Pérez-Reverte, los talentos, los millones y el "cura ingenioso"

Arturo Pérez-Reverte ha publicado hace unos días un artículo en su página web titulado “Un cura, un guardia, unos ministros”. Al ver lo del cura me puse en lo peor, dado que don Arturo no se caracteriza por tener una espiritualidad cercana a Sta Teresa de Jesús o San Juan de la Cruz. El caso es que el escritor nos cuenta que había ido a Misa. Y pasó lo que… mejor le copio (negritas mías):

En un solo día he vivido tres situaciones aparentemente inconexas entre sí, pero cuya consideración hace pensar que tal vez no lo sean tanto. Me refiero a lo de inconexas. Una de ellas se produjo en misa, pero tranquilícense: no es que me haya caído del caballo y visto la luz. Al menos, de momento. Se trata de la misa que, en el convento de las Trinitarias de Madrid, la Real Academia Española celebra cada año, por tradición secular, en memoria del buen don Miguel de Cervantes y los académicos fallecidos ese año. Tocaba éste, con mucha tristeza por nuestra parte, recordar a Antonio Mingote y a José Luis Sampedro, y allí fuimos los compañeros, conscientes de las paradojas de la vida: una misa por el bondadoso y escéptico Mingote y, caso todavía más insólito, por el republicanísimo y ateo Sampedro. Pero la vida tiene esas piruetas y algunas otras. Una, por ejemplo, fue el Evangelio leído por un sacerdote durante el oficio, en una versión puesta al día que nos hizo mirarnos unos a otros con estupor. Se trataba de la parábola de los siervos y las minas, o talentos; y el páter, en un patético intento por actualizar la cosa, y sin reparar mucho en la resabiada audiencia que ese día tenía en plan feligrés, no habló de talentos o minas -el evangelista Lucas utiliza el término griego mina, cien dracmas áticas o denarios, que no era mucho dinero- sino de millones, nada menos. El señor repartió a sus siervos tantos millones, dijo. O leyó. «Muy oportuno y actual», se choteó por lo bajini Luis Mateo Díez, que estaba cerca de mí. «Y luego se extrañan de perder clientela», apuntó con frialdad científica José Manuel Sánchez Ron.

Dejo de lado el tema de celebrar una misa por un ateo, porque vayan ustedes a saber la condición espiritual del mismo antes de fallecer. Quizás se reconcilió con el Dios en quien antes no creía o quizás no. Como las oraciones pueden tener efectos retroactivos, no está de más celebrar muchas misas por su alma.

Ahora bien, lo que no puedo dejar de comentar es el ingenio del sacerdote que hizo la lectura del evangelio. Esa parte del artículo de Pérez-Reverte debería de ser enviado a todas las parroquias de España, por no decir del mundo entero. Es hora de que nos demos cuenta de que la gente no es estúpida y de que no necesita saber exactamente lo que es un talento para entender la parábola. De hecho, si se traduce talento por millones, la cosa queda ciertamente rara. Y mucho más en estos tiempos de crisis.

La frase “…Y luego se extrañan de perder clientela” indica bien a las claras lo que se consigue con esa creatividad necia. Los sacerdotes no están para corregirle la plana a los evangelistas. Ni para inventarse palabras que no aparecen en las versiones oficiales de las Biblias que se leen en Misa. Así que a menos que alguien me diga que existe alguna Biblia católica donde se traduzca talentos por millones -y si existe, más vale retirarla de circulación-, tendré que concluir que ese sacerdote se cree más listo que Calixto. Con las consecuencias que Pérez-Reverte explica.

Luis Fernando Pérez Bustamante