Terry Jones, la mecha en la gasolina
Terry Jones es pastor de una pequeña comunidad eclesial protestante pentecostal en Gainesville (Florida). Seguramente a lo largo de toda su vida no habrá aparecido jamás en un medio de comunicación. Sin embargo, lleva días en que su careto asoma por todas partes, abriendo los noticieros de los principales canales de televisión. Y es que al señor Jones no se le ha ocurrido mejor cosa que anunciar su intención de quemar ejemplares del Corán, libro sagrado para los musulmanes.
Ocurre que en Estados Unidos uno puede quemar lo que le venga en gana siempre que lo haga controladamente y sin poner en peligro bienes y vidas ajenas. Es decir, si te apetece quemar un centenar de Biblias, las quemas. Si te da la vena y te empeñas en quemar banderas del país, vas y las quemas. Y si un pastor evangélico o un lama budista se encapricha en quemar el Corán, siempre que lo haya comprado él, no hay ley estatal o federal alguna que se lo impida. Es probable incluso que la Constitución de la nación norteamericana, que al parecer no vale para parar la investigación con embriones humanos ni impedir abortos, sirva de parapeto para impedir leyes que prohíban la quema de símbolos religiosos.
Ahora bien, el problema no es tanto que a un pastor locuelo se le ocurra hacer el chorra quemando coranes. No, el drama es que el mundo entero está acogotado -por usar una expresión suave- ante la posible reacción violenta de los musulmanes, en especial los fundamentalistas. Es obvio que cualquier persona sensata está en contra de que se queme un libro sagrado para centenares de millones de seres humanos. Es obvio que no es sensato que por lo que haga un pobre diablo tengamos que asistir al asesinato de cristianos por todo el mundo a manos de seguidores de Mahoma. Que es lo que probablemente ocurra si finalmente el señor Jones cumple su amenaza.
Mal, muy mal vamos a vivir en este planeta si una gran masa de sus habitantes está dispuesta a rebanar el pescuezo del prójimo por lo que haya hecho o dejado de hacer un señor de Florida. Por mucho que Terry Jones sea un irresponsable y por muy rechazable que sea su intención de quemar el Corán, lo cierto es que él está siendo instrumento para demostrarnos dónde está el verdadero problema al que Occidente ha de enfrentarse. Que no es la necia estupidez de un pastor protestante, sino el peligro para la paz mundial que supone un sector cada vez más numeroso de los fieles de una religión, la islámica, que si por algo se ha caracterizado siempre es por el hecho de que su expansión se ha producido “manu militari".
Ocurre además que por más que se quiera, las buenas palabras y las buenas intenciones no valen para aplacar al fundamentalismo islámico. Al Islam radical no se le combate con discursos buenistas. Desde luego tampoco con provocaciones innecesarias que sólo sirven para alimentar su naturaleza odiosamente violenta.
Occidente, con sus leyes permisivas, es campo abierto para la proliferación del fundamentalismo islámico. Así que alguien debería decirle a los musulmanes “moderados” que o se dedican ellos mismos a pararle los pies a sus camaradas más exaltados o, antes o después, ese Occidente permisivo tendrá que limitar por las bravas la expansión del Islam. Otra cosa es que esté dispuesto a hacerlo. Al menos en Europa parece claro que el espíritu de Chamberlain sigue flotando en el aire. Y en España, país que debería ser el más interesado en que esto no ocurriera, tenemos a un presidente ansioso de encamarse con la civilización islámica. Todo con tal de apartarse de la civilización cristiana en la que ha nacido.
Luis Fernando Pérez