino que se rodearán de maestros a la medida de sus propios deseos y de lo que les gusta oír; y, apartando el oído de la verdad, se volverán a las fábulas.
Pero tú sé sobrio en todo, soporta los padecimientos, cumple tu tarea de evangelizador, desempeña tu ministerio.
2 Tim 4,1-5

Mas, a la vez que rogamos por su conversión, dejemos a los herejes y apóstatas en su imundicia espiritual e imploremos del Señor que nos ponga entre aquellos de los que habla el autor de Hebreos:

Pero nosotros no somos de los que se vuelven atrás para su perdición, sino de los que tienen fe para la salvación del alma.
Heb 10,39

Concédenos, Señor, el don de ser testigos de tu resurrección ante un mundo incrédulo que sigue dándote la espalda. Reina en nuestros corazones para demos testimonio de palabra y de obra de que tú vives para siempre.

Luis Fernando