El malvado que se salva y el justo que se condena
Primera lectura de la Misa del viernes de la Primera Semana de Cuaresma:
Así habla el Señor Dios:
Si el malvado se convierte de todos los pecados que ha cometido, observa todos mis preceptos y practica el derecho y la justicia, seguramente vivirá, y no morirá.
Ninguna de las ofensas que haya cometido le será recordada: a causa de la justicia que ha practicado, vivirá.
¿Acaso deseo yo la muerte del pecador -oráculo del Señor- y no que se convierta de su mala conducta y viva?
Pero si el justo se aparta de su justicia y comete el mal, imitando todas las abominaciones que comete el malvado, ¿acaso vivirá? Ninguna de las obras justas que haya hecho será recordada: a causa de la infidelidad y del pecado que ha cometido, morirá.
Ustedes dirán: “El proceder del Señor no es correcto". Escucha, casa de Israel: ¿Acaso no es el proceder de ustedes, y no el mío, el que no es correcto?
Cuando el justo se aparta de su justicia, comete el mal y muere, muere por el mal que ha cometido.
Y cuando el malvado se aparta del mal que ha cometido, para practicar el derecho y la justicia, él mismo preserva su vida.
El ha abierto los ojos y se ha convertido de todas las ofensas que había cometido: por eso, seguramente vivirá, y no morirá.
Eze 18,21-28
Quien se convierte, se salva. Quien deja a un lado la justicia y pasa a cometer iniquidad, se condena. El mensaje es muy claro y sin embargo son muchos los que quieren ofrecer caminos alternativos, vías medias que solo conducen a la perdición.
El mensaje que Dios da por medio de su profeta Ezequiel es a la vez esperanzador y admonitorio. Esperanza para los que quieren dejar atrás el mal, porque el Señor les asegura que no se acordará más de su pasado pecaminoso. Admonitorio a los que, como dice San Pablo, se creen firmes (1ª Cor 10,12). Deben saber que ningún bien cometido en el pasado anula el castigo que merece la caída en una vida de pecado.
La gracia de Dios no es salvoconducto para pecar.
Entonces, ¿qué? ¿Pecaremos, puesto que no estamos bajo ley, sino bajo gracia? ¡En absoluto!
Rom 6,15
Muy al contrario, por gracia Dios nos hace capaces de dejar el pecado y nos perdona los pecados cometidos.
Pura gracia es este periodo de Cuaresma, en el que se nos invita a considerar nuestros pecados, no para condenación sino como primer paso para la conversión y la salvación. Pues si no llamamos pecado a lo que lo es, ¿cómo habríamos de librarnos del mismo?
Abre nuestros ojos, Señor, a la realidad de nuestros pecados, concédenos el arrepentimiento y el perdón y ayúdanos a perseverar en la santidad.
Luis Fernando
7 comentarios
Y es que la vida del creyente, no es dejarse llevar por las tentaciones, sino recurrir constantemente a la gracia de Dios. Qué bueno es huir de las ocasiones peligrosas para no caer en tentación, la devoción del Santo Rosario, la Eucaristía, la Sagrada Biblia, son remedios muy eficaces que nos ayudan a no ofender al Señor. Pero es recomendable, confesarse una vez por semana, y el Señor, es verdad que nos perdona. Pero hemos de evitar las ocasiones deliberadas de ofenderle. Porque si en verdad amamos al Señor, no le vamos a ofender. Eso es claro. El tentador nos tienta a que le ofendamos, si hacemos caso al malvado, no es bueno para nosotros, enseguida nos meteríamos en la senda de la muerte que es el pecado.
«Ninguno debe exponerse voluntariamente a las tentaciones y prevenir los tiempos en que Dios nos la envía: cada uno debe suplicarle que no le deje caer en ellas. (S. Basilio, Reg. 62, c. 2. sent. 46, Tric. T. 3, p. 198.) »
Ahora es tiempo de gracia, de vencer nuestros pecados, ahora es tiempo de vencer nuestros desordenes, porque el Señor nos ayuda y la Santísima Madre de Dios. Si ahora es el tiempo propicio, en la hora de la muerte, si no hemos aprovechado el tiempo, no seremos espiritualmente fuertes para vencer las más fuertes tentaciones que el demonio puede provocar, hasta la desesperación.
«Lo primero que debéis de procurar es desagradaros a vosotros mismos para purificaros de vuestras faltas y convertiros verdaderamente: lo segundo es sufrir las tribulaciones y tentaciones de la vida, perseverando con paciencia hasta el fin. (S. Agust.. Psalm. 59, sent. 88, Tric. T. 7. p. 462.) »
Abre nuestros ojos, Señor, a la realidad de nuestros pecados, concédenos el arrepentimiento y el perdón y ayúdanos a perseverar en la santidad.
Amén.
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LF:
Debemos pedir el don de la perseverancia final.
El monje trata de hacer bien sus deberes, pero como teme acabar condenándose como Enrico, un día se le aparece el demonio y le confirma que, efectivamente, acabará sus días igual que Enrico.
Indignado por la noticia, el monje abandona sus buenos hábitos, se entrega a una vida de pecado y finalmente se condena.
Enrico, en cambio, es condenado a muerte, pero antes de la ejecución hace una buena confesión y se salva.
Tanto la lectura de ese pasaje de Ezequiel como el Condenado por Desconfiado, nos dejan una interesante enseñanza que, si bien nos invita a reflexionar sobre la incógnita de nuestro destino final, nunca debemos olvidar que Dios nos ha dotado de libre albedrío para comprender que tanto la condenación como la salvación eternas dependen exclusivamente de nosotros y nuestras obras y no de lo que nos rodea, porque ya sabemos que las apariencias engañan. No todo lo que brilla es oro...
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