Combatir por la fe transmitida de una vez para siempre a los santos

Como habrán podido comprobar, mi firma se encuentra entre las ochenta primeras que suscriben la «Declaración de fidelidad a la enseñanza inmutable de la Iglesia sobre el matrimonio y su ininterrumpida disciplina», cuyo texto completo pueden leer en este enlace.

Para explicar la razón de mi adhesión a esa iniciativa, basta citar un versículo que ha sido, por pura gracia, frontispicio de mi torpe servicio a Dios y su Iglesia desde hace ya más de quince años:

Queridos míos, al poner todo mi empeño en escribiros acerca de nuestra común salvación, me he visto en la necesidad de hacerlo animándoos a combatir por la fe transmitida de una vez para siempre a los santos.
Judas 3

Mientras que en los primeros tiempos tras mi regreso a la fe católica me dediqué a defenderla en debates con protestantes y resto de cristianos no católicos, finalmente me di cuenta que la gran batalla por la fe se jugaba dentro del seno del catolicismo. Y es que, no lo duden amigos, la guerra, porque guerra es, se libra en el interior de la Iglesia. 

Lo que hoy nos jugamos, ni más ni menos, no es una discusión sobre modelos pastorales ni sobre la eficacia en la evangelización. Lo que está en juego es la fe que nos ha sido dada. Una fe que no es propiedad exclusiva nuestra ni de nadie en concreto, sino don de Dios que nos ha llegado a través de la predicación de Cristo y los apóstoles y una Tradición ininterrumpida de veinte siglos. No es nada sobre lo que no se nos haya advertido:

Así como surgieron falsos profetas en el pueblo de Israel, también habrá entre vosotros falsos maestros. Éstos introducirán fraudulentamente herejías perniciosas: negando al Dueño que los rescató, atraerán sobre ellos mismos una pronta ruina. Muchos seguirán sus costumbres licenciosas, y por su causa el camino de la verdad quedará infamado;
2 Pe 2,1-2

Siervos inútiles somos. Lo que se nos concede hacer, hacemos.

Laus Deo Viriginque Matri.

Luis Fernando Pérez