"Lamet versus Masiá" o la diferencia entre vivir en la frontera y cruzarla

El “caso Masiá” tiene toda la pinta de ir llegando a su estación de término. El todavía jesuita lleva años empeñado en que le echen de su orden y puede que esté cerca de conseguirlo. Despechado desde que -dicen que por presiones del cardenal Rouco- le retiraron de la cátedra de bioética en la Universidad de Comillas, se embarcó en una cruzada anti-jerarquía y anti-magisterio de la Iglesia. No hay ni un solo tema relacionado con la bioética en la que el jesuita no sostenga, de forma pública, notoria y yo diría que hasta chulesca -suele burlarse de los, según él, pocos conocimientos de los obispos- una posición contraria a la de la Iglesia. Pero es que ocurre lo mismo con muchas otras doctrinas católicas.

Mi proceder en relación al padre Masiá es bien conocido. Si este jesuita se hubiera recluido en Japón para pasar los últimos años de su vida enseñando sus heterodoxias en japonés, obviamente no le habría seguido sus pasos. Pero como insistió en no hacer caso a su inmediato superior, quien le pidió que limitara sus actividades en lengua española, pues llegó un momento en que, tras un artículo suyo que consideré blasfemo, decidí escribir una carta al Prepósito General de la Compañía de Jesús. Y a la misma se añadieron la firma de 148 lectores de este blog (luego me llegaron unas cuantas más). A las dos semanas de enviada la carta, el Secretario de la Compañía de Jesús, P. Ignacio Echarte, me respondió amablemente, asegurando que me agradecía en nombre del Prepósito General “su actitud y su preocupación, que no serán ineficaces“. Hasta ahí, lo que sabemos públicamente. Yo sé alguna otra cosa que, por prudencia, me callo.

El caso es que el padre Masiá debió de perder el voto de obediencia, al que se debe como jesuita, en algún recoveco de su camino por la frontera. Y en vez de dar media vuelta para recuperarlo, optó por avanzar en el territorio de la heterodoxia y del enfrentamiento contra la Iglesia y contra su orden religiosa. Como no puede ser de otra manera, cuenta con el apoyo entusiasta de aquellos que viven desde hace décadas en el más allá. Y no me refiero a la ultratumba sino al ultra-liberalismo y ultra-progresismo teológico. Hay que reconocer que los herejes tienden a apoyarse los unos a los otros de forma muy eficaz. Y en ocasiones lo hacen con la complicidad de los que, pensando más o menos como ellos, no quieren que se produzca la ruptura del cordón umbilical que les une a la Iglesia. Y es que, lo quieran o no, afuera hace frío.

El problema del padre Masiá es que su actitud es tan descarada, que hasta los que son amigos suyos y compañeros de orden se ven empujados a reconocer que se ha pasado mucho de largo. Una cosa es que le tengan simpatía y otra que sigan sus pasos camino del abismo. El padre Pedro Miguel Lamet, jesuita como Masiá, le acaba de dar una soberana lección. Puede que comparta muchas de sus tesis teológicas equivocada. Puede que piense que “en la situación de la Iglesia de hoy habría que estar haciendo objeción de conciencia cada minuto“. Pero el padre Lamet obedece cuando sus superiores le mandan algo. Para él, el voto de obediencia tiene sentido. Para Masiá, no. Es lo que diferencia a quien todavía sigue siendo jesuita del que pide a gritos que le echen de la Compañia de Jesús. Uno acepta las reglas. El otro no. Uno dice “yo amo a la Compañía de Jesús y creo que realiza una gran labor posibilista con grandes personas que ponen por encima su amor a Dios a las opiniones personales. Quiero estar dentro” y el otro está ya más fuera que dentro. Uno vive de la frontera para adentro y el otro ha entrado tanto en terreno ajeno, que ya ni siquiera vislumbra la frontera que abandonó hace tiempo.

Habrá quien diga que Masiá es más coherente. Que si al fin y al cabo piensa lo que piensa, lo normal es que esté donde esté y lo lógico es que acabe como va a acabar. Pues sí, no le falta razón al que opine de esa manera. Pero no nos falta razón a los que creemos que si la autoridad eclesial se usa bien y los “fronterizos” la acatan, se habrá dado un gran paso en la solución del gran problema que tiene la Iglesia en España, y yo diría que en el mundo, que no es otro que su secularización interna. El padre Lamet ha hecho lo que tenía que hacer. Seguramente sin alegría, con dolor y hasta con pena. Pero ese es el camino a seguir. Él se queda dentro. Masiá hace tiempo que está fuera. Falta que su orden lo certifique oficialmente.

Luis Fernando Pérez