La blasfemia de Santiago del Estero, escándalo y signo de esperanza
Lo que acaba de ocurrir en Argentina, con una ceremonia religiosa de bendición de la unión entre una persona transexual y su pareja, es sin duda un escándalo y a la vez un signo de esperanza.
Es escándalo por todo lo que supone de profanación de un templo católico, de blasfemia al pretender hacer a Dios cómplice de un pecado nefando, de mofa del sacerdocio por parte del cura que presidió semejante aquelarre, de burla del sacramento del matrimonio -se bendice una unión civil contraria a la ley natural-.
Y que nadie pretenda que aceptemos que basta con recordar la doctrina católica sobre el matrimonio para oponerse a una ceremonia de esas características. Es como si la policía se conformara con recordar que robar y matar es delito, pero se quedara mirando de brazos cruzados mientras se cometen robos y asesinatos.
¿En qué sentido se puede hablar de que lo ocurrido es signo de esperanza? Pues en que resulta tan evidente la maldad intrínseca de actos así, que cualquiera que tenga un ápice de catolicismo en su alma se sentirá asqueado y horrorizado. Cuando el mal se disfraza, no es fácil detectarlo y combatirlo. Cuando se muestra en toda su amplitud, es evidente lo que hay que hacer, paso previo a hacerlo.
Por otra parte, tenemos la esperanza de que Dios puede intervenir de forma contundente para impedir que su Iglesia se convierta en una cueva de impunidad ante la blasfemia. Es quizás hora de que le roguemos tal cosa. Es decir, que imploremos de su misericordia la gracia de que haga uso de su ira santa para poner fin a tanta iniquidad (Jn 2,17). Pretenden prostituir a la Esposa de Cristo y Cristo mismo no lo va a consentir. No temas, pues, pedir al Salvador que tome las riendas de forma clara y visible, de manera que incluso el mundo entero, o al menos los fieles católicos, sepa que se ha producido su intervención. El cómo queda en sus manos.
Y no olvidemos que allá donde abunda el pecado, sobreadunda la gracia. Si tú, estimado hermano, sientes pena, tristeza, asco, indignación, etc, ante lo ocurrido, es porque vives en la gracia de Dios, que te hace ver con sus ojos la magnitud del pecado cometido. Pero ten cuidado de que esa pena o esa indignación no se conviertan en una amargura carnal, que te lleve a la desesperación, que es camino seguro del abandono de la fe. No puede ser que el mal causado por los traidores al Señor en la Iglesia te lleve a pecar. Hay gracia más que suficiente para que te mantengas firme, asido a la Roca de Salvación que es Cristo. Ten paciencia ante lo que ves y confía en que Aquel que dio su vida en la Cruz por ti y por los pecadores, no permitirá que Aquella que es su Cuerpo, su Plenitud, sea derrotada por las puertas del infierno, cuyos dinteles vemos ante nuestros ojos.
Cristo reina en su Iglesia hoy y siempre. El Rey cuidará de su reino. No lo dudes.
Exsurge domine et judica causam tuam
Luis Fernando Pérez Bustamante