No es necesario volver a traicionar a Cristo en China

Prácticamente todo el mundo sabe, incluso los no creyentes, cómo fue la conversión de San Pablo. Aparece en el libro de Hechos:

Saulo, respirando todavía amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, autorizándolo a traerse encadenados a Jerusalén a los que descubriese que pertenecían al Camino, hombres y mujeres.
Mientras caminaba, cuando ya estaba cerca de Damasco, de repente una luz celestial lo envolvió con su resplandor.
Cayó a tierra y oyó una voz que le decía:«Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?».
Dijo él:  «¿Quién eres, Señor?».
Respondió: «Soy Jesús, a quien tú persigues.
Hech 9,1-4

De ese relato hay un aspecto que debemos tener muy en cuenta. Quien persigue a los cristianos, persigue al mismo Cristo. El propio Señor lo deja muy claro. San Pablo estaba en plena campaña de acoso, derribo y aniquilación contra los discípulos. Y era bastante existoso. Cuando Cristo le tira al suelo, le dice que es a Él a quien está persiguiendo. Y el mismo Dios que permitió que Saulo persiguiera a su Iglesia le convirtió, por su gracia, en su apóstol más fructífero. 

Lo que vemos hoy en muchas partes del mundo, allá donde los cristianos son maltratados, secuestrados, encarcelados, torturados y asesinados, es exactamente lo mismo. Son la gloria de la Iglesia estén donde estén. No hay nada más precioso a los ojos de Dios que nuestros mártires y confesores.

La dictadura comunista china está llenando el cielo de hijos de Dios que han pasado toda una vida siendo fieles a Cristo en medio de la persecución. Y no sólo a Cristo sino a su Vicario. Obispos, sacerdotes y seglares han preferido afrontar la cárcel antes que unirse a la “Iglesia” patriótica que controla y maneja la dictadura comunista. 

Es por ello que esos cristianos ven con espanto la posibilidad de que desde Roma, precisamente la sede del Vicario de Cristo, se quiera pactar con sus perseguidores. Lo ven, con razón, como una traición. Esperemos que la misma no se produzca. Los argumentos a favor del pacto/traición son siempre atrayentes. Nos los quieren vender como algo positivo, como algo que ayudará al crecimiento de la Iglesia en el gigante asiático. 

Judas también tenía algo atrayente para él cuando decidió entregar a su Señor:

Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: «¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?». Ellos se ajustaron con él en treinta monedas de plata.
Mateo 26,14-15

Las treinta monedas de plata puede tener muchas caras. La de hoy puede ser un establecimiento de relaciones diplomáticas, un viaje pontificio a China, etc. Da igual. El caso es pactar con quien persigue a Cristo, con quien persigue a su Iglesia. Hace veinte siglos lo hizo un apóstol, el traidor. ¿En serio pretenden que no pasará nada si quien ahora traiciona al Señor es el Sucesor de Pedro, siquiera sea a través de sus colaboradores más cercanos? Es lo que temen los católicos chinos. Hay algunas señales inquietantes. Esperemos que no se traduzcan en hechos concretos. Recemos por ello y por ellos. 

Es suficiente con que Judas traicionara a Cristo. Es suficiente con que Pedro le negara tres veces antes de convertirse. Que no vuelva a ocurrir lo mismo en China. La sangre de los mártires y confesores clamaría desde el cielo. Y Dios no dejaría tal acción sin castigo.

Vean ustedes la imagen que encabeza ese post. No merecen que Roma les traicione. El resto de fieles no nos merecemos que Roma sea una traidora. Recemos por nuestros hermanos chinos.

Santidad o muerte.

Luis Fernando Pérez Bustamante