Respuestas al test de ortodoxia católica I
Test de ortodoxia I
Sobre Gracia y Libertad
Explicación de las respuestas a las preguntas. El texto es de Luca Alcalde, seminarista en Tarazona.
1) Lo único que podemos ofrecer a Dios como buenos frutos son los bienes que Él mismo nos da. De nuestra parte no tenemos nada.
Verdadero
Esto es totalmente cierto. Solo podemos ofrecer a Dios aquello que el mismo nos da hacer. San Agustín decía que «cuando coronas la obra de los santos, coronas tu propia obra». También lo dice la Santísima Virgen en el Magníficat: «desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el poderoso ha hecho obras grandes por mí» (Lc 1, 49).
2) El hombre, con sus solas fuerzas naturales, no puede hacer nada para merecer la justificación. Ni aun sus oraciones son meritorias, ni sus obras buenas, ni los actos internos o externos de virtud natural.
Verdadero
El concilio de Trento, en el decreto sobre la justificación –el paso de pecador a justo, es decir, del pecado mortal u original al estado de gracia santificante-, explica que ésta es siempre gratuita. Debido a la absoluta desproporción de nuestras obras, nada podemos hacer que merezca que Dios nos dé la gracia santificante. Podemos, ciertamente, disponernos (aunque esto es también obra de una gracia actual) por medio de la oración y la penitencia… pero no merecerla. San Pablo lo dice claramente: «¿Quién le ha dado primero para que Él le devuelva?» (Rm 11, 35). Y Santo Tomás explicita que: «el hombre no puede disponerse para recibir la luz de la gracia sino mediante el auxilio de un don gratuito de Dios que le mueva interiormente» (Sth I-II 109, 6). Por tanto, ninguna obra buena hecha antes de la justificación merece la gracia santificante.
3) Para exhortar a la reforma de costumbres y a la santidad de vida, lo mejor es comenzar demostrando la fuerza y el valor de la naturaleza humana, precisando la capacidad de la misma para el bien.
Falso
Esta frase está tomada, literalmente, de Pelagio. Él consideraba que la naturaleza humana es capaz de obrar por sí misma el bien sobrenatural. Como ya dije, eso está lejos de ser cierto. Cualquier persona sabe por su propia experiencia aquello que ya decía San Pablo: «no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero» (Rm 7, 19).
Además de esto, está el hecho de que toda predicación cristiana debe partir por las raíces del árbol de la fe y de ahí ir ascendiendo por el tronco hasta las ramas. Nuestra fe se fundamenta en la Trinidad Santísima y tiene como tronco a Cristo en cuanto hombre. De estos preciosos fundamentos pende todo el resto. Estando sanos el tronco y las raíces, llegará correctamente la savia a las ramas y darán éstas flores y frutos de buenas obras.
Normalmente, una predicación que comienza por la moral y que se centra en ella es pelagiana. La verdadera predicación católica comienza mostrando al hombre que por sí mismo no puede nada y que está necesitado de un redentor. Hablará, por tanto, de los inmensos misterios de la Santísima Trinidad, de la Encarnación, etc. Luego, una vez sentadas las raíces, y crecido el tronco, comenzará a ir a las ramas.
Exhortar a la reforma de costumbres hablando de la fuerza y del valor de la naturaleza humana es una farsa. Y comenzar una predicación por la moral, es querer construir la casa partiendo por el techo: eso no llegará a nada bueno.
4) El hombre por sí mismo puede cumplir todos los mandamientos de Dios. Él nos da su gracia para que con nuestra libertad podamos más fácilmente cumplir cuanto nos manda.
Falso
Afirmación también de Pelagio. Por sí mismo al hombre le es imposible cumplir todos los mandamientos, no tiene las fuerzas para ello. Nuestra naturaleza ha quedado dañada por el pecado original y, por tanto, inclinada al mal. Le resulta, pues, imposible perseverar largamente en el cumplimiento de la ley natural e imposible llegar a obedecerla toda ella. Podrá, es cierto, hacer algún bien aisladamente (un padre cuidar y alimentar a sus hijos, por ejemplo). Sin embargo, no podrá alcanzar la perfección de la virtud por sus solas fuerzas. Pensar esto es no considerar la gravedad de las consecuencias del pecado original.
Por eso, afirmar que la gracia simplemente hace que más fácilmente podamos cumplir cuanto Él nos manda es contrario a la realidad. ¡Sin la ayuda de Dios no podemos nada! Ni aun de forma dificultosa.
5) Es la fuerza de Dios la que causa siempre toda la fuerza del hombre para el bien. Es Él quien da al hombre el poder querer una obra buena salvífica y poder hacerla.
