Que el injusto siga siendo injusto y el justo siga siendo justo

Casi al final del libro del Apocalipsis hay un pasaje que llama la atención pero, en el fondo, indica una realidad que viene ocurriendo desde la caída del hombre y que al final de los tiempos será aún más evidente:

Que el injusto siga cometiendo injusticias y el manchado siga manchándose; que el justo siga practicando la justicia y el santo siga santificándose. 
Mira, yo vengo pronto y traeré mi recompensa conmigo para dar a cada uno según sus obras.

Ap 22,11-12

La gracia de Dios está al alcance de todo aquel que quiera servirse de ella para andar en santidad. Y también hay quien pretende utilizarla como ocasión para pecar. 

En el Calvario donde Cristo se dejó crucificar para pagar el precio que merecen nuestros pecados, había otras dos cruces ocupadas por sendos ladrones. Uno, conmovido ante la suerte el Inocente que estaba a su lado, reconoció su condición pecadora, imploró al Señor que se acordara de Él y se salvó. El otro, teniendo delante de sus mismas narices al Autor de nuestra salvación, prefirió seguir maldiciendo y largarse al infierno.

La Iglesia tiene como principal misión ser instrumento para que las almas se salven. Y para ello ha recibido de Cristo autoridad para perdonar pecados.Ha recibido todos los sacramentos, que son fuente de gracia. Los sacramentos son algo demasiado serio como para andar jugando con ellos. Por ejemplo, la Eucaristía debe administrarse solo a quienes están en estado de gracia, o se convierte en mayor motivo de condenación. La Confesión debe darse solo a quien manifiesta arrepentimiento y propósito de enmieda, o se convierte en una farsa por la que el pecador no hace nada para dejar su pecado. El Matrimonio es tan importante, tan esencial, tan crucial, que San Pablo lo compara a la unión entre Cristo y su Iglesia. Etc.

Hay quienes, desde dentro de la propia Iglesia, han querido y quieren “jugar” con los sacramentos. Se puede hacer de mil y una maneras y no es plan de que me ponga a dar ejemplos bien concretos. Pero sí conviene recordar lo que dijo San Pablo:

No os engañéis: de Dios nadie se burla. Lo que uno siembre, eso cosechará. El que siembra para la carne, de la carne cosechará corrupción; el que siembre para el espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna.

Gal 6,7-8

Marquen ustedes a fuego estas palabras en sus conciencias: “de Dios nadie se burla”. Podemos engañar el confesor, podemos engañar a un tribunal eclesiástico, podemos buscar quien nos ponga un sello “legal” que convierta en bien lo que sabemos que hemos hecho mal. Pero cuando tengamos que comparecer ante el Tribunal de Cristo ya no valdrán mentiras ni medias verdades

Siempre ha sido así, pero si cabe hoy más que nunca toca que quienes andan en santidad se santifiquen más, que hagan más penitencia, que sean testigos, de palabra y de obra, de la gracia operante de Dios en sus almas. Vamos a ver el cumplimiento de esas palabras del apóstol:

Por otra parte, todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús serán perseguidos. Pero los malvados y embaucadores irán de mal en peor, engañando a los demás y engañándose ellos mismos.

2 Tim 3,12-12

Solo Dios sabe cuándo y cómo dirá basta a determinadas situaciones que nos rodean y que, sencilla y llanamente, no podemos controlar. Pero solo se nos ha dado una vida, más bien corta, para determinar cuál será nuestro destino en la eternidad. Los que por gracia son buenos, que por gracia sean mejores. Los impenitentes que rechazan la gracia, que se conviertan mientras haya tiempo o se hundan aún más en su miseria.

Santidad o muerte.

Luis Fernando Pérez Bustamante