¿Por quién te tienes tú?
Evangelio del jueves de la quinta Semana de Cuaresma:
En verdad, en verdad os digo: si alguno guarda mi palabra jamás verá la muerte.
Los judíos le dijeron: -Ahora sabemos que estás endemoniado. Abrahán murió y también los profetas, y tú dices: «Si alguno guarda mi palabra, jamás experimentará la muerte». ¿Es que tú eres más que nuestro padre Abrahán, que murió? También los profetas murieron. ¿Por quién te tienes tú?
Jesús respondió: -Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria nada vale. Mi Padre es el que me glorifica, el que decís que es vuestro Dios, y no le conocéis; yo, sin embargo, le conozco. Y si dijera que no le conozco mentiría como vosotros, pero le conozco y guardo su palabra. Abrahán, vuestro padre, se llenó de alegría porque iba a ver mi día; lo vio y se alegró.
Los judíos le dijeron: -¿Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abrahán?
Jesús les dijo: -En verdad, en verdad os digo: antes de que Abrahán naciese, yo soy.
Entonces recogieron piedras para tirárselas; pero Jesús se escondió y salió del Templo.
Jn 8,51-59
Nueva declaración de Cristo sobre su divinidad. “…antes de que naciera Abrahán, Yo soy". Jesús es el Yo soy que sacó a Israel de la esclavitud en Egipto y quien les llevó a la tierra prometida. Así lo explica también san Pablo:
Pues no quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar y todos fueron bautizados en Moisés por la nube y por el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que los seguía; y la roca era Cristo.
1ª Cor 10,1-4
Dado que Cristo les estaba diciendo en la cara que era Dios, solo cabían dos actitudes: o que creyeran en Él o que le intentaran lapidar. Optaron por esto último pero no había llegado todavía la hora del sacrificio expiatorio de nuestro Señor.
En esta Cuaresma debemos preguntarnos si creemos que Cristo es Dios. Si la respuesta es sí, debemos obrar en consecuencia. Su promesa es firme: si guardamos su palabra, jamás veremos la muerte. Es decir, si estamos en gracia, estamos en la vida eterna y, a su debido tiempo, resucitaremos para estar con Dios por toda la eternidad.
No cabe decir que creemos en Cristo si no mantenemos su palabra. No cabe reconocer la soberarnía de Dios si no le entregamos la soberanía plena sobre nuestras vidas. No cabe vivir en pecado sin conversión, no cabe no arrepentirnos cuando, por nuestra debilidad o rebeldí, pecamos. La confesión es el instrumento que Dios nos da para agarranos a la vida eterna.Para eso murió Cristo en la cruz. Para que nuestros pecados sean perdonados. Y para que la conversión sean verdadera y no efímera nos envió el Espíritu Santo, cuya obra limpia nuestra alma y nos hace crecer en santidad.
Concédenos Señor, reconocer tu Majestad y tu Realeza en nuestras vidas, para que podamos andar en tus caminos y ser instrumento de la salvación de muchos.
Luis Fernando
2 comentarios
Para los judíos era la blasfemia más espantosa que podían oír. Y más saliendo de alguien al que el propio Caifás, en una escena anterior, le había definido despectivamente como "hijo de un vulgar carpintero".
Tras esa "blasfemia" le golpearon y escupieron. Muchas veces pienso, ¿no hubiera sido yo el primero que hubiera hecho lo mismo que ellos si hubiera estado allí, como judío celoso de la fe, oyendo semejante ofensa al Dios único y verdadero, por un simple "hijo de un vulgar carpintero"?
O quizás, una intuición dada por ese mismo Dios único, me hubiera susurrado en mi mente que "los caminos de Dios no son nuestros caminos", y que ese hombre, golpeado y vejado, que ya "ni tenía aspecto de hombre" y al que creíamos "azotado por Dios y humillado", ese hombre, "con todo, eran nuestros pecados los que llevaba y nuestros dolores los que soportaba" .
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