Verdadero
«Es Dios quien obra en vosotros el querer y el obrar, según su beneplácito» (Flp 2, 13). Nosotros, por nuestra cuenta, no tenemos fuerza alguna para hacer obras salvíficas. «Nadie puede decir Jesús es Señor, sino es por obra del Espíritu Santo» (1 Cor 12, 3).
6) Dios ama a todos los hombres por igual y, por lo tanto, a todos da de la misma forma su gracia. La única razón por la cual hay algunos más buenos y santos que otros es porque han respondido mejor a las exigencias de Dios.
Falso
Esto es errado por dos razones. En primer lugar, los voluntaristas suelen considerar que Dios ama a todos por igual y a todos ofrece igualmente sus gracias, de modo que es el hombre, es su generosidad y fuerza de voluntad, su respuesta generosa y valiente, su propia iniciativa, quien hace eficaz la gracia de Cristo. De esta manera, gracia y libertad se conciben no al modo católico –como dos causas subordinadas, en que la primera, divina, activa la segunda, humana-, sino como dos causas coordinadas, como dos fuerzas distintas que se unen para producir la obra buena.
En cambio, nosotros sabemos que Dios da a unos más que a otros. Nadie sería más bueno y, por tanto, más santo, si Dios no le amara más y le diera más dones (sobrenaturales). En las criaturas, el amor se produce por el bien que hay en lo amado. Así, cuando yo veo algo que es bueno, mi voluntad lo ama. Pero en Dios ocurre al revés: Él es causa de la bondad de las criaturas. Es Él quien obra el bien en su creación. Por ello, a quien más ama, más dones le comunica y su santidad es mayor. El mejor ejemplo de esto es la Santísima Virgen María, pues antes de ser concebida en el vientre materno, la Santísima Trinidad ya la había llenado de inmensos privilegios y bienes celestiales.
También puede apreciarse en la parábola de los talentos. Al leerla con detención, nos damos cuenta que el castigo que recibe quien no hizo fructificar su talento no se entiende si se refiere a habilidades naturales (tocar el piano, buen matemático, memoria prodigiosa). Es evidente que nadie puede poner en acto todos los talentos naturales que tiene en potencia, pues hay algunos que son incluso contradictorios y, en consecuencia, un talento natural no merece necesariamente el infierno, como sucede en la parábola. De esto concluimos que los talentos de que habla el Evangelio son dones sobrenaturales. Y a uno Dios le dio 5, a otro 2 y a otro 1.
El Evangelista no da ninguna causa de que esto sea así, de lo que se desprende que Dios puede hacer lo que quiera con sus bienes, dar a unos más y a otros menos. Y esto no es injusto, pues Él, en justicia, no le debe nada a nadie. Lo que da, lo hace por liberalidad, gratuitamente, no obligado por la equidad. Más aun, todo lo que nos da es infinitamente más de lo que nuestros pecados merecerían (la eterna condenación). Por ello, pretender exigir que a mí me dé igual que al prójimo no tiene razón de ser.
En todo caso, es también evidente que en el orden natural tampoco da Dios a todos por igual. Hay gente que nace con dones naturales mucho mayores que otros, y eso es evidente.
Un segundo aspecto errado de esta frase que encabeza es que Dios no nos exige, no nos pide que hagamos obras buenas, como si de nosotros dependiera su cumplimiento. Él, con su gracia, nos mueve, nos concede, no da el hacer tal o cual obra buena, cumplir sus mandatos, etc.
7) Cada vez que tomamos alguna buena iniciativa, para alguna obra buena, Dios nos secundará con su gracia para asistirnos a llevarla a buen término.
Falso
Pues no. Es todo lo contrario. Es Dios quien tiene la iniciativa y el hombre quien secunda. Por eso decía al principio que lo fundamental del voluntarismo es poner la iniciativa en el hombre y no en Dios. Esta razón hará que el voluntarista se empeñe en una u otra obra buena, sin saber con certeza si es voluntad de Dios que la haga… pues, ya que es buena, Dios dará su gracia.
Esta actitud produce una gran mediocridad espiritual. El que anda confiado en sus propias fuerzas, jamás pensará en grande. Quien confía y sabe que todo lo puede Dios en nosotros, no temerá emprender grandes acciones. Pero el voluntarista, cuidando su parte, viendo que su fuerza de voluntad es poca, entonces desistirá ante las grandes hazañas.
El cristiano procura siempre, antes de emprender nada, conocer la voluntad de Dios. Esto lo hace con cierta indiferencia, es decir, no queriendo hacer nada que no sea lo que Él quiere darle hacer.
8) La gracia de Dios es eficaz por sí misma, es decir, intrínsecamente, de tal modo que su eficacia no viene causada extrínsecamente por el acto de la voluntad humana que consiente a ella.
