Ahora intentarán ganar en los medios lo que no pudieron en el Sínodo
¿Quién no ha leído, escuchado o visto la noticia de que el sínodo que acaba de terminar en Roma permitirá la comunión de los divorciados? Da igual que eso sea mentira. Da lo mismo que no exista ni asomo de semejante posibilidad en la relatio final. Desde el punto de vista mediático, lo que estaba en juego en este sínodo no era la manera en que la Iglesia va a abordar la pastoral familiar. No, se trataba de saber si la Iglesia iba a cambiar su doctrina en relación al adulterio -no pienso pedir perdón por llamarlo como Cristo- y la homosexualidad. Y como no la ha cambiado, da igual: se dice que sí en el tema del adulterio -la homosexualidad la dejan aparte- , y dan por hecho que como la gente, piensan, es manipulable, calará esa idea y la Iglesia acabará aceptando dicha manipulación.
En la prensa española se ha dado la circunstancia de que El País, de izquierdas, ha sido relativamente más verídico que el diario La Razón, de derechas. Dice El País:
Después de tres semanas de discusiones, el Sínodo sobre la Familia se cerró sin responder a las expectativas creadas. Ni los divorciados vueltos a casar podrán recibir la comunión de forma generalizada…
Y habla de
ausencia de avances significativos en la postura de la Iglesia ante las que considera “situaciones difíciles” -divorciados, parejas de hecho, homosexuales-…
Sin embargo, el diario La Razón titulaba ayer domingo en portada de la siguiente manera:
La Iglesia abre la puerta a estudiar caso a caso que los divorciados puedan comulgar.
El titular es falso por dos razones. Primero, porque los divorciados que no se han casado de nuevo pueden comulgar sin ningún problema, como el resto de los fieles. Es decir, siempre que no hayan cometido cualquier pecado mortal. Segundo, porque en el texto sobre los divorciados vueltos a casar la relatio final no menciona para nada el acceso a la comunión. Es más, en el punto que indica el proceso de acompañamiento a esas personas, se indica expresamente que no hay gradualidad en la ley. Y estamos hablando de la ley de Cristo sobre el divorcio y el adulterio, que es muy clara. Por tanto, nada ha cambiado. La doctrina se mantiene igual, como no podía ser de otra forma.
Alguno dirá: “Pero no se afirma explícitamente que los adúlteros no pueden comulgar". A lo cual respondo: “Ni lo contrario. Ante lo cual, la cosa se queda igual a como estaba".
¿Hay posibilidades de que los cardenales y obispos que apostaron por traicionar la enseñanza de Cristo y de la Iglesia sobre esta materia acepten su derrota? Pocas, por no decir ninguna. Es más, doy por hecho que, si no lo han hecho ya, dirán públicamente exactamente lo mismo que la mayoría de los medios de comunicación seculares. Es decir, que se ha abierto la puerta a la comunión de los divorciados vueltos a casar.
Eso supondría que se reafirma lo que muchos ya sabemos. O sea, que a esos “pastores” les importa poco o nada lo que el resto de la Iglesia piensa o haga en relación a ese tema. Si en sus diócesis ya se daban profanaciones de la Eucaristía por esa vía, ahora se seguirán dando. Incluso puede que más.
Hay todavía quienes esperan una especie de intervención “preternatural” -de origen no divino- que provoque que el papa Francisco decida saltarse las indicaciones del sínodo, de la Escritura, la Tradición y el Magisterio bimilenario y, en base a su autoridad, escriba una exhortación post-sinodal que admite la comunión de los divorciados vueltos a casar. Quienes desean y piden que ocurra tal cosa son los que llevan décadas negando al papado la autoridad que posee. Cuando eran papas el Beato Pablo VI, San Juan Pablo II y Benedicto XVI, ignoraban por completo su autoridad en estas materias. Y ahora pretenden que la Iglesia aceptaría la autoridad de un papa que, según pretenden, arremetiera contra le fe católica. En otras palabras, que el papa Francisco siga los pasos de Honorio y Juan XXII. Aparte de que Francisco se ha declarado en repetidas ocasiones como “hijo de la Iglesia”, lo cual nos lleva a confiar que es consciente de que su autoridad no está por encima de la Revelación, bien harían esos personajes en estudiar cómo reaccionó la Iglesia ante lo que hicieron esos papas.
Esos sujetos parecen profesar -en realidad no creen en nada- un concepto ultramontano, y por tanto heterodoxo, de la autoridad papal. Un concepto que fue descartado precisamente en el Concilio Vaticano I, limitándose el dogma de la infalibilidad papal a las cuestiones dogmáticas. Como bien dijo Benedicto XVI siendo cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe el 30 de septiembre de 1988:
El Papa no es en ningún caso un monarca absoluto, cuya voluntad tenga valor de ley. Él es la voz de la Tradición; y sólo a partir de ella se funda su autoridad.
El papa Francisco puede reforzar todo lo que estime oportuno la enseñanza sobre la misericordia de Dios. Puede incluso exhortar a los que según su criterio hacen un uso abusivo, y sin caridad, de la literalidad de los mandamientos del Señor. Pero no puede, de ninguna de las maneras, cambiar la letra de esos mandamientos. No puede decir que no es adulterio lo que Cristo llama adulterio. No puede permitir la comunión en estado de pecado mortal. No puede cargarse el dogma sobre tres sacramentos. Es más, no solo no puede. Tampoco quiere. Porque si quisiera, seguramente ya lo habría intentado sin necesidad de pasar por un sínodo cuyos miembros eran en su práctica totalidad obispos y cardenales que llegaron al episcopado y el cardenalato por decisión de san Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Por tanto, esclavos y siervos de la heterodoxia, lasciate ogni speranza. Dios no va a admitir que la Iglesia traicione de forma definitiva las enseñanzas de Cristo y los apóstoles. Podréis tener el “poder” de vuestros medios de comunicación. Podréis manipular todo lo que queráis. Podréis seguir contando con la colaboración de los pastores que han buscado torcer el brazo de Cristo y de su Iglesia. Pero no podréis vencer e imponer las tinieblas del error en aquella que está llamada a ser luz del mundo. Ya habéis conseguido bastante en un proceso que ha oscurecido el mensaje verdadero de la Iglesia sobre el matrimonio. Pero ni un paso más, a menos que Dios lo permita. Y sabed que cuando Dios lo disponga, incluso ese avance en la confusión que habéis logrado, se volverá en vuestra contra y la verdad, en la caridad, volverá a brillar con fuerza.
Luis Fernando Pérez Bustamante