A los siervos de Dios que lloráis

¿Por qué ocultarlo? ¿por qué negar la evidencia? ¿para qué callar? Son muchos los siervos de Dios que hoy están en una situación anímica muy difícil. Son muchos los que ven claramente que «con el Pontífice reinante, la trompeta emite ahora un sonido muy incierto en esta batalla contra los «principados y potestades» del enemigo, de forma que la barca de Pedro avanza peligrosamente a la deriva como un navío sin timón e incluso muestra síntomas de una desintegración incipiente». Muchos más de los que se atreven a decirlo públlicamente. Soy testigo directo de inquietudes, angustias, quejas, llantos, depresiones, tristeza profunda, ganas de dejarlo todo para retirarse a una catacumba, a una trapa donde no haya lugar para las noticias de entrevistas, exhortaciones confusas, dubias, dudas, líos.

También hay muchos a los que todo les parece de color de rosa. Creen que la Iglesia se está por fin librando de una supuesta carga nefasta de veinte siglos de dogmas, mandamientos, leyes, estrecheces, rigideces, profetas de calamidades, pastores amargados que parecen disfrutar de tener a los fieles sometidos a yugos insoportables.

Ahora bien, son muchos más los que viven como en los tiempos de Noé: "Comían y bebían, tomaban mujer o marido” (Luc 17,27); y en los tiempos de Lot: “comían y bebían, compraban y vendían, plantaban y edificaban” (Luc 17,28). Es decir, no se enteran, con culpa y sin culpa por su parte.

A los primeros hablo. No penséis que sois los primeros en pasar por esto. Leed lo que aconteció al apóstol San Pablo en Mileto:

Desde Mileto envió un mensaje a Éfeso y convocó a los presbíteros de la iglesia. Cuando llegaron les dijo: -Vosotros sabéis cómo me he comportado en vuestra compañía desde el primer día que entré en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad y lágrimas en medio de las dificultades que me han venido por las insidias de los judíos; cómo no dejé de hacer nada de cuanto podía aprovecharos -al predicaros y al enseñaros, en público y en vuestras casas-, cuando anunciaba a judíos y griegos la conversión a Dios y la fe en nuestro Señor Jesús.
Hech 20,17-21

Hoy no son judíos los que causan dificultades, sino “los falsos profetas, que se os acercan disfrazados de oveja, pero por dentro son lobos voraces” (Mt 7,15) de los que nos advirtió Cristo. Pero si San Pablo lloró, nosotros lloramos, vosotros lloráis. Y si él siguió sirviendo al Señor, vosotros y nosotros seguiremos sirviéndole, si Él nos lo concede, cada cual desde el estado en que esté, consagrado al ministerio o no.

Hay muchos fieles a los que atender. Hay muchas ovejas a las que salvar de las fauces del león rugiente. Haced caso a la exhortación de San Pedro:

Humillaos, por eso, bajo la mano poderosa de Dios, para que a su tiempo os exalte.  Descargad sobre Él todas vuestras preocupaciones, porque Él cuida de vosotros. Sed sobrios y vigilad, porque vuestro adversario, el diablo, como un león rugiente, ronda buscando a quien devorar.
Resistidle firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos dispersos por el mundo soportan los mismos padecimientos.
1Pe 5,6-10

Y sabed que si por gracia actuáis así, recibiréis consuelo:

Y, después de haber sufrido un poco, el Dios de toda gracia, que os ha llamado en Cristo a su eterna gloria, os hará idóneos y os consolidará, os dará fortaleza y estabilidad.
1Pe 5:10

Nuevamente, mirad el ejemplo de San Pablo, que se quedó literalmente solo cuando tuvo que presentarse ante el César, y el Señor le ayudó:

Nadie me apoyó en mi primera defensa, sino que todos me abandonaron: ¡que no les sea tenido en cuenta! Pero el Señor me asistió y me fortaleció para que, por medio de mí, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todos los gentiles. Y fui librado de la boca del león. El Señor me librará de toda obra mala y me salvará para su reino celestial. A Él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
2 Tim 4,16-17

Tiempos recios.Tiempos de quebranto. Tiempos de oración, de discernimiento, de prudencia y valentía. Tiempos de penitencia, ayuno. Ánimo, pastores fieles. Ánimo, hermanos en el Señor. Si Dios es con nosotros, ¿quién contra nosotros?

Santidad o muerte.

Luis Fernando Pérez Bustamante