Verdadero
El Padre Molina proponía que Dios da su gracia y nosotros respondemos. Esta propuesta de las causas coordinadas, tan propagada, es una peste enfermiza que destruye cualquier vida espiritual. San Benito, nuestro Padre, dice en su regla que: «Cuando viere algo en sí bueno, atribúyalo a Dios, no a sí mismo» (Regla 4, 50).
Por tanto, es Dios quien obra en nosotros y con nosotros, pues Él, como causa primera, nos da el hacer una obra buena y nosotros, como causas segundas y subordinadas, cooperamos, dejándonos conducir por Él obrando libremente. No se entienda esto al modo molinista, como si, en una barca a remos, Dios remara con uno y el hombre con otro, la gracia y la libertad, de manera de que para que una obra buena se haga, ambas partes tienen que poner lo que les corresponde.
Hay que entenderlo al modo católico, al modo de la vid y los sarmientos. Dios y el hombre obran en una perfecta sinergia. Dios es la vid, nosotros los sarmientos. Por tanto, hemos de dejar que la savia de su gracia pase a través de nosotros. Lo único que viene de nosotros como causa autónoma es resistir esta gracia, pues «el que seamos obedientes y humildes a la gracia es don de la gracia misma» (Concilio de Orange II, Dz 377).
¿Suprime esto nuestra libertad? Pues claro que no. La razón es que Dios obra interiormente a nosotros, no externamente. Los hombres somos causas reales de cuanto obramos, pero siempre como causas segundas.
9) La mejor actitud para acercarse al Sacramento de la Penitencia es diciendo: “soy pecador, e inevitablemente lo seguiré siendo, pero pongo toda mi fe en Cristo, Dios me perdona, y me seguirá perdonando”.
Falso
Esta es la actitud del católico que, teniendo por irremediable su atadura al pecado –por tanto, sin verdadero arrepentimiento- va al sacramento de la penitencia buscando una justificación al estilo luterano.
El católico sabe que la gracia santificante regenera nuestra naturaleza caída, la cura, la eleva a la santidad. Por tanto, cuando se acerca al confesionario, lo hace con la certeza de que Dios quiere concederle –no se lo pide, se lo da- el dejar esos pecados. Si no cree esto, si no sabe con seguridad que la eficacia del Sacramento, las gracias que por él nos vienen, son capaces de arrancar y curar en él la herida del pecado, mejor será que se quede en su casa y “se confiese a solas con Dios”.
Podemos y debemos ser santos. Esa es la máxima vocación de todo hombre. Y para ser santos, no nos basta decir Señor, Señor, sino hacer la voluntad de Dios (Mt 7, 21). «Los demonios también creen, y sin embargo, tiemblan» (St 2, 19).
Si alguien ha concluido de esto dicho que lo necesario para salvarse es hacer buenas obras, no ha captado nada del asunto que nos ocupa. Para entrar en la vida eterna, es necesaria la gracia santificante solamente. Esta es la razón por la cual un niño recién nacido, que no ha hecho obra alguna, pueda salvarse si se bautiza. Pero esta gracia santificante fructifica en obras buenas y meritorias. Quien no tiene obras, tiene una fe muerta.
Estas obras que hacemos movidos por la gracia actual, son meritorias de vida eterna. Vale decir, nos merecen la entrada en el cielo porque antes Dios nos ha justificado con la gracia santificante. A mayor cantidad de obras buenas, mayor gloria accidental en el cielo. Nuestras obras buenas verdaderamente merecen, a diferencia de lo que pensaba Lutero. Pero lo hacen porque es Dios quien nos mueve a realizarlas.
10) La acción de la gracia divina es la causa de la acción libre del hombre buena y salvífica. Solo de este modo puede merecer la vida eterna.
Verdadero
Creo que queda más que explicado en los versículos dados para la respuesta de la pregunta nº5.
11) El hombre está totalmente corrompido por el pecado. Peca siempre, aun cuando intente obrar el bien. Está tan corrompido que lo único posible para alcanzar la salvación es que Dios no le impute esos pecados.
Falso
Cita literal de Lutero. Es falso. El hombre no está totalmente corrompido. Por esta causa puede obrar acciones buenas en el orden natural sin estar en gracia. Aun cuando éstas no serán meritorias.
Tampoco es cierto que lo único posible sea que Dios no impute los pecados. Sería, según esto, imposible para Dios redimir al hombre. Queda así reducida a un sinsentido la redención operada por Cristo en la Cruz. Nosotros sabemos que, por su sangre, nos ha alcanzado la redención. Aquella que no oculta los pecados, sino que los borra y sana. Baste para comprender esto, mirar la vida de los santos. Puesto que nosotros también estamos llamados a la santidad.
