La visita a Haití del padre Ángel nos abre los ojos

Suele ocurrir que a las pocas semanas de una catástrofe natural de grandes dimensiones, todo el interés mediático sobre los pueblos que las han sufrido desaparece y se disipa en el aire como el humo de la calada de un puro de los que se fumaba Rajoy. En cierto modo es comprensible que ocurra tal cosa, pero la realidad es que las víctimas siguen existiendo y siguen necesitando ayuda, sobre todo si viven en un país de escasísimos recursos.

La visita del padre Ángel a Haití, independientemente de lo que supone a nivel de entrega de recursos y de compromiso de su ONG para ayudar a los haitianos, tiene la virtud de recordarnos a todos que el país caribeño sigue sumido en la desgracia, en la pobreza y en la incapacidad para levantar cabeza tras el terremoto del pasado 12 de enero.

Este sacerdote asturiano nos pone al día sobre la realidad de aquella nación. Nos explica que todavía hay un millón de personas que viven en tiendas de campaña, nos cuenta que las calles de Puerto Príncipe siguen llenas de escombros, nos avisa de que cuando lleguen las lluvias puede producirse otra catástrofe humanitaria que se lleve por delante decenas de miles de víctimas y nos hace saber que si no se mejoran las condiciones higiénicas, la malaria y el cólera pueden aparecer para cobrarse su factura en vidas humanas. En otras palabras, aquello sigue siendo un desastre por mucha ayuda que se haya prestado hasta el momento.

La propuesta del padre Ángel de que se celebre en Puerto Príncipe la Cumbre Internacional sobre Haití programada para el próximo 2 de junio puede parecer un brindis al sol debido a la imposibilidad material de que se lleve a cabo, pero en realidad es una llamada a la comunidad internacional para que se conciencie de que no hay nada como mancharse las manos de barro para entender que la tierra está enfangada.

Si alguna utilidad tienen los organismos internacionales, en especial la ONU, debería de demostrarse en casos así. No seré yo quien diga que no se ha hecho nada por el pueblo haitiano, pero parece evidente que se debe de hacer más. No estamos ante un país, como por ejemplo Chile, que pueda salir por sí mismo del pozo en el que el terremoto le enterró. De hecho, Haití ya era un completo desastre antes de que temblara la tierra. Y si no se aprovecha la situación para poner las bases de un desarrollo verdadero de esa nación, dentro de dos o tres décadas volverá a pasar algo parecido y nos encontraremos con las mismas imágenes, las misma desolación y la misma sensación de impotencia ante el dolor ajeno.

Luis Fernando Pérez