Jóvenes a contracorriente
No por repetido deja de tener valor el mensaje que el Papa ha lanzado a los jóvenes de Malta: “No tengáis miedo. Encontraréis ciertamente oposición al mensaje del Evangelio. La cultura de hoy, como cualquier cultura, promueve ideas y valores que contrastan en ocasiones con las que vivía y predicaba nuestro Señor Jesucristo. A veces, estas ideas son presentadas con un gran poder de persuasión, reforzadas por los medios y por las presiones sociales de grupos hostiles a la fe cristiana. Cuando se es joven e impresionable, es fácil sufrir el influjo de otros para que aceptemos ideas y valores que sabemos que no son los que el Señor quiere de verdad para nosotros”.
El Santo Padre tiene razón. Pero también ocurre que cuando uno es joven y se deja impresionar por Cristo, esa marca la llevará, con casi total seguridad, por el resto de su vida. Es decir, tan cierto resulta que la adolescencia y la juventud es una etapa en la que se es más débil para dejarse llevar por los valores del mundo, como que es la ideal para construir las bases de una vida adulta al servicio de Dios y de su Iglesia.
Además, el joven cuya alma lleva el perfume de la santidad es un eficacísimo instrumento de evangelización de esa otra juventud perdida, que no sabe encontrar puerto seguro en medio de la tempestad. Es obvio que el joven cristiano suele adolecer de la experiencia y la sabiduría de aquellos que llevan décadas bregando con la cruz de Cristo a cuestas. Pero la juventud cuenta con un ímpetu, una energía en plena ebullición que, puesta al servicio del evangelio, puede producir un buen fruto. No en vano, la mayor parte de las vocaciones surgen en esa edad. No sólo es la etapa del primer amor que pueda llevar a formar una familia cristiana. También es la del primer amor por la vida consagrada por completo a Dios.
La Iglesia tiene por tanto la obligación de “mimar” a sus jóvenes. Pero no hablo de un mimo consentidor, por el que se les deje hacer lo que les venga en gana. No, hablo de formarles, acompañarles, guiarles, orientarles, reunirles para que no vayan por libre. Esa debería de ser una labor eminentemente parroquial, pero, como tantas otras cosas, me temo que se ha dejado en manos de los movimientos. Y menos mal que están estos, porque de lo contrario no habría estructura alguna para acoger al joven que quiere que su vida cristiana sea algo más que ir a misa los domingos y días de precepto.
Mucho se está trabajando en España de cara a la JMJ del 2011 en Madrid. Me pregunto si se ha pensado en la post-JMJ. Esa semana pasará, el Papa -quiera Dios que el actual- bendecirá a los cientos de miles o millones llegados de todas partes y todos seremos felices y comeremos perdices en ese día, pero, ¿luego qué? Necesitamos que Dios guíe a su Iglesia para que el fogonazo de la JMJ no se quede en una mera explosión luminosa que se apague al instante. Si se me pregunta cómo se hace eso, no tengo respuesta. Manifiesto mi más absoluta ignorancia. Pastores tiene el rebaño. Que den ellos las pautas, apoyándose en quienes hayan demostrado ya tener el don de saber ayudar a los jóvenes a vivir en Cristo.
Luis Fernando Pérez