El buen pastor busca a la oveja descarriada aunque no quiera
¿Quién no se ha apartado, siquiera ocasionalmente, del camino de la salvación? ¿quién puede decir que ha recibido ya el don de la perseverancia final? ¿quién puede decir, orgullosamente, que está y estará firme?
Ni siquiera el que ya anda con paso seguro por los caminos de santidad puede hacer otra cosa que clamar a Dios para no apartarse. Solo por la gracia permanecemos seguros. Solo por la obra de Dios en nuestras almas podemos ser libres del pecado mortal que nos aleja radicalmente de Él y de los pecados veniales que nos ponen en grave peligro de caer en pecados aun mayores.
Mas Dios dispuso que su Iglesia fuera ayuda segura para exhortar a los pecadores a apartarse de le perdición segura que les aguarda si no se arrepienten. Gravísima responsabilidad, y mayor don de gracia para cumplirla bien, es la que tienen los pastores a los que el Señor ha encomendado su rebaño. Son ellos los que han de salir a buscar a la oveja descarriada, a la oveja que va camino de las fauces de los lobos. ¿Y qué hará el buen pastor? ¿quedarse quieto e impasible cuando una de sus ovejas se va? ¿ir a por la oveja para andar en sus caminos extraviados o ir para regresarla a la senda de Cristo? Pues bien, eso hacen algunos.
Así lo explica San Agustín:
No recogéis las descarriadas ni buscáis a las perdidas. En cierta manera puede decirse que vivimos en este mundo rodeados de ladrones y de lobos rapaces; por ello os exhortamos a que, ante tales peligros, no dejéis de orar. Además las ovejas son rebeldes; si, cuando se descarrían, vamos tras ellas, ellas, para engaño y perdición suya, huyen de nosotros, diciendo: «¿Qué queréis de nosotras? ¿Por qué nos buscáis?» Como si no fuera un mismo y único motivo el que nos hace desear tenerlas cercanas y el que nos obliga a buscarlas cuando las vemos lejos; las deseamos, en efecto, cerca, porque cuando se alejan se descarrían y se pierden. «Si vivo en el error -dicen-, si camino hacia la perdición, ¿por qué me buscas?, ¿por qué me deseas?» Precisamente porque vives en el error quiero llevarte de nuevo al buen camino; porque te estás perdiendo deseo encontrarte de nuevo.
«Pero yo -dice la oveja- deseo vivir en el error, quiero perecer.» Así pues, ¿quieres vivir en el error y caminar a la perdición? Pues si tú deseas esto, yo, con mayor ahínco, deseo lo contrario. Y además no dejaré de írtelo repitiendo, aunque con ello llegue a importunarte, pues escucho al Apóstol que me dice: Proclama la palabra, insiste con oportunidad o sin ella. ¿A quiénes se anuncia la buena nueva con oportunidad? ¿A quiénes se les anuncia sin ella? Con oportunidad se anuncia a quienes desean escucharla, sin oportunidad a quienes no lo desean. Por tanto, aunque sea importuno, me atreveré a decirte: «Tú deseas andar por el camino del error, tú deseas perecer, pero yo deseo todo lo contrario.» Aquel que puede hacerme temer en el último día no me permite abandonarte; si te abandonara en tu error, él me increparía, diciéndome: No recogéis las descarriadas ni buscáis a las perdidas. ¿Acaso piensas que te temeré más a ti que a él? Pues, todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo.
Iré, por tanto, tras la descarriada, buscaré a la perdida. Lo haré tanto si lo deseas como si no lo deseas. Y aunque, mientras voy tras ella, las zarzas de las selvas desgarraren mi carne, estoy dispuesto a pasar por los más difíciles y estrechos caminos y a penetrar en todos los cercados. Mientras el Señor, el único a quien temo, me dé fuerzas haré cuanto esté en mi mano. Forzaré a la descarriada al retorno, buscaré a la perdida. Si quieres que no sufra, no te descarríes, no te apartes del buen camino. Y aun es poco el dolor que siento al ver que vas descarriada y en camino de perdición; temo, además, que si a ti te abandonara daría incluso muerte a las ovejas sanas. Mira, si no, lo que se dice en el texto a continuación. Maltratáis brutalmente a las fuertes. Si descuido, pues, a la que se descarría y se pierde, la que está fuerte deseará también andar por los caminos del error y de la perdición.
Del Sermón de san Agustín, obispo, Sobre los pastores
(Sermón 46, 14.15: CCL 41, 541-542)
El buen pastor busca a la oveja perdida aunque esta no quiera. El buen pastor teme al Dios que le ha salvado para ser instrumento de salvación de los que quieren condenarse. El buen pastor no ofrece la falsa misericordia que deja al alma esclava del pecado, sino al contrario, muestra el camino del dolor por los pecados, de la conversión, de la penitencia. El buen pastor ayuda a la oveja débil que pasa por pruebas. El buen pastor carga su Cruz y ayuda a los miembros de su rebaño a cargar sus propias cruces. El buen pastor no busca el aplauso del mundo sino ser un siervo inútil que hace lo que Dios le concede hacer.
Ninguno tenemos excusa para obrar el mal, para ser infieles a Cristo, pero ay de aquellos que siendo administradores de los misterios de Dios y de su gracia, prefieren quedarse en la tibieza y la comodidad de sus poltronas. No aman las almas que Dios les ha encomendado. Su destino, si no se arrepienten, será peor que el de los hombres más perversos que obran iniquidad constante.
Recemos por nuestros pastores. Imploremos a Dios que les dé la gracia de la conversión y la fidelidad a su ministerio. No podemos no rezar por ellos. La salud de la Iglesia está en juego.
Santidad o muerte.
Luis Fernando Pérez Bustamante
15 comentarios
“...Ésta es la primera acusación dirigida contra estos pastores, la de que se apacientan a sí mismos en vez de apacentar a las ovejas. ¿Y quiénes son ésos que se apacientan a sí mismos? Los mismos de los que dice el Apóstol: Todos sin excepción buscan su interés, no el de Jesucristo".
Si, coincido LF, hay que rezar mucho por ellos. Pactar con el mundo es el peor de los pactos.
Dios te bendiga.
Saludos hermano Luis Fernando, abrazo fraterno. La paz con usted!
Dejar un comentario