12) Querer obrar activamente es ofender a Dios, que quiere ser el único agente; por tanto es necesario abandonarse a sí mismo todo y enteramente a Dios.
Falso
Dios no quiere ser el único agente. Por eso dice San Pablo «no yo, sino la gracia de Dios conmigo» (1 Cor 15, 10). Y San Agustín: «Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti». Por una parte, tenemos certeza de que somos libres, por la experiencia cotidiana de querer algún bien particular y elegirlo. Y por otra, sabemos que nuestra naturaleza está dañada, al igual que nuestra libertad. Pero pertenece al plan de Dios el obrar por medio de su criatura libre, no sin ella. Jesucristo instituye, por ejemplo, el sacerdocio. El sacerdote ofrece in persona Christi la hostia santa, el sacrificio incruento, perdona los pecados, comunica el don del Espíritu, etc.
En nosotros, tampoco quiere ser el único agente. Quiere que obremos, verdaderamente y con toda nuestra libertad. Pero quiere que lo hagamos dejándonos mover por Él.
«La gracia no anula la naturaleza –la libertad en este caso- sino que la supone y la eleva» dice Santo Tomás. Aplicado a este caso particular, la gracia sana nuestra naturaleza y la eleva, para que pueda hacer obras sobrenaturales… no suprimiéndola, sino suponiéndola.
13) Cuando la gracia actúa en el hombre, le hace hacer actos virtuosos meritorios de vida eterna. Pero esto no suprime el esfuerzo humano, sino que lo supone.
Verdadero
Se cuenta del Cura de Ars (San Juan María Vianney) que a veces, cuando se encontraba en situaciones realmente enojosas, que hubieran sacado de quicio a cualquiera, él sin embargo permanecía en una absoluta paz exterior e interior. Sin embargo sus más íntimos confidentes notaron que apretaba sus manos y temblaba de tal forma, que se notaba que aquellos actos de virtud heroica realmente le estaban costando un esfuerzo inmenso. ¿Cómo explicamos esto? ¿Es que acaso este santo era voluntarista?
Voluntarismo y santidad son incompatibles, razón por la cual esta hipótesis la doy por descartada. Como decía antes, la acción de la gracia mueve la libertad no suprime su acción. De manera que la obra buena es totalmente de Dios en cuanto que es Él quien mueve, y totalmente del hombre en cuanto que es movido. Por esto, como la libertad verdaderamente obra, bajo el imperio de la gracia, tiene que hacer esfuerzos enormes para ejercitarse en obras buenas, hasta que se asiente la virtud. Esfuerzos que, sin la moción de la gracia, no sería capaz de realizar. No se crea con esto que mientras más esfuerzo, mejor. Eso es voluntarista. Es precisamente lo contrario: la virtud, en la medida que se va arraigando, hace que sus actos propios sean cada vez más fáciles. Y así, una persona que toda su vida ha practicado la virtud de la fortaleza, fácilmente podrá superar situaciones que para otro serían muy penosas.
Por eso, está afectado de quietismo o luteranismo quien viendo su mediocridad cree que no hay nada que pueda hacer para remediarla o espera, pacientemente por cierto, a que Dios lo mueva a salir de ella mientras él se ocupa de otras cosas. Esta, ciertamente, no es una teología de la gracia acertada. Los santos no están quietos e inmóviles. De hecho, son los más activos, pues son los más dóciles a la acción del Espíritu Santo.
Cuando un católico ve que Dios le quiere dar hacer una obra buena o dejar un pecado, se lanza a ello con todas sus fuerzas, usando de todos los medios a su alcance, sin escatimar recursos o esfuerzos. Esto no por un voluntarismo vano, sino porque sabe que si Dios comienza una obra buena en nosotros, Él mismo la llevará a buen término con su gracia.
14) En la oración hay que permanecer en fe oscura y universal, en quietud y olvido de cualquier pensamiento particular…, sin producir actos, porque Dios no se complace en ellos.
Falso
Cuando los discípulos pidieron a Nuestro Señor que les enseñara a orar, no les dijo Él: «sentaos, oscureced vuestras mentes, no penséis en nada, olvidaos de todo y ya está». Esto se asemeja más a formas orientales de espiritualidad, al modo Zen. Más bien les enseñó el Paternóster.
Cierto es que, a medida que avanza la vida espiritual, la oración se va haciendo cada vez más pasiva y necesita menos actos, imágenes, pensamientos. Pero esto es en la medida en que Dios lo va dando. Para disponernos a ello debemos hacerlo con una oración activa, muchas veces discursiva, valiéndonos de oraciones vocales, meditaciones, etc. siempre bajo el imperio y la moción del Espíritu Santo.