Los hijos no son excusa para vivir en adulterio
Uno de los argumentos más peculiares, y a la vez perversos, de los que quieren cargarse los sacramentos del matrimonio, la confesión y la Eucaristía admitiendo las relaciones adúlteras estables en las que la pareja adúltera tiene hijos, es que la separación de dicha pareja puede hacer daño a esos hijos.
Es decir, para evitar un posible mal se anima a seguir viviendo en pecado mortal -el adulterio lo es-. Pero como bien sabemos, el mal no se combate con el mal sino con el bien (Rom 12,21).
Por otra parte, el mismísimo Cristo dijo que hay algo que está por encima al amor a los hijos:
Quien ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y quien ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. Quien no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.
Mat 10-37-38
Ni que decir tiene que el amor a la pareja con la que se convive en adulterio no puede estar por encima del amor a Cristo. Pero tampoco lo está el amor a los hijos de esa relación. De hecho, si realmente se ama a esos hijos, lo mejor es darles ejemplos de fidelidad a Dios. Si se piensa que no hay manera de volver al primer matrimonio y/o se estima que la separación de la relación adúltera puede perjudicar gravemente a los hijos, la gracia de Dios capacita más que de sobra para vivir en castidad, conviviendo como hermanos y no como cónyuges. Lo mismo vale para las relaciones de amancebamiento sin pasar por el sacramento del matrimonio.
No se ama a Cristo viviendo voluntariamente en pecado, sin propósito firme de enmieda. No se le puede llamar Señor si no se hace lo que Él dice (Luc 6,46). No se puede usar el amor a los hijos como excusa para pecar. Y, desde luego, no sirven a Dios quienes en vez de predicar estas verdades a los bautizados, se convierten en cómplices activos de la perdición de muchos, calmando falsamente unas conciencias que deben ser iluminadas por la verdad y la gracia que nos redime y santifica.
El buen pastor ama a los fieles llevándoles por el camino de la verdad. Y si eso no lo hacen los pastores, nos tocará hacerlo a los propios fieles:
Hermanos míos, si alguno de vosotros se desvía de la verdad y otro lo convierte, sepa que quien convierte a un pecador de su extravío se salvará de la muerte y sepultará un sinfín de pecados.
Stg 5,19-20
Santidad o muerte.
Luis Fernando Pérez Bustamante