No rechaces la corrección del Señor
De las lecturas de la Misa para el día de hoy, quiero fijarme en el pasaje de la carta a los Hebreos:
Hermanos: Habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron:
- «Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, no te enfades por su reprensión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos.»
Aceptad la corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues, ¿qué padre no corrige a sus hijos?
Ninguna corrección nos gusta cuando la recibimos, sino que nos duele; pero, después de pasar por ella, nos da como fruto una vida honrada y en paz.
Por eso, fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, y caminad por una senda llana: así el pie cojo, en vez de retorcerse, se curará.
Hebreos 12, 5-7. 11-13
A muchos les puede parecer que el castigo es incompatible con el amor. Pero en nuestra vida cristiana siempre estaremos pasando por un periodo de maduración espiritual. Y si Dios es nuestro Padre, en buena lógica tendrá que disciplinarnos si ve que nos separamos de la senda que nos acerca a Él.
El padre humano que deja que sus hijos hagan lo que les venga en gana -cosa bastante habitual últimamente-, demuestra tener muy poco amor hacia ellos. Está permitiendo que se conviertan en malas personas, incluso delincuentes. Y seguramente lo hace para quitarse en encima la molestia de tener que enfrentarse a ellos. Porque castigar a un hijo, incluso darle algunos azotes, no es cosa agradable. Mi propio padre apenas me puso tres o cuatro veces la mano encima y en al menos dos de ellas me di cuenta luego de que estaba muy perturbado. Tampoco le hizo gracia tener que castigarme durante algunos veranos debido a que no había estudiado lo suficiente durante el año escolar. Y sin embargo, hoy le estoy agradecido por todo lo que hizo para enderezar mi rumbo.
En mi vida espiritual he recibido también la corrección del Señor en circunstancias concretas que no quiero relatar porque pertenece a una intimidad que la quiero proteger. Pero os aseguro que he visto y oído, de forma casi literal, a Dios muy enfadado conmigo. Y creedme si os digo que en esos momentos no hay literalmente un solo lugar en cielo y tierra en el que desaparecer.
Ahora bien, el enfado de Dios no es para destrucción sino para edificación. Si en verdad le amamos, lo primero que buscamos es su perdón. Estar alejado del Señor es el peor castigo que podemos recibir. Y en ocasiones, nos lo infligimos a nosotros mismos. Si has pecado, no tardes en confesarte. Y, si te es posible, pide que se te imponga una buena penitencia. Es medicina para tu alma.
Luis Fernando Pérez Bustamante
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